17/08/2017, 13:23
(Última modificación: 17/08/2017, 13:30 por Uchiha Akame.)
El leñador quedó visiblemente sorprendido ante la actitud de los ninjas. Pese a que ellos eran shinobi, y él un simple proletario, parecían sumamente interesados en conocer lo que él tenía que contarles; y no dudaban en darle más credibilidad que a la historia del orgulloso samurái o la dama de belleza casi divina. Al menos, a priori. Para aquel hombre, que se había criado toda su vida en el Valle con escaso contacto con los ninja, ellos eran poco menos que magos, misteriosos guerreros que podían matarlo a uno sin siquiera estar en la misma habitación. Tales habladurías eran comunes entre la gente corriente, normalmente ajena a los métodos del Ninjutsu.
Así pues, el tipo sonrió con tristeza y luego, apoyándose en su vieja hacha y tocándose el vientre con la otra mano, empezó el relato.
—Yo volvía de cortar leña cuando vi la escena. Ese rufián, que se llama Mifune Toshirō, atacó vilmente a la pareja por la espalda. Mori Masayuki-dono cayó derribado del primer golpe, inconsciente, y entonces ese bandido forzó a la dama Machiko... —negó con la cabeza—. Lo que ocurrió después fue que Mifune se arrodilló ante ella, arrepentido de haberla forzado, y le pidió que se casara con él. Incluso aseguró que, después de tantos robos y asaltos, tenía un buen dinero ahorrado y que dejaría los caminos para irse con ella a donde quisieran. ¡Que se pondría a trabajar como un hombre honrado!
Akame no podía creerlo. Se irguió en su estatura, pensando por un momento si aquel leñador les estaba tomando el pelo. Sin embargo, decidió dejarle terminar el relato.
—En ese momento, Mori Masayuki-dono despertó. La dama Machiko dijo que ella, como esposa de un gran guerrero, no podía tomar esa decisión. Que tenían que batirse en duelo por su corazón.
»Pero entonces, Mori-dono se negó. Dijo que no arriesgaría su vida por una mujer así, que más lamentaría perder uno de sus buenos caballos que a la dama Machiko, y que lo mejor que ella podía hacer era rajarse el vientre. Porque ya no era su esposa nunca más, después de haber sido tomada por otro hombre.
«La puta madre, así que era cierto. ¿Todo se volvió encontra de la mujer? ¿Ella tenía razón?»
—Entonces —el leñador continuó su relato— Mifune Toshirō dijo que él tampoco iba a pelear por una mujer tan débil, y se dio la media vuelta para marcharse. La dama Machiko corrió entonces tras él, tirándole de la ropa, suplicando que no la dejase allí. Pero Toshirō se negó continuamente.
»Entonces ella secó sus lágrimas y empezó a insultarlos a ambos. A Mori Masayuki-dono le espetó ser un débil de corazón, incapaz de vengarse del hombre que había tomado a su esposa a la fuerza. Luego empezó a reírse del bandido Mifune, asegurando que al escuchar su nombre la primera vez sintió una gran excitación por poder marcharse con él y abandonar su aburrida vida. Pero que había demostrado ser tan débil como el samurái, incapaz de ganar a una mujer con su espada, y que se reiría de su cobardía mientras le quedase aliento en el pecho.
El leñador se puso en pie, sin dejar de agarrarse el vientre, y con la otra mano se colocó el hacha sobre su hombro. Akame no pudo evitar fijarse en lo abultada de su camisa.
—Heridos en su orgullo por las palabras y las risas de la dama Machiko, los dos hombres se enzarzaron en una pelea. No fue un duelo glorioso, a decir verdad... Ambos parecían muy asustados de salir heridos. Mifune perdió su espada en un momento del combate, y tanto la katana como la wakizashi de Mori Masayuki-dono quedaron trabadas en el tronco de un árbol.
»Entonces, alertados por el escándalo, llegaron los guardias del Juuchin y se los llevaron a todos.
Así pues, el tipo sonrió con tristeza y luego, apoyándose en su vieja hacha y tocándose el vientre con la otra mano, empezó el relato.
—Yo volvía de cortar leña cuando vi la escena. Ese rufián, que se llama Mifune Toshirō, atacó vilmente a la pareja por la espalda. Mori Masayuki-dono cayó derribado del primer golpe, inconsciente, y entonces ese bandido forzó a la dama Machiko... —negó con la cabeza—. Lo que ocurrió después fue que Mifune se arrodilló ante ella, arrepentido de haberla forzado, y le pidió que se casara con él. Incluso aseguró que, después de tantos robos y asaltos, tenía un buen dinero ahorrado y que dejaría los caminos para irse con ella a donde quisieran. ¡Que se pondría a trabajar como un hombre honrado!
Akame no podía creerlo. Se irguió en su estatura, pensando por un momento si aquel leñador les estaba tomando el pelo. Sin embargo, decidió dejarle terminar el relato.
—En ese momento, Mori Masayuki-dono despertó. La dama Machiko dijo que ella, como esposa de un gran guerrero, no podía tomar esa decisión. Que tenían que batirse en duelo por su corazón.
»Pero entonces, Mori-dono se negó. Dijo que no arriesgaría su vida por una mujer así, que más lamentaría perder uno de sus buenos caballos que a la dama Machiko, y que lo mejor que ella podía hacer era rajarse el vientre. Porque ya no era su esposa nunca más, después de haber sido tomada por otro hombre.
«La puta madre, así que era cierto. ¿Todo se volvió encontra de la mujer? ¿Ella tenía razón?»
—Entonces —el leñador continuó su relato— Mifune Toshirō dijo que él tampoco iba a pelear por una mujer tan débil, y se dio la media vuelta para marcharse. La dama Machiko corrió entonces tras él, tirándole de la ropa, suplicando que no la dejase allí. Pero Toshirō se negó continuamente.
»Entonces ella secó sus lágrimas y empezó a insultarlos a ambos. A Mori Masayuki-dono le espetó ser un débil de corazón, incapaz de vengarse del hombre que había tomado a su esposa a la fuerza. Luego empezó a reírse del bandido Mifune, asegurando que al escuchar su nombre la primera vez sintió una gran excitación por poder marcharse con él y abandonar su aburrida vida. Pero que había demostrado ser tan débil como el samurái, incapaz de ganar a una mujer con su espada, y que se reiría de su cobardía mientras le quedase aliento en el pecho.
El leñador se puso en pie, sin dejar de agarrarse el vientre, y con la otra mano se colocó el hacha sobre su hombro. Akame no pudo evitar fijarse en lo abultada de su camisa.
—Heridos en su orgullo por las palabras y las risas de la dama Machiko, los dos hombres se enzarzaron en una pelea. No fue un duelo glorioso, a decir verdad... Ambos parecían muy asustados de salir heridos. Mifune perdió su espada en un momento del combate, y tanto la katana como la wakizashi de Mori Masayuki-dono quedaron trabadas en el tronco de un árbol.
»Entonces, alertados por el escándalo, llegaron los guardias del Juuchin y se los llevaron a todos.