22/08/2017, 11:47
Daruu condujo a Ayame hacia la puerta de su habitación, que resultó ser, en una divertida coincidencia del destino, la tercera puerta a la izquierda desde la salida hacia el jardín.
—Si tu habitación hubiese estado en el lado derecho podríamos habernos saludado desde la ventana —comentó, con una carcajada que no escondía el nerviosismo que sentía.
La habitación, tal y como era previsible, seguía una estructura similar a la suya propia. Sin embargo, la decoración era bien distinta.
—Pu-pu-puedes sentarte a-ahí si quieres... —le dijo Daruu, señalando su cama cubierta por sábanas de un color azul cielo—. Yo mientras pre-pre-paro las tazas y-y eso. ¿V-vale?
—Va... vale... —respondió ella, en un débil balbuceo.
Con el rostro ardiendo con la fuerza de mil infiernos, Ayame se acercó a la cama y se sentó prácticamente en el borde, con todos los músculos en tensión. Sus ojos, nerviosos, seguían todos y cada uno de los movimientos de Daruu mientras se acercaba a la nevera, sacaba un cartón de leche y un paquete de chocolate y después volvía a la cocina para ponerse manos a la obra.
«Relájate, maldita sea...» Se regañó, tratando de obligar a sus músculos a que se distendieran. Pero su cuerpo no la hacía caso. Estaba encerrada en la habitación de un chico. Sentada sobre su cama. Aquello atentaba contra todos los principios educativos que le habían inculcado desde niña. Pero aquel chico era Daruu. Él no sería capaz de hacerle nada malo... ¿No?
Se odiaba. Se odiaba por desconfiar de aquella manera de él. No sólo era ahora su novio. También había sido su primer y mejor amigo, y además su compañero de equipo. ¿Cómo iba a dañarla?
—¿Sabes? En cierta manera, ya hecho de menos las aventuras con Kōri-sensei —La voz de Daruu la sacó de sus pensamientos bruscamente.
—La verdad es que yo también... —respondió, con una sonrisa. Pero también echaba de menos su presencia. Y la de su padre. Incluso la de su tío. Entonces un recuerdo fugaz cruzó su mente—: Ah, nunca tuve la oportunidad de agradecerte lo que hiciste en el laberinto por mí. Si no hubiese sido por ti, yo ahora...
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo con el recuerdo de las serpientes y el de la sensación que el veneno dejó en su cuerpo. Por no hablar del periodo de recuperación en el hospital, largo y tortuoso... Pero seguía viva. Y si así era había sido gracias a la rápida actuación de Daruu.
¿Cómo podía entonces desconfiar del chico que le había salvado la vida?
—Si tu habitación hubiese estado en el lado derecho podríamos habernos saludado desde la ventana —comentó, con una carcajada que no escondía el nerviosismo que sentía.
La habitación, tal y como era previsible, seguía una estructura similar a la suya propia. Sin embargo, la decoración era bien distinta.
—Pu-pu-puedes sentarte a-ahí si quieres... —le dijo Daruu, señalando su cama cubierta por sábanas de un color azul cielo—. Yo mientras pre-pre-paro las tazas y-y eso. ¿V-vale?
—Va... vale... —respondió ella, en un débil balbuceo.
Con el rostro ardiendo con la fuerza de mil infiernos, Ayame se acercó a la cama y se sentó prácticamente en el borde, con todos los músculos en tensión. Sus ojos, nerviosos, seguían todos y cada uno de los movimientos de Daruu mientras se acercaba a la nevera, sacaba un cartón de leche y un paquete de chocolate y después volvía a la cocina para ponerse manos a la obra.
«Relájate, maldita sea...» Se regañó, tratando de obligar a sus músculos a que se distendieran. Pero su cuerpo no la hacía caso. Estaba encerrada en la habitación de un chico. Sentada sobre su cama. Aquello atentaba contra todos los principios educativos que le habían inculcado desde niña. Pero aquel chico era Daruu. Él no sería capaz de hacerle nada malo... ¿No?
Se odiaba. Se odiaba por desconfiar de aquella manera de él. No sólo era ahora su novio. También había sido su primer y mejor amigo, y además su compañero de equipo. ¿Cómo iba a dañarla?
—¿Sabes? En cierta manera, ya hecho de menos las aventuras con Kōri-sensei —La voz de Daruu la sacó de sus pensamientos bruscamente.
—La verdad es que yo también... —respondió, con una sonrisa. Pero también echaba de menos su presencia. Y la de su padre. Incluso la de su tío. Entonces un recuerdo fugaz cruzó su mente—: Ah, nunca tuve la oportunidad de agradecerte lo que hiciste en el laberinto por mí. Si no hubiese sido por ti, yo ahora...
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo con el recuerdo de las serpientes y el de la sensación que el veneno dejó en su cuerpo. Por no hablar del periodo de recuperación en el hospital, largo y tortuoso... Pero seguía viva. Y si así era había sido gracias a la rápida actuación de Daruu.
¿Cómo podía entonces desconfiar del chico que le había salvado la vida?