6/08/2017, 13:05
Akame alzó una ceja, interesado por el razonamiento del chico con joroba. «En efecto, parece que la dama es el punto de encuentro de ambas historias... Todo lo que sucede pasa por ella. ¿La dejarán hablar ahora?»
Mogura, por su parte, aportó una visión más lógica y analítica del asunto. Ciertamente aquel detalle sobre las espadas del samurái todavía permanecía sin resolver; ninguno de los hombres lo había mencionado. El Uchiha se quedó absorto mirando las vainas vacías que el guerrero llevaba colgando de su cinturón; «¿qué clase de espadachín perdería sus armas? Tal vez sea un deshonor tan grande que ni siquiera el bandido ha querido mencionar cómo ocurrió...»
—Masayuki —corrigió Akame al de la Lluvia, alzando el dedo índice—. Espero que ahora dejen hablar a la dama...
Y así fue. Tan pronto como el capitán de los guardias consiguió poner orden de nuevo, dos de los hombres ayudaron a levantarse a la bellísima Mori Machiko. Incluso desde la distancia, los tres gennin pudieron notar como sus corazones se encogían ante la visión de aquella espectacular mujer. «En parte puedo entender por qué Mifune Toshirō la confundió con una diosa... A mí me hubiese ocurrio lo mismo», caviló el Uchiha.
Machiko, todavía con lágrimas en los ojos, se irguió y comenzó su relato ante las mirada de desprecio del samurái y las risas murmuradas del bandido.
—Es cierto, lo que todos están pensando... —murmuró la dama, y luego señalando a Mifune gritó—. ¡Fui forzada por este hombre! Pero eso no es lo que llenó de tristeza mi corazón, sino que después de que este criminal me tomase... ¡Fui rechazada por mi propio esposo!
El samurái frunció el ceño pero no dijo nada, mientras Toshirō se reía por lo bajo, como una hiena.
—Me dijo que había mancillado su honor y que nunca más podría estar junto a él. ¡Después de sufrir como sufrí! —se lamentó Machiko, echándose a llorar—. Tomé su daga, porque este rufián se había llevado sus espadas, y traté de quitarme la vida... Pero acabé arrojando el cuchillo al suelo, me faltó el coraje. Ese ha sido mi único pecado...
El capitán de los guardias se mesaba el mentón con gesto reflexivo, probablemente tratando de encajar todas las piezas del rompecabezas en el que se había convertido aquel supuesto crimen. Pese a que había puntos en común en todos los relatos, las historias eran demasiado distintas como para que todas fuesen verdad.
Mogura, por su parte, aportó una visión más lógica y analítica del asunto. Ciertamente aquel detalle sobre las espadas del samurái todavía permanecía sin resolver; ninguno de los hombres lo había mencionado. El Uchiha se quedó absorto mirando las vainas vacías que el guerrero llevaba colgando de su cinturón; «¿qué clase de espadachín perdería sus armas? Tal vez sea un deshonor tan grande que ni siquiera el bandido ha querido mencionar cómo ocurrió...»
—Masayuki —corrigió Akame al de la Lluvia, alzando el dedo índice—. Espero que ahora dejen hablar a la dama...
Y así fue. Tan pronto como el capitán de los guardias consiguió poner orden de nuevo, dos de los hombres ayudaron a levantarse a la bellísima Mori Machiko. Incluso desde la distancia, los tres gennin pudieron notar como sus corazones se encogían ante la visión de aquella espectacular mujer. «En parte puedo entender por qué Mifune Toshirō la confundió con una diosa... A mí me hubiese ocurrio lo mismo», caviló el Uchiha.
Machiko, todavía con lágrimas en los ojos, se irguió y comenzó su relato ante las mirada de desprecio del samurái y las risas murmuradas del bandido.
—Es cierto, lo que todos están pensando... —murmuró la dama, y luego señalando a Mifune gritó—. ¡Fui forzada por este hombre! Pero eso no es lo que llenó de tristeza mi corazón, sino que después de que este criminal me tomase... ¡Fui rechazada por mi propio esposo!
El samurái frunció el ceño pero no dijo nada, mientras Toshirō se reía por lo bajo, como una hiena.
—Me dijo que había mancillado su honor y que nunca más podría estar junto a él. ¡Después de sufrir como sufrí! —se lamentó Machiko, echándose a llorar—. Tomé su daga, porque este rufián se había llevado sus espadas, y traté de quitarme la vida... Pero acabé arrojando el cuchillo al suelo, me faltó el coraje. Ese ha sido mi único pecado...
El capitán de los guardias se mesaba el mentón con gesto reflexivo, probablemente tratando de encajar todas las piezas del rompecabezas en el que se había convertido aquel supuesto crimen. Pese a que había puntos en común en todos los relatos, las historias eran demasiado distintas como para que todas fuesen verdad.