12/09/2017, 04:43
Umikiba-san —una voz familiar rompió aquel lúgubre silencio y le sacó en súbito de su ensimismamiento, obligándole a torcer la mirada y fijarse en dirección de la que provenía aquel llamado. Ahí, como era de esperarse, se encontró a un muchacho alto, con postura recta y educada; haciendo alarde de su fina ropa y del abanico que se mecía parsimoniosamente frente a su rostro. Se trataba de Manase Mogura, genin de Amegakure. El médico más prometedor de la nueva camada de novatos, decían las malas lenguas—. ¿Cómo se encuentra?
—Mogura-kun, ¡a ti justo te quería ver! —contestó, con pesadez en su tono de voz; aunque con un creciente ánimo repentino por la presencia de su colega. Y tenía su razón de ser, desde luego, ya que tendría un buen par de preguntas para la persona que enfrentó a la difunta Aiko en la primera ronda, antes de él. Quizás, sólo quizás; el muchacho sabría mejor acerca de los tormentos que habían llevado a la mujer de papel y terminar con su vida—. Yo, bueno; me encuentro bien. Con un par de heridas aún por terminarse de curar, pero ahí vamos, sobre la puta marcha.
Poco luego se levantó del suelo, se sacudió la grama del culo y extendió el brazo, a fin de estrecharle la mano al galante de Mogura. El derecho tenía un vendaje envolviéndole una área bastante amplia del antebrazo, ahí a donde había recibido el dulce beso metálico de un par de armas de su última oponente.
—Y tú, ¿qué tal? ¿disfrutando del torneo? ¿qué te ha parecido hasta ahora? ¿Has visto...
Tragó saliva.
... has visto lo que pasó en mi combate?
—Mogura-kun, ¡a ti justo te quería ver! —contestó, con pesadez en su tono de voz; aunque con un creciente ánimo repentino por la presencia de su colega. Y tenía su razón de ser, desde luego, ya que tendría un buen par de preguntas para la persona que enfrentó a la difunta Aiko en la primera ronda, antes de él. Quizás, sólo quizás; el muchacho sabría mejor acerca de los tormentos que habían llevado a la mujer de papel y terminar con su vida—. Yo, bueno; me encuentro bien. Con un par de heridas aún por terminarse de curar, pero ahí vamos, sobre la puta marcha.
Poco luego se levantó del suelo, se sacudió la grama del culo y extendió el brazo, a fin de estrecharle la mano al galante de Mogura. El derecho tenía un vendaje envolviéndole una área bastante amplia del antebrazo, ahí a donde había recibido el dulce beso metálico de un par de armas de su última oponente.
—Y tú, ¿qué tal? ¿disfrutando del torneo? ¿qué te ha parecido hasta ahora? ¿Has visto...
Tragó saliva.
... has visto lo que pasó en mi combate?