16/08/2017, 00:49
Al Uchiha le pareció notar cómo la temperatura de la habitación subía unos cuantos grados cuando Koko, de forma totalmente inocente, se inclinó sobre él con intención de recoger un sujetador que había en la cama, justo sobre la cabeza del muchacho. Akame sintió el impulso de cerrar los ojos y apretar los puños, pero se contuvo, y en lugar de ello se quedó con la vista fija en el rostro de ella. Estaban tan cerca que podía notar la respiración de la kunoichi, sus pechos apretándose ligeramente contra el torso de él.
«Por todos los dioses...»
Cuando Akame se dio cuenta de que lo que ella buscaba era la prenda, alargó la mano y la cogió en primer lugar.
—Creo que... Eh... Esta es la última —murmuró, rojo como un tomate, mientras le ponía el sujetador en la mano a su compañera de Aldea.
«Esto es tremendamente improfesional, por Amaterasu, ¿qué estoy... qué está... qué estamos haciendo?»
Sin embargo, la parte lógica de su cerebro parecía haberse tomado un merecido descanso. No quedaban allí cálculos, razonamientos ni deducciones. Sólo Koko, su cuerpo cálido, su olor dulzón, su pelo rubio que ahora caía lacio sobre el rostro del Uchiha. Él respiraba entrecortadamente, de forma acelerada, sin querer quitar los ojos del rostro de su compañera por miedo a lo que pudiera pasar si desviaba la mirada tan sólo un poco.
«Piensa, piensa, piensa en lo que habría hecho Datsue-kun...»
Entonces colocó una de sus manos en la cintura de ella y la atrajo ligeramente hacia él, de forma que sus cuerpos ya cercanos se apretaran un poco más. Notó su cálida respiración y la besó. Fue un beso torpe, tosco, sin un ápice de maestría. Pero le supo a gloria.
«Por todos los dioses...»
Cuando Akame se dio cuenta de que lo que ella buscaba era la prenda, alargó la mano y la cogió en primer lugar.
—Creo que... Eh... Esta es la última —murmuró, rojo como un tomate, mientras le ponía el sujetador en la mano a su compañera de Aldea.
«Esto es tremendamente improfesional, por Amaterasu, ¿qué estoy... qué está... qué estamos haciendo?»
Sin embargo, la parte lógica de su cerebro parecía haberse tomado un merecido descanso. No quedaban allí cálculos, razonamientos ni deducciones. Sólo Koko, su cuerpo cálido, su olor dulzón, su pelo rubio que ahora caía lacio sobre el rostro del Uchiha. Él respiraba entrecortadamente, de forma acelerada, sin querer quitar los ojos del rostro de su compañera por miedo a lo que pudiera pasar si desviaba la mirada tan sólo un poco.
«Piensa, piensa, piensa en lo que habría hecho Datsue-kun...»
Entonces colocó una de sus manos en la cintura de ella y la atrajo ligeramente hacia él, de forma que sus cuerpos ya cercanos se apretaran un poco más. Notó su cálida respiración y la besó. Fue un beso torpe, tosco, sin un ápice de maestría. Pero le supo a gloria.