31/07/2017, 19:53
(Última modificación: 31/07/2017, 19:55 por Aotsuki Ayame.)
Ni en uno de sus más extraños sueños podría haber llegado a imaginar lo que estaba sucediendo. De hecho, tenía unas imperiosas ganas de pellizcarse el brazo, sólo por comprobar que de verdad no estaba soñando, pero sabía que no era el comportamiento más adecuado cuando estaba ante la presencia de los tres Kage de las tres principales aldeas shinobi, y sus ninja de confianza, y en otra aldea que no era Amegakure. Y es que, si le hubieran dicho varios días atrás, cuando había ido a pedir una misión en solitario para suplir el tiempo mientras su hermano y sensei y Daruu estaban ocupados con otras cosas, que la misma Arashikage iba a requerir de sus servicios en una misión de alto secreto en Kusagakure, desde luego habría soltado una buena carcajada.
Pero allí estaba, después de un largo viaje en el que habían tenido que dar un pequeño rodeo para tomar el Túnel del País de la Tormenta y que les ahorraría un buen tiempo de viaje; acompañada por Yui-sama, otra ninja a la que no conocía pero que se había presentado como Shamise y que a todas luces parecía ser una kunoichi de alto rango y Moputa, el genin que una vez la ayudó con el examen de genin. Sentada con las piernas cruzadas y los puños apretados contra las rodillas en un vano intento por contener el nerviosismo que sentía. Se removió, inquieta, mientras miraba a su alrededor.
Enfrente de ellos estaban los representantes de Uzushiogakure. La nueva Uzukage tras la muerte de Shiona, Uzumaki Gouna, que aguardaba con impaciencia con los ojos cerrados mientras se golpeaba el brazo con uno de sus dedos. Iba a acompañada de un hombre sobrenaturalmente corpulento, tanto de musculatura como de corpulencia. Tal era su volumen que casi tapaba a los dos genin que, como ellos, estaban sentados detrás. Patsue era uno de ellos, pero el otro, aunque le sonaba de haberlo visto durante el torneo, no terminaba de ubicarlo en sus recuerdos.
A su izquierda, y ocupando el puesto central, el Morikage estaba acompañado de otro hombre bastante más joven que él que llevaba el rostro oculto entre las sombras de su kasa y del que sólo se podían ver sus cabellos, largos y de color cielo, y sus descomunales cejas, que sobresalían por debajo del mismo.
Todos ellos estaban esperando la llegada de los dos genin de Kusagakure, que debían tomar sus posiciones tal y como habían hecho todos los demás.
Y con aquella tensión en el ambiente, la espera se hizo tortuosamente larga... Hasta que la puerta de entrada a la azotea se abrió.
«¡Es Taeko-san!» Reparó Ayame, con radiante felicidad, al reconocer a la jovencita de cabellos plateados que iba ataviada con un elegante hanfu rosa adornado con motivos florales. Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no levantar la mano y salirse del protocolo, pero se permitió el lujo de dirigirle una alegre sonrisa y una leve inclinación de cabeza.
Al otro chico no lo conocía de nada. Era moreno de piel pero cabellos platinos, e iba vestido con colores increíblemente llamativos.
—¡Oh, Yota-kun, Taeko-chan! —les dijo Kenzou, con una afable sonrisa, que les invitó a acercarse y tomar sus posiciones—. Creía que Kusagakure no encontraría hoy dos ninjas para apoyar la misión.