26/08/2017, 13:13
El leñador pareció dudar unos momentos. Quizás estaba pensando con qué mano coger el ungüento que le ofrecía Mogura. Quizá cavilaba sobre la posibilidad de echar a correr, y sobre si el ninja le atraparía. También, probablemente, pensaba en si en realidad aquel shinobi sólo quería jugar con él antes de detenerle.
Sea como fuere, el tipo tragó saliva y luego alargó el brazo con el que se había estado agarrando el vientre. Nada más sus dedos tocaron el tarro que le ofrecía Mogura, las costuras de su camisa cedieron y un objeto de tamaño mediano —apenas un par de palmos— cayó al suelo entre sus pies.
Era una daga preciosamente ornamentada, con diamantes incrustados tanto en la vaina como en el pomo y la empuñadura. El leñador se quedó pálido.
Sea como fuere, el tipo tragó saliva y luego alargó el brazo con el que se había estado agarrando el vientre. Nada más sus dedos tocaron el tarro que le ofrecía Mogura, las costuras de su camisa cedieron y un objeto de tamaño mediano —apenas un par de palmos— cayó al suelo entre sus pies.
Era una daga preciosamente ornamentada, con diamantes incrustados tanto en la vaina como en el pomo y la empuñadura. El leñador se quedó pálido.