13/08/2017, 20:29
—No, eso lo entiendo, lo de seguir órdenes. Al fin y al cabo, somos eso. Somos ninjas. Somos soldados. Hacemos lo que nos ordenan, ¡y tenemos que hacerlo! —opinó Daruu, con determinación que casi asustaba—. No hacerlo nos convierte en traidores. No obstante, me dejó con la sangre helada que ni siquiera se disculpase de corazón. Quiero decir... ¡que tengas que hacer algo y no puedas oponerte a ello no significa que no estés de acuerdo!
Ayame no respondió con palabras, pero torció ligeramente el gesto. No obedecer las órdenes del Kage, como shinobi, los convertía en traidores... ¿Pero qué sería de ellos el día que les ordenaran algo que iba en contra de todos sus principios? ¿Qué sería de ella si alguna vez, tal y como había afirmado Senju en su encuentro con él, Yui decidía utilizar al Gobi como arma una vez más? No quería hacerlo. No podía permitir algo así. ¿Pero acaso podría negarse? No podía saberlo... Y no conocería la respuesta hasta que no se enfrentara a una situación así.
—Yo también tengo curiosidad sobre cómo acabó la cosa. Pero aquél chunin dijo que básicamente se trataba de farsantes. Eran una secta. Y estaban allá investigándola —continuó su compañero, en respuesta a sus preguntas sobre lo ocurrido en los restos de Konohagakure—. Eso sí, creo que fue castigado por intentar matarme... Según la carta que escribió Shiona-dono. A saber. Yo ya no quiero saber nada de aquello. Si te acercas mucho al horno te quemas, Ayame. Te quemas.
Ella suspiró, y sus dedos comenzaron a juguetear con las briznas de hierba. Los canto de los grillos hacían los coros de sus pensamientos. Unos pensamientos enturbiados y confundidos que se entremezclaban como un caótico torbellino.
—Una secta... ¿Descendientes de las gentes de Konohagakure, quizás? —se preguntó en voz alta, dando rienda suelta a su disparatada imaginación—. ¿Y si hay más? No sólo en Konohagakure, sino en las antiguas Kirigakure, Sunagakure, Kumogakure e Iwagakure. ¿Te imaginas que estuviesen planeando un realzamiento de las aldeas, o algo así?
Ayame no respondió con palabras, pero torció ligeramente el gesto. No obedecer las órdenes del Kage, como shinobi, los convertía en traidores... ¿Pero qué sería de ellos el día que les ordenaran algo que iba en contra de todos sus principios? ¿Qué sería de ella si alguna vez, tal y como había afirmado Senju en su encuentro con él, Yui decidía utilizar al Gobi como arma una vez más? No quería hacerlo. No podía permitir algo así. ¿Pero acaso podría negarse? No podía saberlo... Y no conocería la respuesta hasta que no se enfrentara a una situación así.
—Yo también tengo curiosidad sobre cómo acabó la cosa. Pero aquél chunin dijo que básicamente se trataba de farsantes. Eran una secta. Y estaban allá investigándola —continuó su compañero, en respuesta a sus preguntas sobre lo ocurrido en los restos de Konohagakure—. Eso sí, creo que fue castigado por intentar matarme... Según la carta que escribió Shiona-dono. A saber. Yo ya no quiero saber nada de aquello. Si te acercas mucho al horno te quemas, Ayame. Te quemas.
Ella suspiró, y sus dedos comenzaron a juguetear con las briznas de hierba. Los canto de los grillos hacían los coros de sus pensamientos. Unos pensamientos enturbiados y confundidos que se entremezclaban como un caótico torbellino.
—Una secta... ¿Descendientes de las gentes de Konohagakure, quizás? —se preguntó en voz alta, dando rienda suelta a su disparatada imaginación—. ¿Y si hay más? No sólo en Konohagakure, sino en las antiguas Kirigakure, Sunagakure, Kumogakure e Iwagakure. ¿Te imaginas que estuviesen planeando un realzamiento de las aldeas, o algo así?