14/08/2017, 23:03
—¡Ayame, por favor, calma! —exclamó Daruu, tomándola por la muñeca para frenar su desesperación.
Sin embargo, Ayame se revolvió, su brazo se licuó de repente para escapar del agarre y retrocedió varios pasos mientras seguía tapándose la frente como si le fuera la vida en ello. Aquella era la segunda vez que le hacía aquello a Daruu, utilizar su técnica de hidratación para escapar de él, pero estaba absolutamente ida de sí. Y sus ojos seguían buscando con avidez aquella cinta de tela que se le había caído.
—¿Es eso lo que tanto querías ocultar? —continuó él—. ¿Esa luna azul? Pero si...
Al fin la encontró. Se agachó a toda prisa y tomó la prenda entre sus manos con delicadeza, como si temiera que el simple roce con ella fuera a desintegrarla. Se dio la vuelta, dando la espalda a Daruu.
—Es la cosa más bonita que he visto en el mundo.
Ayame se interrumpió unos instantes, con las manos temblorosas. Sin embargo, terminó por agachar la cabeza, pasarse la cinta alrededor de la frente con una perfección casi milimétrica y después la anudó por debajo de sus cabellos.
—¡No es bonita! —exclamó, con las lágrimas corriendo por sus mejillas.
No estaban allí físicamente, pero Ayame los sentía. Los fantasmas del pasado, acosándola, señalándola con el dedo, riéndose de ella. Aquella luna era la raíz de muchos de sus problemas. Algo así no podía ser bonito. Simplemente, no podía.
Sin embargo, Ayame se revolvió, su brazo se licuó de repente para escapar del agarre y retrocedió varios pasos mientras seguía tapándose la frente como si le fuera la vida en ello. Aquella era la segunda vez que le hacía aquello a Daruu, utilizar su técnica de hidratación para escapar de él, pero estaba absolutamente ida de sí. Y sus ojos seguían buscando con avidez aquella cinta de tela que se le había caído.
—¿Es eso lo que tanto querías ocultar? —continuó él—. ¿Esa luna azul? Pero si...
Al fin la encontró. Se agachó a toda prisa y tomó la prenda entre sus manos con delicadeza, como si temiera que el simple roce con ella fuera a desintegrarla. Se dio la vuelta, dando la espalda a Daruu.
—Es la cosa más bonita que he visto en el mundo.
Ayame se interrumpió unos instantes, con las manos temblorosas. Sin embargo, terminó por agachar la cabeza, pasarse la cinta alrededor de la frente con una perfección casi milimétrica y después la anudó por debajo de sus cabellos.
—¡No es bonita! —exclamó, con las lágrimas corriendo por sus mejillas.
No estaban allí físicamente, pero Ayame los sentía. Los fantasmas del pasado, acosándola, señalándola con el dedo, riéndose de ella. Aquella luna era la raíz de muchos de sus problemas. Algo así no podía ser bonito. Simplemente, no podía.