1/08/2017, 16:57
Akame asintió ante las palabras de sus compañeros de profesión. No les faltaba razón, pero el Uchiha aún así sentía que había más cosas que no encajaban. Callado y con el oído fino, prestó atención a la escena que se desarrollaba a un lado del sendero.
La risa estruendosa del bandido Mifune los sobresaltó a todos, incluídos a los guardias, que se apresuraron a inmovilizarlo cogiéndole entre dos de ellos. El tipo no paró de reír hasta momentos después, cuando el capitán de los soldados le hizo callar de una bofetada con su guantelete de hierro que le saltó un par de dientes. Toshirō habló con la boca ensangrentada, escupiendo salivajos rojos de tanto en tanto.
—¡Qué mentiroso, sucio, puto! —insultó a Masayuki, carcajeándose otra vez—. ¿Por qué no quieres que en el Valle se sepa que Mifune Toshirō, el asaltador de caminos, te dió una paliza? ¡Ihihihihi!
Entonces fue al samurái a quien los guardias debieron retener, aunque no con las mismas ganas que a Mifune —ni por asomo— para evitar que lastimase más al rufián.
—¿Cómo así? —interrogó el capitán.
Toshirō escupió otro esputo sanguioliento y soltó una risilla por lo bajo, negando con la cabeza. Luego, clavó sus ojos oscuros y maliciosos en la bella Machiko, que no paraba de sollozar tímidamente.
—Sí, yo les ataqué, pero la verdad es... ¡Que una suave brisa de viento veraniego fue la causa! —admitió con fervor—. Yo estaba durmiendo la mona sobre una de las ramas de un grueso árbol cuando vi pasar a esta pareja. Él caminaba orgulloso y ella llevaba el rostro protegido del Sol con un kasa de paja. Entonces se levantó una ráfaga de viento caliente que le arrancó el sombrero y lo hizo volar... —conforme relataba, el bandido se quedaba embobado, probablemente recordando la impresión que le había producido ver el rostro de Machiko—. ¡Pensé que era una diosa! Y tenía que poseerla.
»Así que bajé del árbol sigiloso como una serpiente, y les ataqué por sorpresa. Derribé a este hombre de un sólo golpe, y cuando fui a tomarla a ella, me dijo que sólo podría aceptarme si mataba a su marido en duelo honorable —agregó, sonriendo con visible malicia—. ¡Así que eso hice! Reté a este cobarde y mal peleador y le dí una buena tunda. Acabó tirando sus espadas a y pidiendo perdón. ¡Yihihihi!
De nuevo otro revuelo se armó cuando el ofendido Masayuki trató de encajarle un par de puñetazos a Toshirō y los guardias tuvieron que intervenir.
Apartados, los tres shinobi seguían observando. Akame se masajeó de nuevo el mentón con aire pensativo.
—Parece que vuestra teoría no andaba muy desencaminada, Manase-san, Eikyu-san —concedió, agachando la cabeza y cerrando los ojos—. El samurái tiene evidentes motivos para estar ofendido. Sin embargo, encuentro extraño que haya detalles que encajan en ambos relatos, como el hecho de que la mujer pidiera, de una forma u otra, la muerte de su marido.
La risa estruendosa del bandido Mifune los sobresaltó a todos, incluídos a los guardias, que se apresuraron a inmovilizarlo cogiéndole entre dos de ellos. El tipo no paró de reír hasta momentos después, cuando el capitán de los soldados le hizo callar de una bofetada con su guantelete de hierro que le saltó un par de dientes. Toshirō habló con la boca ensangrentada, escupiendo salivajos rojos de tanto en tanto.
—¡Qué mentiroso, sucio, puto! —insultó a Masayuki, carcajeándose otra vez—. ¿Por qué no quieres que en el Valle se sepa que Mifune Toshirō, el asaltador de caminos, te dió una paliza? ¡Ihihihihi!
Entonces fue al samurái a quien los guardias debieron retener, aunque no con las mismas ganas que a Mifune —ni por asomo— para evitar que lastimase más al rufián.
—¿Cómo así? —interrogó el capitán.
Toshirō escupió otro esputo sanguioliento y soltó una risilla por lo bajo, negando con la cabeza. Luego, clavó sus ojos oscuros y maliciosos en la bella Machiko, que no paraba de sollozar tímidamente.
—Sí, yo les ataqué, pero la verdad es... ¡Que una suave brisa de viento veraniego fue la causa! —admitió con fervor—. Yo estaba durmiendo la mona sobre una de las ramas de un grueso árbol cuando vi pasar a esta pareja. Él caminaba orgulloso y ella llevaba el rostro protegido del Sol con un kasa de paja. Entonces se levantó una ráfaga de viento caliente que le arrancó el sombrero y lo hizo volar... —conforme relataba, el bandido se quedaba embobado, probablemente recordando la impresión que le había producido ver el rostro de Machiko—. ¡Pensé que era una diosa! Y tenía que poseerla.
»Así que bajé del árbol sigiloso como una serpiente, y les ataqué por sorpresa. Derribé a este hombre de un sólo golpe, y cuando fui a tomarla a ella, me dijo que sólo podría aceptarme si mataba a su marido en duelo honorable —agregó, sonriendo con visible malicia—. ¡Así que eso hice! Reté a este cobarde y mal peleador y le dí una buena tunda. Acabó tirando sus espadas a y pidiendo perdón. ¡Yihihihi!
De nuevo otro revuelo se armó cuando el ofendido Masayuki trató de encajarle un par de puñetazos a Toshirō y los guardias tuvieron que intervenir.
Apartados, los tres shinobi seguían observando. Akame se masajeó de nuevo el mentón con aire pensativo.
—Parece que vuestra teoría no andaba muy desencaminada, Manase-san, Eikyu-san —concedió, agachando la cabeza y cerrando los ojos—. El samurái tiene evidentes motivos para estar ofendido. Sin embargo, encuentro extraño que haya detalles que encajan en ambos relatos, como el hecho de que la mujer pidiera, de una forma u otra, la muerte de su marido.