27/07/2017, 17:12
Los tres muchachos se acercaron a la escena con cierta cautela. Akame se detuvo a una distancia prudencial —al fin y al cabo, no quería verse envuelto en ningún tipo de problema—, y tanto Mogura como Juro se colocaron junto a él. Desde su posición, alcanzaron a oír al que parecía el guardia de mayor rango, identificado por un penacho de tela de color en lo alto de su casco.
—¡Vamos a ver si nos aclaramos! —protestaba el soldado, un hombre alto y de hombros anchos, rostro curtido, bigotes y perilla—. ¿Coincidimos en que los hechos tuvieron lugar en Hōkutomori? —los tres implicados asintieron—. ¿Y en que este hombre, Mifune Tōshiro, ha intentado asesinar a Mori Masayuki-dono y violar a su esposa?
El bandido protestó y los dos guardias que estaban más cerca de él le propinaron un par de bofetadas. El mentado samurái hizo amago de abalanzarse sobre el rufián, y otros dos soldados tuvieron que agarrarle. Mientras, la dama se incoroporaba y empezaba a increpar tanto a Tōshiro como a Masayuki.
—¡Orden! ¡Orden! —vociferó el guardia, tratando de imponer su voz a la de los tres personajes—. ¿¡Pero cómo puede ser esto!? Está bien, ahora hablaremos por turnos. Mori-dono, empiece.
El samurái de porte orgulloso y kimono de seda se irguió en toda su fortalecida compostura, alzando el mentón para dedicar una mirada de desprecio a Mifune Tōshiro y otra, casi idéntica, a su mujer. Luego se aclaró la garganta, cruzó ambas manos tras la espalda y comenzó a hablar.
—Lo que aquí ha sucedido es que he sido víctima de la maldad de este hombre y de la infidelidad de mi esposa. Antes de hoy yo era un guerrero aclamado y orgulloso, con múltiples hazañas en mi haber... Y con una esposa que me quería y me respetaba —apostilló, y de sus ojos oscuros saltaron chispas—. Me encontraba paseando por Hōkutomori con esta ramera a la que una vez llamé mi amada cuando fuimos atacados por sorpresa. ¡En el propio bosque sagrado! Claro, no podía ser obra de otra persona más que de esta rata sucia y alejada de la mano de los dioses, que no conoce el honor y en nada deposita su respeto.
»Atacándome vilmente por la espalda, este rufián me derribó y luego me ató de pies y manos. Mientras yo yacía inmovilizado y aturdido, él me robó mis armas y se aprovechó de mi esposa para satisfacer sus deseos más oscuros... ¡Y ella no sólo le consintió, sino que cuando Tōshiro le pidió que me abandonase para marcharse con él, aceptó de buen grado!
En aquel punto de la historia, Machiko levantó una mano, amenazando con abofetear a su marido, pero los guardias la detuvieron. El rufián, por su parte, rió con burla.
—Pero esto no es lo peor. Machiko-chan, mi amada, mi propia esposa... ¡Pidió a este mugriento bandido que me asesinara allí mismo, arguyendo que así evitarían mi venganza!
La escena estalló en gritos, insultos y discusiones de nuevo. Mientras los guardias trataban de poner orden, Akame se dirigió a sus improvisados compañeros con una mano en el mentón.
—Hm, ¿qué opináis del relato del samurái? —lanzó la pregunta al aire—. No digo que me parezca inverosímil, pero, ¿por qué iba su esposa a renunciar a su estatus de noble y a una vida acomodada por fugarse con un criminal?
—¡Vamos a ver si nos aclaramos! —protestaba el soldado, un hombre alto y de hombros anchos, rostro curtido, bigotes y perilla—. ¿Coincidimos en que los hechos tuvieron lugar en Hōkutomori? —los tres implicados asintieron—. ¿Y en que este hombre, Mifune Tōshiro, ha intentado asesinar a Mori Masayuki-dono y violar a su esposa?
El bandido protestó y los dos guardias que estaban más cerca de él le propinaron un par de bofetadas. El mentado samurái hizo amago de abalanzarse sobre el rufián, y otros dos soldados tuvieron que agarrarle. Mientras, la dama se incoroporaba y empezaba a increpar tanto a Tōshiro como a Masayuki.
—¡Orden! ¡Orden! —vociferó el guardia, tratando de imponer su voz a la de los tres personajes—. ¿¡Pero cómo puede ser esto!? Está bien, ahora hablaremos por turnos. Mori-dono, empiece.
El samurái de porte orgulloso y kimono de seda se irguió en toda su fortalecida compostura, alzando el mentón para dedicar una mirada de desprecio a Mifune Tōshiro y otra, casi idéntica, a su mujer. Luego se aclaró la garganta, cruzó ambas manos tras la espalda y comenzó a hablar.
—Lo que aquí ha sucedido es que he sido víctima de la maldad de este hombre y de la infidelidad de mi esposa. Antes de hoy yo era un guerrero aclamado y orgulloso, con múltiples hazañas en mi haber... Y con una esposa que me quería y me respetaba —apostilló, y de sus ojos oscuros saltaron chispas—. Me encontraba paseando por Hōkutomori con esta ramera a la que una vez llamé mi amada cuando fuimos atacados por sorpresa. ¡En el propio bosque sagrado! Claro, no podía ser obra de otra persona más que de esta rata sucia y alejada de la mano de los dioses, que no conoce el honor y en nada deposita su respeto.
»Atacándome vilmente por la espalda, este rufián me derribó y luego me ató de pies y manos. Mientras yo yacía inmovilizado y aturdido, él me robó mis armas y se aprovechó de mi esposa para satisfacer sus deseos más oscuros... ¡Y ella no sólo le consintió, sino que cuando Tōshiro le pidió que me abandonase para marcharse con él, aceptó de buen grado!
En aquel punto de la historia, Machiko levantó una mano, amenazando con abofetear a su marido, pero los guardias la detuvieron. El rufián, por su parte, rió con burla.
—Pero esto no es lo peor. Machiko-chan, mi amada, mi propia esposa... ¡Pidió a este mugriento bandido que me asesinara allí mismo, arguyendo que así evitarían mi venganza!
La escena estalló en gritos, insultos y discusiones de nuevo. Mientras los guardias trataban de poner orden, Akame se dirigió a sus improvisados compañeros con una mano en el mentón.
—Hm, ¿qué opináis del relato del samurái? —lanzó la pregunta al aire—. No digo que me parezca inverosímil, pero, ¿por qué iba su esposa a renunciar a su estatus de noble y a una vida acomodada por fugarse con un criminal?