24/07/2017, 12:31
(Última modificación: 29/07/2017, 02:50 por Amedama Daruu.)
—¿¡Q-QUÉ!? —exclamó Daruu, con un brinco, y lo repentino de su respuesta hizo que Ayame se sobresaltara también. Le miró interrogante, preguntándose qué habría dicho para que se pusiera así. Aunque no tardaría en descubrirlo... Y para entonces desearía no haberlo hecho—: P-p-pero cómo nos vamos a ir a vivir juntos, s-si es nuestra primera cita, s-si no nos conocemos tanto, s-si sólo acabamos de darnos el primer beso ay pero por favor qué cosas dices no podemos no podemos si nos pilla tu padre nos mata peroquéclasedecosasestásdiciendo...
La voz de Daruu se convirtió en apenas un audible hizo agudo, y aunque a la kunoichi le costó escuchar el final de la frase, los colores ya se le habían subido a las mejillas y sacudía las manos y la cabeza con energía.
—¡Nonononononono! Me... ¡Me has entendido mal! —exclamó rápidamente, con la voz rota por la desesperación—. ¡Estaba hablando de vivir nosotros solos! ¡Sin nuestras familias! ¡PERO NO JUNTOS! ¡Sino cada uno en su habitación de Nishinoya!
Los gritos habían llamado la atención de todos los que se encontraban en el restaurante, quienes, picados por la curiosidad, se habían girado hacia ellos y ahora tenían sus ojillos clavados en sus nucas con una discreción más que nula. Ayame, consciente de ello, se encogió en su sitio roja como un tomate y volvió a ajustarse la cinta sobre la frente.
La voz de Daruu se convirtió en apenas un audible hizo agudo, y aunque a la kunoichi le costó escuchar el final de la frase, los colores ya se le habían subido a las mejillas y sacudía las manos y la cabeza con energía.
—¡Nonononononono! Me... ¡Me has entendido mal! —exclamó rápidamente, con la voz rota por la desesperación—. ¡Estaba hablando de vivir nosotros solos! ¡Sin nuestras familias! ¡PERO NO JUNTOS! ¡Sino cada uno en su habitación de Nishinoya!
Los gritos habían llamado la atención de todos los que se encontraban en el restaurante, quienes, picados por la curiosidad, se habían girado hacia ellos y ahora tenían sus ojillos clavados en sus nucas con una discreción más que nula. Ayame, consciente de ello, se encogió en su sitio roja como un tomate y volvió a ajustarse la cinta sobre la frente.