12/08/2017, 20:54
Pero la curiosidad tuvo que esperar hasta que ambos chicos salieron del restaurante. Caminaron bajo la luz de las estrellas agarrados de la mano hasta el exterior de Sendoshi, huyendo de las luces de la ciudad, y se dirigieron de vuelta hacia Nishinoya. Sin embargo, viraron ligeramente su recorrido hasta unas colinas cercanas, donde se tumbaron sobre el colchón que les ofrecía la hierba.
La mirada de Ayame volvió a sumergirse en las estrellas tal y como había hecho aquella noche en la cabaña de Daruu en Yachi. En Amegakure, con el cielo siempre encapotado, no tenía el lujo de poder degustar unas vistas así. Y desde luego estaba dispuesta a empaparse de aquella sensación todo el tiempo que pudiera hasta que tuviera que el torneo terminara y tuviera que volver a casa.
—Lo siento, Ayame. Me pudo la curiosidad —dijo Daruu de repente, y Ayame giró la mirada hacia él—. De verdad que lo siento. No quería estropearlo.
Ella negó con la cabeza, restándole importancia a los hechos.
—No has estropeado nada. De verdad. No te preocupes más por eso.
—Esto es muy bonito.
—Sí... —correspondió ella, devolviendo la mirada al cielo, insaciable. Terminó por soltar una risilla—. Y eso que me da miedo la oscuridad, pero con estas vistas me tientan a no volver a Amegakure.
Su mano volvió a ser capturada por la de Daruu, y el chico la estrechó con firmeza.
—¿Sobre qué tenía curiosidad, dirás? (Sé que estarás esperando la respuesta, te conozco) —dijo entonces, y Ayame no pudo negárselo. La curiosidad la había estado consumiendo desde que habían abandonado El Fideo Bailongo—. No sé. ¿Qué se siente? ¿Sientes algo... raro? ¿Notas algo diferente?
Los ojos de Ayame se ensombrecieron ligeramente, y como si Daruu le hubiese leído el pensamiento, enseguida añadió:
—Sé que es una pregunta muy estúpida, pero pregunto con total sinceridad. ¡Te lo prometo!
—Lo sé. Lo sé —respondió ella, sacudiendo la cabeza—. Es solo que... nunca he hablado de esto con nadie y... me resulta... raro. Sobre eso... La verdad, no te lo sabría decir con seguridad. Me sellaron al Gobi cuando era muy pequeña, así que no recuerdo si antes era diferente o era igual a ahora.
Calló durante unos instantes, pensativa, tratando de hacer memoria sobre diferentes acontecimientos.
—Sólo recuerdo que después de eso hubo una temporada en la que no paraba de tener pesadillas. Y, aunque ya no las tengo, sí hay ocasiones en las que siento pinchazos en la espalda... —se apresuró a esbozar una sonrisa, pero fue un gesto forzado y nervioso—. Aunque es muy posible que eso sea simple sugestión, o algo así.
»Hubo un momento en el que comencé a interesarme por este tema. Quiero saber más. Quiero saber más sobre los bijuu, sobre lo que pasó en el pasado con las otras Cinco Aldeas y sobre el desenlace en el Valle del Fin. Y por esa razón hice una visita allí hace relativamente poco. No sé qué esperaba encontrar allí pero, efectivamente, no encontré nada —admitió, con cierta irritación.
La mirada de Ayame volvió a sumergirse en las estrellas tal y como había hecho aquella noche en la cabaña de Daruu en Yachi. En Amegakure, con el cielo siempre encapotado, no tenía el lujo de poder degustar unas vistas así. Y desde luego estaba dispuesta a empaparse de aquella sensación todo el tiempo que pudiera hasta que tuviera que el torneo terminara y tuviera que volver a casa.
—Lo siento, Ayame. Me pudo la curiosidad —dijo Daruu de repente, y Ayame giró la mirada hacia él—. De verdad que lo siento. No quería estropearlo.
Ella negó con la cabeza, restándole importancia a los hechos.
—No has estropeado nada. De verdad. No te preocupes más por eso.
—Esto es muy bonito.
—Sí... —correspondió ella, devolviendo la mirada al cielo, insaciable. Terminó por soltar una risilla—. Y eso que me da miedo la oscuridad, pero con estas vistas me tientan a no volver a Amegakure.
Su mano volvió a ser capturada por la de Daruu, y el chico la estrechó con firmeza.
—¿Sobre qué tenía curiosidad, dirás? (Sé que estarás esperando la respuesta, te conozco) —dijo entonces, y Ayame no pudo negárselo. La curiosidad la había estado consumiendo desde que habían abandonado El Fideo Bailongo—. No sé. ¿Qué se siente? ¿Sientes algo... raro? ¿Notas algo diferente?
Los ojos de Ayame se ensombrecieron ligeramente, y como si Daruu le hubiese leído el pensamiento, enseguida añadió:
—Sé que es una pregunta muy estúpida, pero pregunto con total sinceridad. ¡Te lo prometo!
—Lo sé. Lo sé —respondió ella, sacudiendo la cabeza—. Es solo que... nunca he hablado de esto con nadie y... me resulta... raro. Sobre eso... La verdad, no te lo sabría decir con seguridad. Me sellaron al Gobi cuando era muy pequeña, así que no recuerdo si antes era diferente o era igual a ahora.
Calló durante unos instantes, pensativa, tratando de hacer memoria sobre diferentes acontecimientos.
—Sólo recuerdo que después de eso hubo una temporada en la que no paraba de tener pesadillas. Y, aunque ya no las tengo, sí hay ocasiones en las que siento pinchazos en la espalda... —se apresuró a esbozar una sonrisa, pero fue un gesto forzado y nervioso—. Aunque es muy posible que eso sea simple sugestión, o algo así.
»Hubo un momento en el que comencé a interesarme por este tema. Quiero saber más. Quiero saber más sobre los bijuu, sobre lo que pasó en el pasado con las otras Cinco Aldeas y sobre el desenlace en el Valle del Fin. Y por esa razón hice una visita allí hace relativamente poco. No sé qué esperaba encontrar allí pero, efectivamente, no encontré nada —admitió, con cierta irritación.