3/08/2017, 10:24
(Última modificación: 3/08/2017, 10:48 por Aotsuki Ayame.)
Los dos genin de Kusagakure ocuparon sus respectivos lugares y Ayame se irguió en su puesto, esperando con impaciencia las explicaciones de por qué habían reunido allí a las tres aldeas. Asistió, perpleja y muda, a un breve intercambio de comentarios sardónicos entre la Arashikage y la Uzukage, hasta que intervino el Morikage para poner paz entre ambas. Ayame no conocía el contexto pero, por lo que pudo escuchar, a la entrada de Uzumaki Gouna como nueva Uzukage, una, o varias personas; murieron en el proceso.
Tragó saliva, inquieta.
Y entonces entraron al quid de la reunión.
—Estábamos tomando unas jarras de cerveza en una taberna cerca del Valle del Fin, cuando dos tipos, engalanados de negro y encapuchados, se sentaron al lado de mi mesa. Hablaban animadamente sobre unos "hilos". En clave, claro. Pero se notaba a la legua. Hablaron sobre cómo les quedaban sólo cuatro, y luego acordaron no hablar más del tema hasta el día siguiente. Lo de después era charla insustancial. Aunque había algo en la risa de uno de ellos que me puso los pelos de punta...
De repente, un lejano recuerdo sacudió la mente de Ayame acompañado de un desagradable escalofrío.
«¿Dónde he oído yo eso...?» Se preguntó, con el terrible presentimiento de que era algo sumamente importante y con la frustración de haberlo olvidado en algún momento.
Un reloj titiló en sus oídos, pero el sonido desapareció tan rápido como había aparecido. Algo dentro de Ayame se retorcía de miedo, pero casi le aterraba más el no saber de dónde venían todas aquellas sensaciones. Y, para colmo, entonces escuchó la voz de una mujer:
—¿Risa...? ¿Es... "uno que ha entendido de dónde viene el chakra y sabe utilizarlo"?.
Ayame se volvió bruscamente, buscando con ojos asustados el origen de aquella voz. No había sido ni la Arashikage, Ni Shanise, ni Gouna. Mucho menos Taeko. ¿Acaso se estaba volviendo loca de repente? Consciente de lo extraño de su comportamiento, la kunoichi volvió a su posición con el rostro completamente ruborizado. Pero su corazón seguía encogido de miedo en su pecho.
Tras unos breves segundos, Gouna siguió hablando.
—De modo que no pude quedarme de brazos cruzados. Simplemente, tuve el presentimiento de que algo no iba bien. Me llevé a un par de mis hombres y les seguimos hasta la catarata del Valle. Allí, esos dos hombres entraron en una caverna en el interior de la cascada. Uno de mis compañeros aquél día era un jounin con una gran maestría con el Byakugan, de modo que fue capaz de ver lo que ocurría dentro mientras aguardábamos a una distancia segura. Los encapuchados retiraron unas rocas y hallaron un extraño sello. El más bajito de los dos formuló una serie extraña de sellos manuales, que no había visto en mi vida. Puso la mano en el sello, lo abrió, y entonces, y entonces... —La Arashikage se interrumpió para tragar saliva. Era evidente que se venía algo grande—. —Se liberó una columna de energía verdosa visible a simple vista, hacia el cielo. Al principio era sólo como un hilo. Pero el encapuchado tiró de él hasta revelar un torrente de chakra enorme... Enorme. Se sintió como sí... No sé. He visto muchas cosas en mi vida, pero juraría que esa cantidad de chakra sería equivalente a un bijuu...
«¿Un bijū? ¿Capturaron un bijū?» Ayame se llevó una mano al pecho.
—¿Qué estás insinuando, Gouna...? —intervino el Morikage.
—El encapuchado absorbió toda esa energía y la asimiló como si no fuese nada. El Hyuuga dijo que era chakra natural. Que venía de dentro de la propia... corteza terrestre. Quisimos bajar para detenerlos cuando fue demasiado tarde y los individuos se esfumaron.
—Entonces... ¿hay alguien reuniendo una cantidad gigantesca de chakra? ¿Equiparable a un bijuu, dices? —comentó Yui y añadió, con cierta ironía en el tono de su voz—: Vaya, pues no veo yo el problema.
«A... ¿A qué se refiere? ¿Cómo que no ve el problema?» Se preguntó Ayame, aterrada.
El objetivo de la reunión era muy simple. Ya habían encontrado los tres hilos restantes, y resultaba que había uno por cada país ninja. Uno cerca del Árbol Sagrado del País de los Bosques, otro en una de las Islas del Té, La Mediana Roja, en el País de los Remolinos; y el último...
—El tercer y último sello... Está en el País de la Tormenta. En una antigua ciudad, destruída, muy grande. Desconozco cómo os referís a ella.
—La Ciudad Fantasma. Fue una de las primeras en caer con el ataque del Gobi.
Ayame levantó la cabeza, esta vez con interés. Hacía mucho tiempo que quería realizar una visita a la Ciudad Fantasma, tal y como había ido a visitar el Valle del Fin tiempo atrás. Aquel no iba a ser precisamente un viaje de placer, pero quizás consiguiera averiguar algo más sobre los bijū, y, en concreto, sobre el Gobi.
Y el objetivo del plan salió a la luz. Cada uno de los grupos iría a los respectivos lugares donde se había encontrado uno de los hilos. Los ninjas que acompañaban a los Kage dominaban el fūinjutsu, así que era previsible que lo que iban a intentar hacer era sellar dichos hilos de chakra. Los genin, por su parte, actuarían como refuerzo. Aunque en caso de combate habían recibido la orden de retirarse y, con ayuda de un pergamino que fue entregado a Shanise, utilizar una técnica de invocación para traer refuerzos.
«Esta... es una misión muy importante...» Se dijo Ayame, tragando saliva de nuevo. ¿Sería capaz de dar todo lo que se esperaba de ella?
Y justo cuando estaba comenzando a preguntarse por qué la habían traído a ella a una misión así, Shanise se inclinó sobre Yui y la curiosidad de la kunoichi la llevó a afinar el oído.
—¿Deberíamos llevar a Ayame-chan a esta misión, Yui-sama?
—Tenemos que alejarla de la aldea mientras investigamos a los Kajitsu Hōzuki. Nuestros ANBU seguirán patrullando transformados en ella, llamando la atención... Intentaremos usarlos de cebo para que salgan. Para encontrarlos.
«Otra vez los Hōzuki...» Pensó Ayame, frunciendo el ceño. Aquella era la única razón por la que la habían llevado allí. Primero su padre y su tío, ahora la misma Arashikage... ¿Cuánto tiempo más iban a tratarla como un lirio encerrado en una campana de cristal?
Tras un último intercambio de comentarios entre los Kage, la reunión pareció dar a su fin.
—Shanise. Cuídalos bien —les despidió Yui—. Especialmente...
Los ojos cristalinos de Yui se clavaron sobre los de Ayame, que sintió un ligero cosquilleo y agachó la cabeza. En ocasiones podía ser bastante cortita de miras, pero no lo era tanto como para ver que la estaba mirando como al jinchūriki que era. Y odiaba esa sensación de ser un ornamentado y lujoso jarrón con patas.
—Lo sé. No te preocupes, Yui-chan.
Se levantaron, y tras echar un breve vistazo a los integrantes de las otras dos aldeas, Ayame abandonó en completo silencio el edificio del Morikage tras los pasos de Shamise y acompañada por su compañero de aldea.
—Oh, no tuve la ocasión de agradecerte que me ayudaras con el examen de genin —dijo, obligándose a esbozar una alegre sonrisa que se sobrepusiera al miedo que sentía—. Será un placer trabajar contigo, Moputa-san.
Tragó saliva, inquieta.
Y entonces entraron al quid de la reunión.
—Estábamos tomando unas jarras de cerveza en una taberna cerca del Valle del Fin, cuando dos tipos, engalanados de negro y encapuchados, se sentaron al lado de mi mesa. Hablaban animadamente sobre unos "hilos". En clave, claro. Pero se notaba a la legua. Hablaron sobre cómo les quedaban sólo cuatro, y luego acordaron no hablar más del tema hasta el día siguiente. Lo de después era charla insustancial. Aunque había algo en la risa de uno de ellos que me puso los pelos de punta...
De repente, un lejano recuerdo sacudió la mente de Ayame acompañado de un desagradable escalofrío.
"...la tela del mundo lleva construyéndose mucho, mucho tiempo."
"Cuidáos del hombre con la risa escalofriante".
"Cuidáos del hombre con la risa escalofriante".
«¿Dónde he oído yo eso...?» Se preguntó, con el terrible presentimiento de que era algo sumamente importante y con la frustración de haberlo olvidado en algún momento.
«Tic... Tac... Tic... Tac...»
Un reloj titiló en sus oídos, pero el sonido desapareció tan rápido como había aparecido. Algo dentro de Ayame se retorcía de miedo, pero casi le aterraba más el no saber de dónde venían todas aquellas sensaciones. Y, para colmo, entonces escuchó la voz de una mujer:
—¿Risa...? ¿Es... "uno que ha entendido de dónde viene el chakra y sabe utilizarlo"?.
Ayame se volvió bruscamente, buscando con ojos asustados el origen de aquella voz. No había sido ni la Arashikage, Ni Shanise, ni Gouna. Mucho menos Taeko. ¿Acaso se estaba volviendo loca de repente? Consciente de lo extraño de su comportamiento, la kunoichi volvió a su posición con el rostro completamente ruborizado. Pero su corazón seguía encogido de miedo en su pecho.
Tras unos breves segundos, Gouna siguió hablando.
—De modo que no pude quedarme de brazos cruzados. Simplemente, tuve el presentimiento de que algo no iba bien. Me llevé a un par de mis hombres y les seguimos hasta la catarata del Valle. Allí, esos dos hombres entraron en una caverna en el interior de la cascada. Uno de mis compañeros aquél día era un jounin con una gran maestría con el Byakugan, de modo que fue capaz de ver lo que ocurría dentro mientras aguardábamos a una distancia segura. Los encapuchados retiraron unas rocas y hallaron un extraño sello. El más bajito de los dos formuló una serie extraña de sellos manuales, que no había visto en mi vida. Puso la mano en el sello, lo abrió, y entonces, y entonces... —La Arashikage se interrumpió para tragar saliva. Era evidente que se venía algo grande—. —Se liberó una columna de energía verdosa visible a simple vista, hacia el cielo. Al principio era sólo como un hilo. Pero el encapuchado tiró de él hasta revelar un torrente de chakra enorme... Enorme. Se sintió como sí... No sé. He visto muchas cosas en mi vida, pero juraría que esa cantidad de chakra sería equivalente a un bijuu...
«¿Un bijū? ¿Capturaron un bijū?» Ayame se llevó una mano al pecho.
—¿Qué estás insinuando, Gouna...? —intervino el Morikage.
—El encapuchado absorbió toda esa energía y la asimiló como si no fuese nada. El Hyuuga dijo que era chakra natural. Que venía de dentro de la propia... corteza terrestre. Quisimos bajar para detenerlos cuando fue demasiado tarde y los individuos se esfumaron.
—Entonces... ¿hay alguien reuniendo una cantidad gigantesca de chakra? ¿Equiparable a un bijuu, dices? —comentó Yui y añadió, con cierta ironía en el tono de su voz—: Vaya, pues no veo yo el problema.
«A... ¿A qué se refiere? ¿Cómo que no ve el problema?» Se preguntó Ayame, aterrada.
El objetivo de la reunión era muy simple. Ya habían encontrado los tres hilos restantes, y resultaba que había uno por cada país ninja. Uno cerca del Árbol Sagrado del País de los Bosques, otro en una de las Islas del Té, La Mediana Roja, en el País de los Remolinos; y el último...
—El tercer y último sello... Está en el País de la Tormenta. En una antigua ciudad, destruída, muy grande. Desconozco cómo os referís a ella.
—La Ciudad Fantasma. Fue una de las primeras en caer con el ataque del Gobi.
Ayame levantó la cabeza, esta vez con interés. Hacía mucho tiempo que quería realizar una visita a la Ciudad Fantasma, tal y como había ido a visitar el Valle del Fin tiempo atrás. Aquel no iba a ser precisamente un viaje de placer, pero quizás consiguiera averiguar algo más sobre los bijū, y, en concreto, sobre el Gobi.
Y el objetivo del plan salió a la luz. Cada uno de los grupos iría a los respectivos lugares donde se había encontrado uno de los hilos. Los ninjas que acompañaban a los Kage dominaban el fūinjutsu, así que era previsible que lo que iban a intentar hacer era sellar dichos hilos de chakra. Los genin, por su parte, actuarían como refuerzo. Aunque en caso de combate habían recibido la orden de retirarse y, con ayuda de un pergamino que fue entregado a Shanise, utilizar una técnica de invocación para traer refuerzos.
«Esta... es una misión muy importante...» Se dijo Ayame, tragando saliva de nuevo. ¿Sería capaz de dar todo lo que se esperaba de ella?
Y justo cuando estaba comenzando a preguntarse por qué la habían traído a ella a una misión así, Shanise se inclinó sobre Yui y la curiosidad de la kunoichi la llevó a afinar el oído.
—¿Deberíamos llevar a Ayame-chan a esta misión, Yui-sama?
—Tenemos que alejarla de la aldea mientras investigamos a los Kajitsu Hōzuki. Nuestros ANBU seguirán patrullando transformados en ella, llamando la atención... Intentaremos usarlos de cebo para que salgan. Para encontrarlos.
«Otra vez los Hōzuki...» Pensó Ayame, frunciendo el ceño. Aquella era la única razón por la que la habían llevado allí. Primero su padre y su tío, ahora la misma Arashikage... ¿Cuánto tiempo más iban a tratarla como un lirio encerrado en una campana de cristal?
Tras un último intercambio de comentarios entre los Kage, la reunión pareció dar a su fin.
—Shanise. Cuídalos bien —les despidió Yui—. Especialmente...
Los ojos cristalinos de Yui se clavaron sobre los de Ayame, que sintió un ligero cosquilleo y agachó la cabeza. En ocasiones podía ser bastante cortita de miras, pero no lo era tanto como para ver que la estaba mirando como al jinchūriki que era. Y odiaba esa sensación de ser un ornamentado y lujoso jarrón con patas.
—Lo sé. No te preocupes, Yui-chan.
Se levantaron, y tras echar un breve vistazo a los integrantes de las otras dos aldeas, Ayame abandonó en completo silencio el edificio del Morikage tras los pasos de Shamise y acompañada por su compañero de aldea.
—Oh, no tuve la ocasión de agradecerte que me ayudaras con el examen de genin —dijo, obligándose a esbozar una alegre sonrisa que se sobrepusiera al miedo que sentía—. Será un placer trabajar contigo, Moputa-san.