15/08/2017, 22:51
(Última modificación: 15/08/2017, 23:00 por Aotsuki Ayame.)
—A mí me lo parece, y nada de lo que digas podrá cambiar eso —replicó Daruu—. ¿Por eso Setsuna y los suyos te llamaban alien? —añadió, y Ayame se encogió sobre sí misma con un gimoteo al escuchar aquella maldita palabra—. ¿Por esa luna? Desde luego, es cierto eso que dicen de los matones... Aprovechan cualquier detalle de mierda para hacerte la vida un infierno.
Se acercó a ella, despacio, pero Ayame ni siquiera se movió cuando sintió que apoyaba la mano sobre su hombro.
—Me da igual lo que decidas hacer con tu luna, Ayame-chan —continuó—. Tu padre lleva otra parecida en la frente, no es nada de lo que debieras preocuparte. A mí me parece bastante guay, ¿sabes? Tómatelo como mis dos colmillos.
Se señaló la mejilla izquierda, pero ella torció el gesto ligeramente. Daruu había elegido libremente dibujarse aquellos colmillos sobre su piel. Ella no había podido elegir tener aquella marca de nacimiento, ni en qué parte del cuerpo, ni su forma, ni su color... No era lo mismo. Y aunque su padre lucía con orgullo la luna creciente de su frente, ella era incapaz de hacer lo mismo con la suya.
—Pero si no quieres que la gente la vea, yo no voy a decir nada. Guardaré todos los secretos que quieras hoy —continuó, y Ayame asintió, implorante—. Pero por favor, no me pidas que asuma que es fea. Porque me encanta, como... como el resto de ti.
Suspiró.
—Te invito a un chocolate calentito. Tengo un poco en mi habitación... Puedo, puedo puedo ir a bu-buscarlo, no es que quiera que te v-vengas a mi habitación. Y nos vamos al dojo común. Un ratito. Y acabamos la cita bien. ¿Sí? Por favor. No estés triste...
Sin embargo, Ayame no le dejó irse muy lejos. Antes de que pudiera retomar el camino de vuelta a Nishinoya, le agarró con el dedo índice y pulgar por la manga de forma tímida, agachando la cabeza.
—N... no me dejes sola. Por favor... —balbuceó, suplicante. No quería quedarse ni un solo segundo a solas. De repente sentía un absoluto pánico a lo inexistente y necesitaba la compañía y el calor de Daruu para reconfortarla—. ¿Puedo... puedo ir contigo?
Se acercó a ella, despacio, pero Ayame ni siquiera se movió cuando sintió que apoyaba la mano sobre su hombro.
—Me da igual lo que decidas hacer con tu luna, Ayame-chan —continuó—. Tu padre lleva otra parecida en la frente, no es nada de lo que debieras preocuparte. A mí me parece bastante guay, ¿sabes? Tómatelo como mis dos colmillos.
Se señaló la mejilla izquierda, pero ella torció el gesto ligeramente. Daruu había elegido libremente dibujarse aquellos colmillos sobre su piel. Ella no había podido elegir tener aquella marca de nacimiento, ni en qué parte del cuerpo, ni su forma, ni su color... No era lo mismo. Y aunque su padre lucía con orgullo la luna creciente de su frente, ella era incapaz de hacer lo mismo con la suya.
—Pero si no quieres que la gente la vea, yo no voy a decir nada. Guardaré todos los secretos que quieras hoy —continuó, y Ayame asintió, implorante—. Pero por favor, no me pidas que asuma que es fea. Porque me encanta, como... como el resto de ti.
Suspiró.
—Te invito a un chocolate calentito. Tengo un poco en mi habitación... Puedo, puedo puedo ir a bu-buscarlo, no es que quiera que te v-vengas a mi habitación. Y nos vamos al dojo común. Un ratito. Y acabamos la cita bien. ¿Sí? Por favor. No estés triste...
Sin embargo, Ayame no le dejó irse muy lejos. Antes de que pudiera retomar el camino de vuelta a Nishinoya, le agarró con el dedo índice y pulgar por la manga de forma tímida, agachando la cabeza.
—N... no me dejes sola. Por favor... —balbuceó, suplicante. No quería quedarse ni un solo segundo a solas. De repente sentía un absoluto pánico a lo inexistente y necesitaba la compañía y el calor de Daruu para reconfortarla—. ¿Puedo... puedo ir contigo?