1/08/2017, 01:17
Eri decidió esperar la respuesta de Juro en vez de insistirle más, sin embargo, un silencio suyo valía más que cien palabras mias. Eso pensaba yo y acerté, pues el Kuseño por primera vez desde que le había conocido, dijo la verdad. Simple y llana verdad.
— Mirad chicos, no quiero quedar por un mentiros más veces. No os estoy contando todo claramente. Pero como comprenderéis, tengo que reservar algún secreto para el torneo. Quiero que todo el público se quede sorprendido. Así seguro que destacaré.
Le dejé acabar de hablar ahora rebajando el aura de desconfianza hacía él, con Eri cerca y tal y como se estaba portando, no podía mantener mi mala hostia. Aunque Juro fuese un Kuseño era un kuseño descafeinado para mi, ya que a pesar de sus dotes venenosas y armas y blabla, a mis ojos no era más que el pobre chico que se perdió y casi le da un bastonazo un borracho.
— Así es. Esta es mi arma secreta. Mi hermana me ayudó a hacerla, pero yo siempre la reparo cuando se rompe. La llevo siempre, por si las moscas. El médico me ha dicho que es malo para mi espalda, pero que se le va a hacer.
Suspiré. Tal vez Kusagakure y Amegakure no fueran igual de malvadas, puede que Kusagakure solo fuera una oveja descarriada y Amegakure el lobo feroz. De los tropecientos Amenios que conocía y me habían hablado el 90% eran idiotas, violentos y maleducados. El 100% de Kuseños que conocía parecían inofensivos y medianamente civilizados.
— Juro, me alegro de que hayas sido sincero con nosotros. Pero yo me siento en la obligación de decirte la verdad sobre nuestros poderes, aunque no podrás decirselo a nadie nunca. Yo... soy capaz de freir el bacon sin que salte el aceite y Eri te puede enamorar con un guiño del ojo. Así que ten cuidado si te emparejan con nosotros.
Le sonreí afablemente como si tendiera la bandera de la tregua momentanea hasta un posterior reconocimiento de los peligros y los derechos de los Kuseños.
— Mirad chicos, no quiero quedar por un mentiros más veces. No os estoy contando todo claramente. Pero como comprenderéis, tengo que reservar algún secreto para el torneo. Quiero que todo el público se quede sorprendido. Así seguro que destacaré.
Le dejé acabar de hablar ahora rebajando el aura de desconfianza hacía él, con Eri cerca y tal y como se estaba portando, no podía mantener mi mala hostia. Aunque Juro fuese un Kuseño era un kuseño descafeinado para mi, ya que a pesar de sus dotes venenosas y armas y blabla, a mis ojos no era más que el pobre chico que se perdió y casi le da un bastonazo un borracho.
— Así es. Esta es mi arma secreta. Mi hermana me ayudó a hacerla, pero yo siempre la reparo cuando se rompe. La llevo siempre, por si las moscas. El médico me ha dicho que es malo para mi espalda, pero que se le va a hacer.
Suspiré. Tal vez Kusagakure y Amegakure no fueran igual de malvadas, puede que Kusagakure solo fuera una oveja descarriada y Amegakure el lobo feroz. De los tropecientos Amenios que conocía y me habían hablado el 90% eran idiotas, violentos y maleducados. El 100% de Kuseños que conocía parecían inofensivos y medianamente civilizados.
— Juro, me alegro de que hayas sido sincero con nosotros. Pero yo me siento en la obligación de decirte la verdad sobre nuestros poderes, aunque no podrás decirselo a nadie nunca. Yo... soy capaz de freir el bacon sin que salte el aceite y Eri te puede enamorar con un guiño del ojo. Así que ten cuidado si te emparejan con nosotros.
Le sonreí afablemente como si tendiera la bandera de la tregua momentanea hasta un posterior reconocimiento de los peligros y los derechos de los Kuseños.
—Nabi—