24/08/2017, 23:06
—Gracias, Ayame-chan —respondió él con timidez, agachando la mirada—. ¿Qué te parece el Valle de los Dojos? Es un lugar superbonito, ¿no? Aunque estoy pasando algo de calo-...
La pregunta de Daruu se vio interrumpida por una súbita y escandalosa carcajada. Ayame, sobresaltada, estuvo a punto de derramar el contenido de su taza.
—Q... ¿Qué pasa? —preguntó, mirando a su alrededor alterada. Pero ambos estaban solos, y Daruu seguía riéndose desparramado en el sofá, agarrándose el vientre con ambos brazos como si temiera que se le fueran a salir las entrañas de la boca de tanto reír.
Entonces la señaló a ella.
—¡Tienes... tienes nata en la nariz! —exclamó.
Con un gemido ahogado, y deseando que la tierra se la tragara, Ayame dejó su taza sobre la mesa y se apresuró a limpiarse con una servilleta que había traído consigo. Frotó con insistencia, hasta que se sintió segura de haberse quitado cualquier rastro de nata en la nariz, y sólo entonces asomó su colorado rostro.
—¿Ya está...? —preguntó con un hilo de voz. Pero enseguida rompió a reír ella también.
Ambos muchachos se quedaron un rato allí, degustando sus respectivos chocolates y hablando de temas triviales que sólo a ellos les importaban hasta que Ayame sintió que los párpados comenzaban a pesarle. Fue entonces cuando llegaron las despedidas.
—Gracias por el chocolate. E... espero que nos veamos pronto —le dijo Ayame, y armándose de todo el valor que fue capaz de reunir, le dio un beso en los labios antes de girarse y echar a correr hacia su propia habitación con aquella hormigueante y adictiva sensación en los labios que resultaba ser más dulce que el chocolate...
La pregunta de Daruu se vio interrumpida por una súbita y escandalosa carcajada. Ayame, sobresaltada, estuvo a punto de derramar el contenido de su taza.
—Q... ¿Qué pasa? —preguntó, mirando a su alrededor alterada. Pero ambos estaban solos, y Daruu seguía riéndose desparramado en el sofá, agarrándose el vientre con ambos brazos como si temiera que se le fueran a salir las entrañas de la boca de tanto reír.
Entonces la señaló a ella.
—¡Tienes... tienes nata en la nariz! —exclamó.
Con un gemido ahogado, y deseando que la tierra se la tragara, Ayame dejó su taza sobre la mesa y se apresuró a limpiarse con una servilleta que había traído consigo. Frotó con insistencia, hasta que se sintió segura de haberse quitado cualquier rastro de nata en la nariz, y sólo entonces asomó su colorado rostro.
—¿Ya está...? —preguntó con un hilo de voz. Pero enseguida rompió a reír ella también.
Ambos muchachos se quedaron un rato allí, degustando sus respectivos chocolates y hablando de temas triviales que sólo a ellos les importaban hasta que Ayame sintió que los párpados comenzaban a pesarle. Fue entonces cuando llegaron las despedidas.
—Gracias por el chocolate. E... espero que nos veamos pronto —le dijo Ayame, y armándose de todo el valor que fue capaz de reunir, le dio un beso en los labios antes de girarse y echar a correr hacia su propia habitación con aquella hormigueante y adictiva sensación en los labios que resultaba ser más dulce que el chocolate...