3/10/2017, 10:39
Tanzaku Gai, la capital del País del Fuego... La capital de la noche, el jolgorio, los clubes de juegos de azar y de casas de mujeres vendiendo sus cuerpos.
El viaje desde Amegakure había sido terriblemente largo, y eso que habían tomado el Túnel para ahorrar gran parte del tiempo, y ni siquiera la perspectiva de la gran ciudad le apasionaba en absoluto. Ayame prefería los lugares tranquilos, los lugares donde pudiera respirar algo de naturaleza; y Tanzaku Gai no resultaba ser más que una versión de Amegakure sin lluvia y con las casas más bajitas. Pero necesitaba salir y estirar las piernas, y por eso se había ofrecido a acompañar a Kōri en una de sus misiones sin poner ni una pega al respecto.
Por suerte, avanzar entre las multitudes de las grandes avenidas no resultaba demasiado complicado. La gente, extrañada, se apartaba automáticamente cuando sentían la gélida brisa que emanaba del cuerpo de Kōri. Por lo que en cuestión de pocos minutos llegaron a la plaza central de Tanzaku Gai. Y cerca de uno de los incontables puestos de mercadeo, clavado de cualquier manera en una valla de madera, un cartel de grandes letras doradas llamó la atención de Ayame, que se quedó algo rezagada.
—Ayame, ¿me estás escuchando? —le voz de su hermano la asustó. Con un pequeño brinco, Ayame se giró hacia él interrogante—. Te decía que el intermediario está cerca de aquí, así que debemos separarnos. Intenta no meterte en demasiados líos, ¿de acuerdo?
—Sí, sí, sí. —Ayame asintió varias veces y, tras varios segundos de titubeo, señaló el cartel en el que se había estado fijando hacía unos pocos segundos—. ¿Puedo ir allí?
Kōri observó con semblante pensativo el cartel señalado. Su rostro, como era costumbre, no dejaba pasar ninguna expresión o sentimiento. Y durante unos instantes Ayame se temió que se lo denegara. Pero al final asintió.
—Mejor eso a que vayas deambulando por ahí. Te pasaré a buscar luego.
—¡Bien! —exclamó ella, feliz, y los dos hermanos se separaron.
Su intención era asistir como espectadora al concurso, ¡ni loca se subiría a un escenario! Desde luego un festival musical era mucho mejor que vaguear entre mercados, casas de azar y clubs de alterne. Y al menos le permitiría entretenerse mientras Kōri estaba ocupado con sus propios asuntos.
«¿Qué tipo de artistas habrá por allí? ¿Qué instrumentos tocarán?» Se preguntaba una curiosa Ayame, de camino al punto de encuentro, mientras tarareaba de forma distraída una cancioncilla.
El viaje desde Amegakure había sido terriblemente largo, y eso que habían tomado el Túnel para ahorrar gran parte del tiempo, y ni siquiera la perspectiva de la gran ciudad le apasionaba en absoluto. Ayame prefería los lugares tranquilos, los lugares donde pudiera respirar algo de naturaleza; y Tanzaku Gai no resultaba ser más que una versión de Amegakure sin lluvia y con las casas más bajitas. Pero necesitaba salir y estirar las piernas, y por eso se había ofrecido a acompañar a Kōri en una de sus misiones sin poner ni una pega al respecto.
Por suerte, avanzar entre las multitudes de las grandes avenidas no resultaba demasiado complicado. La gente, extrañada, se apartaba automáticamente cuando sentían la gélida brisa que emanaba del cuerpo de Kōri. Por lo que en cuestión de pocos minutos llegaron a la plaza central de Tanzaku Gai. Y cerca de uno de los incontables puestos de mercadeo, clavado de cualquier manera en una valla de madera, un cartel de grandes letras doradas llamó la atención de Ayame, que se quedó algo rezagada.
—Ayame, ¿me estás escuchando? —le voz de su hermano la asustó. Con un pequeño brinco, Ayame se giró hacia él interrogante—. Te decía que el intermediario está cerca de aquí, así que debemos separarnos. Intenta no meterte en demasiados líos, ¿de acuerdo?
—Sí, sí, sí. —Ayame asintió varias veces y, tras varios segundos de titubeo, señaló el cartel en el que se había estado fijando hacía unos pocos segundos—. ¿Puedo ir allí?
Kōri observó con semblante pensativo el cartel señalado. Su rostro, como era costumbre, no dejaba pasar ninguna expresión o sentimiento. Y durante unos instantes Ayame se temió que se lo denegara. Pero al final asintió.
—Mejor eso a que vayas deambulando por ahí. Te pasaré a buscar luego.
—¡Bien! —exclamó ella, feliz, y los dos hermanos se separaron.
Su intención era asistir como espectadora al concurso, ¡ni loca se subiría a un escenario! Desde luego un festival musical era mucho mejor que vaguear entre mercados, casas de azar y clubs de alterne. Y al menos le permitiría entretenerse mientras Kōri estaba ocupado con sus propios asuntos.
«¿Qué tipo de artistas habrá por allí? ¿Qué instrumentos tocarán?» Se preguntaba una curiosa Ayame, de camino al punto de encuentro, mientras tarareaba de forma distraída una cancioncilla.