22/08/2017, 23:01
—Mira, ¿ves? Los laberintos no los hecho de menos —sentenció Daruu, y Ayame no pudo estar más de acuerdo con él. Y eso que siempre le habían parecido divertidos los laberintos—. Pero no creo que tengas por qué agradecerme nada. Ayame, me salvaste la vida primero, a la entrada del laberinto. Ambos trabajamos juntos. Creo que nos vino bien, como equipo, y como amigos, y como...
El rubor volvió a las mejillas de los dos jóvenes, al recordar aquel torpe y aterrorizado primer beso.
—Bueno, creo que el chocolate ya está. —Cambió de tema, y fue entonces cuando Ayame fue consciente del delicioso aroma que inundaba el ambiente.
Tras verter el chocolate en dos tazas, Daruu abrió la nevera y dibujó una flor de nata sobre cada una de ellas. Ayame le contemplaba prácticamente boquiabierta, con los ojos brillantes y las manos unidas en un profundo gesto de admiración.
—Qué buena pinta —dijo él, al tiempo que cogía una taza y se acercaba a ella.
Antes de ponerla en sus manos le dio un breve beso en los labios, y a Ayame casi se le cayó la taza por el temblor de sus manos inquietas.
—B-bueno. Vamos al d-dojo común. Allí hay unos sofás muy buenos para sentarse y hablar, y eso. ¡Cuidado con la taza, cógela del asa, que el chocolate aún quema!
—V... vale... Esperemos que siga abierto a estas horas... —respondió ella, tomando con cuidado la taza y reincorporándose.
Los dos chicos abandonaron la habitación y retomaron el camino. El dojo común no era más que el edificio que quedaba entre los aposentos de las chicas y de los chicos y quedaba al fondo del patio con el estanque, era un lugar con múltiples espacios de entrenamiento, entre las que se encontraban diversos dojos y plataformas. Pero Ayame y Daruu se dirigieron al salón principal y tomaron asiento en uno de los múltiples sofás.
—¡Está riquísimo! —exclamó Ayame, que había pegado un sorbo a su chocolate después de asegurarse bien de que ya no estaba tan caliente como para quemarse los labios. Se relamió con gusto, aunque no se dio cuenta de que se le había quedado un pegotito de nata en la punta de la nariz.
El rubor volvió a las mejillas de los dos jóvenes, al recordar aquel torpe y aterrorizado primer beso.
—Bueno, creo que el chocolate ya está. —Cambió de tema, y fue entonces cuando Ayame fue consciente del delicioso aroma que inundaba el ambiente.
Tras verter el chocolate en dos tazas, Daruu abrió la nevera y dibujó una flor de nata sobre cada una de ellas. Ayame le contemplaba prácticamente boquiabierta, con los ojos brillantes y las manos unidas en un profundo gesto de admiración.
—Qué buena pinta —dijo él, al tiempo que cogía una taza y se acercaba a ella.
Antes de ponerla en sus manos le dio un breve beso en los labios, y a Ayame casi se le cayó la taza por el temblor de sus manos inquietas.
—B-bueno. Vamos al d-dojo común. Allí hay unos sofás muy buenos para sentarse y hablar, y eso. ¡Cuidado con la taza, cógela del asa, que el chocolate aún quema!
—V... vale... Esperemos que siga abierto a estas horas... —respondió ella, tomando con cuidado la taza y reincorporándose.
Los dos chicos abandonaron la habitación y retomaron el camino. El dojo común no era más que el edificio que quedaba entre los aposentos de las chicas y de los chicos y quedaba al fondo del patio con el estanque, era un lugar con múltiples espacios de entrenamiento, entre las que se encontraban diversos dojos y plataformas. Pero Ayame y Daruu se dirigieron al salón principal y tomaron asiento en uno de los múltiples sofás.
—¡Está riquísimo! —exclamó Ayame, que había pegado un sorbo a su chocolate después de asegurarse bien de que ya no estaba tan caliente como para quemarse los labios. Se relamió con gusto, aunque no se dio cuenta de que se le había quedado un pegotito de nata en la punta de la nariz.