14/08/2017, 20:43
Daruu se levantó se repente, y cuando Ayame alzó la mirada hacia él vio que se acercaba a ella.
—¿Sabes qué? Yo creo que no tiene sentido preocuparse por esas cosas, especialmente si no puedes controlarlas. Porque vas a quedarte así toda la vida —dijo, y le tendió una mano—. Ven, que te voy a enseñar una cosa.
Intrigada por sus palabras, Ayame no dudó un instante en aceptar su ayuda para levantarse. Aunque enseguida se arrepintió. Con el equilibrio desbalanceado, Daruu la arrojó hacia un lado. Los pies de la kunoichi se enredaron y, con una exclamación ahogada, vio como su cuerpo se precipitaba sin remedio y la hierba se acercaba a su rostro a toda velocidad. Rodó. Y la gravedad y la pendiente de la colina se encargó de acogerla en su seno.
—¡Escribe cuando llegues! —escuchó la voz de Daruu sobre ella, mientras seguía precipitándose.
En otra ocasión se habría echado a reír ante la broma. Habría sido lo mejor. Reír, dejarse llevar y, al conseguir frenar, abrazarse a él o devolvérsela de alguna manera. Quizás ambas cosas a la vez. Pero un tirón en la frente disparó todas sus alarmas, y cuando al fin consiguió detener el avance de su cuerpo, la kunoichi se levantó casi de un salto, tapándose la frente y sus ojos inundados de lágrimas mirando a su alrededor con desolación.
—¿¡Dónde está?! —exclamó, al tiempo que se agachaba y comenzaba a apartar algunos hierbajos para poder ver lo que había debajo de ellos—. ¡¿Dónde está mi cinta?! ¡¿Dónde está?!
—¿Sabes qué? Yo creo que no tiene sentido preocuparse por esas cosas, especialmente si no puedes controlarlas. Porque vas a quedarte así toda la vida —dijo, y le tendió una mano—. Ven, que te voy a enseñar una cosa.
Intrigada por sus palabras, Ayame no dudó un instante en aceptar su ayuda para levantarse. Aunque enseguida se arrepintió. Con el equilibrio desbalanceado, Daruu la arrojó hacia un lado. Los pies de la kunoichi se enredaron y, con una exclamación ahogada, vio como su cuerpo se precipitaba sin remedio y la hierba se acercaba a su rostro a toda velocidad. Rodó. Y la gravedad y la pendiente de la colina se encargó de acogerla en su seno.
—¡Escribe cuando llegues! —escuchó la voz de Daruu sobre ella, mientras seguía precipitándose.
En otra ocasión se habría echado a reír ante la broma. Habría sido lo mejor. Reír, dejarse llevar y, al conseguir frenar, abrazarse a él o devolvérsela de alguna manera. Quizás ambas cosas a la vez. Pero un tirón en la frente disparó todas sus alarmas, y cuando al fin consiguió detener el avance de su cuerpo, la kunoichi se levantó casi de un salto, tapándose la frente y sus ojos inundados de lágrimas mirando a su alrededor con desolación.
—¿¡Dónde está?! —exclamó, al tiempo que se agachaba y comenzaba a apartar algunos hierbajos para poder ver lo que había debajo de ellos—. ¡¿Dónde está mi cinta?! ¡¿Dónde está?!