28/06/2017, 00:54
(Última modificación: 28/06/2017, 01:09 por Umikiba Kaido.)
El pelimarrón le inquirió acerca de su palabra, y el escualo le miró por encima del hombro. Alzó una ceja, contrariado, y se chupó los dientes en evidente desagrado.
—Camina, coño —dijo, antes de embarcarse finalmente en el último tramo hasta su inminente destino.
Lo cierto es que aquella comitiva que habían presenciado con anterioridad, ya les había sacado un buen tramo de distancia. Entre ellos y los carruajes quedó tan sólo la arenilla que el galopar de los caballos dejaba sobre el aire, convirtiendo el camino delante suyo en una ventisca de polvo pedrusco que dificultaría la visión durante lo que quedaba de camino.
Sin embargo, cuando fueron capaces de dejar el camino principal atrás y cruzar la misma vertiente que el escualo hubo notado antes, ambos se encontraron finalmente con la última formación rocosa en forma de arco, cuya entrada estaba custodiada por dos casetas y un puñado de soldados en cada una de ellas. Hasta entonces, ninguno había podido percibir los estigmas más característico de la zona, pero mientras más se fueran adentrando en el gran Valle protegido por las grandes montañas; se irían percatando detalle a detalle sobre la verdadera naturaleza del Valle de los Dojos: una vertiginosa ciudad feudal, cuyo inmenso territorio estaba protegido por numerosas filas que sustentan la paz y la aversión a los enfrentamientos. La llamada tierra de las negociaciones donde se haría el evento que compenetraría más a las tres grandes Aldeas, y a cada uno de sus participantes en formación.
Kaido y Keisuke fueron recibidos finalmente por dos Samurai, con la vestimenta típica de antaños guerreros. Uno de ellos, con la cabeza descubierta, se les acercó en súbito antes de que pudieran seguir avanzando.
—Nombre, procedencia y motivo de la visita —espetó con neutralidad.
—Umikiba Kaido, de la maldita mejor aldea de todo Oonindo: Amegakure no sato. ¿Y por qué vengo, dices?... ¡já, para ganar el jodido torneo, claro está!
—Camina, coño —dijo, antes de embarcarse finalmente en el último tramo hasta su inminente destino.
Lo cierto es que aquella comitiva que habían presenciado con anterioridad, ya les había sacado un buen tramo de distancia. Entre ellos y los carruajes quedó tan sólo la arenilla que el galopar de los caballos dejaba sobre el aire, convirtiendo el camino delante suyo en una ventisca de polvo pedrusco que dificultaría la visión durante lo que quedaba de camino.
Sin embargo, cuando fueron capaces de dejar el camino principal atrás y cruzar la misma vertiente que el escualo hubo notado antes, ambos se encontraron finalmente con la última formación rocosa en forma de arco, cuya entrada estaba custodiada por dos casetas y un puñado de soldados en cada una de ellas. Hasta entonces, ninguno había podido percibir los estigmas más característico de la zona, pero mientras más se fueran adentrando en el gran Valle protegido por las grandes montañas; se irían percatando detalle a detalle sobre la verdadera naturaleza del Valle de los Dojos: una vertiginosa ciudad feudal, cuyo inmenso territorio estaba protegido por numerosas filas que sustentan la paz y la aversión a los enfrentamientos. La llamada tierra de las negociaciones donde se haría el evento que compenetraría más a las tres grandes Aldeas, y a cada uno de sus participantes en formación.
Kaido y Keisuke fueron recibidos finalmente por dos Samurai, con la vestimenta típica de antaños guerreros. Uno de ellos, con la cabeza descubierta, se les acercó en súbito antes de que pudieran seguir avanzando.
—Nombre, procedencia y motivo de la visita —espetó con neutralidad.
—Umikiba Kaido, de la maldita mejor aldea de todo Oonindo: Amegakure no sato. ¿Y por qué vengo, dices?... ¡já, para ganar el jodido torneo, claro está!