31/07/2017, 20:20
—¡JODER! —gritó Akame, impotente. En lo que llevaban de esa noche había repetido aquella palabra más veces que en toda su vida. Eso simbolizaba bastante bien de qué modo las cosas habían salido mal en Isla Monotonía. «Por los huesos de Hazama, ¡maldita isla! ¡Así la engulla Susano'o con sus tormentas y acabe en el fondo del mar!» Apretó los puños con rabia; por lo que había podido averiguar hasta el momento, probablemente los habitantes de aquel lugar se llevaban bastante bien con el Tempestuoso Dios del Valor. O, al menos, le conocían.
En otras circunstancias, a Akame le habría encantado sentarse a charlar con aquel anciano del faro. O con los cultistas del sótano. Preguntarles en qué consistían aquellas técnicas que le habían hecho verse a sí mismo sentado a los hombros de dioses. Pero claro, no era el momento. Ahora tocaba correr.
El Uchiha salió propulsado hacia delante con toda la fuerza que le permitieron sus piernas, agarrando al timonel de un brazo y tirando de él. El puerto debía estar delante de ellos, a unos cinco minutos andando. Cinco minutos les separaban de la salvación.
Mientras el gennin corría, seguido —probablemente— por sus compañeros, de las viviendas empezaron a salir figuras. Pocas al principio, más después. Todas vestían con aquellas túnicas negras y llevaban en las manos cuchillos cuyo filo resplandecía a la luz de la Luna llena, palos y varas, piedras y, en esencia, lo primero que hubiesen podido coger —y que sirviese para amochar a un gennin—.
—¡Por la derecha, cuidado!
En el lado derecho de la calle perfectamente empedrada, una muchedumbre de unos diez sectarios se les echaban encima. Acababan de salir de una de las casas y en consecuencia formaban un grupo bastante compacto.
Sin embargo, no debían descuidarse por la izquierda. Tres figuras les habían salido al paso, buscando echárseles encima.
En otras circunstancias, a Akame le habría encantado sentarse a charlar con aquel anciano del faro. O con los cultistas del sótano. Preguntarles en qué consistían aquellas técnicas que le habían hecho verse a sí mismo sentado a los hombros de dioses. Pero claro, no era el momento. Ahora tocaba correr.
El Uchiha salió propulsado hacia delante con toda la fuerza que le permitieron sus piernas, agarrando al timonel de un brazo y tirando de él. El puerto debía estar delante de ellos, a unos cinco minutos andando. Cinco minutos les separaban de la salvación.
Mientras el gennin corría, seguido —probablemente— por sus compañeros, de las viviendas empezaron a salir figuras. Pocas al principio, más después. Todas vestían con aquellas túnicas negras y llevaban en las manos cuchillos cuyo filo resplandecía a la luz de la Luna llena, palos y varas, piedras y, en esencia, lo primero que hubiesen podido coger —y que sirviese para amochar a un gennin—.
—¡Por la derecha, cuidado!
En el lado derecho de la calle perfectamente empedrada, una muchedumbre de unos diez sectarios se les echaban encima. Acababan de salir de una de las casas y en consecuencia formaban un grupo bastante compacto.
Sin embargo, no debían descuidarse por la izquierda. Tres figuras les habían salido al paso, buscando echárseles encima.