2/08/2017, 11:39
Sin embargo, Daruu no le dejó seguir comiendo. Tras la broma de los superpoderes le tomó de la mano justo cuando había cogido los palillos y atrajo a la kunoichi hacia él, que dejó escapar una exclamación de sorpresa. Sus rostros apenas estaban separados por unos meros milímetros. Ayame era capaz de sentir la cálida respiración de Daruu en sus mejillas, y se vio inevitablemente sumergida en sus ojos violáceos y penetrantes. El corazón le latía a tal velocidad que por un momento temió que él pudiera escucharlo a tan corta distancia.
—Yo tengo el superpoder de ver a través de las cosas, y creo que puedo ver a través de ti —susurró, y Ayame sintió sus mejillas arder—. Creo que tu superpoder es el de enamorarme más a cada segundo.
La besó de nuevo. Y sus labios acariciaron los suyos con una calidez y una suavidad que jamás había sentido. Si aquello era posible, su corazón se aceleró aún más y las mariposas de su estómago aletearon agitadas. Todo a su alrededor daba vueltas y cuando se separaron, una parte de ella se quedó con él.
Ayame se llevó una mano al pecho, aturdida. No sabía si reír o llorar o hacer ambas cosas para no equivocarse. Se agarró la cinta de tela, temblorosa.
—Yo... nunca había sentido esto... Es... raro... pero al mismo tiempo... —balbuceó, con torpeza. Con la cabeza aún gacha, alzó sus ojos hacia él—. Siempre... me has gustado... —confesó, con voz trémula—. Bueno, desde la academia. Me parecías un chico interesante pero nunca intercambiamos más que una dos palabras...
Se removió en el asiento y desvió la mirada.
—Nunca habría creído que podrías fijarte en alguien como yo... Y aún ahora sigo sin creérmelo...
—Yo tengo el superpoder de ver a través de las cosas, y creo que puedo ver a través de ti —susurró, y Ayame sintió sus mejillas arder—. Creo que tu superpoder es el de enamorarme más a cada segundo.
La besó de nuevo. Y sus labios acariciaron los suyos con una calidez y una suavidad que jamás había sentido. Si aquello era posible, su corazón se aceleró aún más y las mariposas de su estómago aletearon agitadas. Todo a su alrededor daba vueltas y cuando se separaron, una parte de ella se quedó con él.
Ayame se llevó una mano al pecho, aturdida. No sabía si reír o llorar o hacer ambas cosas para no equivocarse. Se agarró la cinta de tela, temblorosa.
—Yo... nunca había sentido esto... Es... raro... pero al mismo tiempo... —balbuceó, con torpeza. Con la cabeza aún gacha, alzó sus ojos hacia él—. Siempre... me has gustado... —confesó, con voz trémula—. Bueno, desde la academia. Me parecías un chico interesante pero nunca intercambiamos más que una dos palabras...
Se removió en el asiento y desvió la mirada.
—Nunca habría creído que podrías fijarte en alguien como yo... Y aún ahora sigo sin creérmelo...