30/10/2017, 20:52
Kōtetsu se vio despertado por una cálida briza que agitaba los mechones que caían sobre su frente. Su mente se encontraba un tanto nublada, no recordando nada de aquello que le llevo a estar en la que había sido su habitación en el Sauce cambiante.
Los sonidos del verano se colaban por la ventana, arrancándole del sueño. Intento removerse, pero su cuerpo se lo impidió, emitiendo un sinnúmero de quejidos en forma de dolores musculares.
El dolor trajo a su memoria lo sucesos de los últimos días.
Se dejó descansar mientras en su rostro se formaba una tenue sonrisa de satisfacción, pues ahora sabía que había ganado su dura batalla contra la “muerte”.
Se quedó en cama, pensando, hasta que Naomi entro en la habitación. Por costumbre, trato de reclinarse, pero la muchacha le hizo una señal para que no se molestara. Las siguientes dos horas que estuvieron juntos, fueron dedicadas a poner a Hakagurē al corriente de todos los acontecimientos y de cómo resultaron las cosas.
—¿Qué sucedió con los documentos que el escultor nos había prometido?
—La mayoría fueron destruidos durante la batalla.
—No esperaba que las cosas resultasen de esta manera, pero ha sido interesante.
—¿No se encuentra molesto con todo lo sucedido, mi señor? —pregunto la Miyazaki, al ver la absoluta serenidad del moreno.
—No… Aunque me incomoda el hecho de no poder discernir si ganamos o perdimos: Nishijima obtuvo aquello que tanto buscaba, nuestro atacante consiguió aquello que tanto quería y nosotros salimos con vida… Para mi es suficiente, aunque… si se hubiese tratado de una misión, esto sería una completa derrota.
—Creo entenderle, mi señor —concedió ella, resignada a la forma de ser del joven—. Por cierto, se nos ha entregado esto.
Le entrego a Kōtetsu un sobre sellado con la marca personal de Satomu.
—Está un poco pesado, ¿qué es?
—Son unos pasajes para ir a la Capital de fuego y mil ryos para gastos de viaje —afirmo—. El señor Nishijima los tenía preparados para nosotros, había uno para cada uno.
—¿Quién lo diría? El anciano si tenía intenciones de dejarnos marchar. Que sujeto tan impredecible.
En cuanto sus heridas se lo permitieron, el joven y su criada abandonaron el pueblo y se encaminaron hacia Tanzaku Gai, para de ahí iniciar su camino de vuelta a casa.
Durante el trayecto, y con bastante frecuencia, Kōtetsu se la pasó leyendo un libro de los que había traído con él, uno de esos que contenía todo lo referente a la escultura y al mayor de sus exponentes… Pues aunque nada se lo garantizaba, tenía la certera sensación de que de una u otra forma volvería a encontrarse con “Aquel que le confiere a la piedra humanidad”.
Los sonidos del verano se colaban por la ventana, arrancándole del sueño. Intento removerse, pero su cuerpo se lo impidió, emitiendo un sinnúmero de quejidos en forma de dolores musculares.
El dolor trajo a su memoria lo sucesos de los últimos días.
Se dejó descansar mientras en su rostro se formaba una tenue sonrisa de satisfacción, pues ahora sabía que había ganado su dura batalla contra la “muerte”.
Se quedó en cama, pensando, hasta que Naomi entro en la habitación. Por costumbre, trato de reclinarse, pero la muchacha le hizo una señal para que no se molestara. Las siguientes dos horas que estuvieron juntos, fueron dedicadas a poner a Hakagurē al corriente de todos los acontecimientos y de cómo resultaron las cosas.
—¿Qué sucedió con los documentos que el escultor nos había prometido?
—La mayoría fueron destruidos durante la batalla.
—No esperaba que las cosas resultasen de esta manera, pero ha sido interesante.
—¿No se encuentra molesto con todo lo sucedido, mi señor? —pregunto la Miyazaki, al ver la absoluta serenidad del moreno.
—No… Aunque me incomoda el hecho de no poder discernir si ganamos o perdimos: Nishijima obtuvo aquello que tanto buscaba, nuestro atacante consiguió aquello que tanto quería y nosotros salimos con vida… Para mi es suficiente, aunque… si se hubiese tratado de una misión, esto sería una completa derrota.
—Creo entenderle, mi señor —concedió ella, resignada a la forma de ser del joven—. Por cierto, se nos ha entregado esto.
Le entrego a Kōtetsu un sobre sellado con la marca personal de Satomu.
—Está un poco pesado, ¿qué es?
—Son unos pasajes para ir a la Capital de fuego y mil ryos para gastos de viaje —afirmo—. El señor Nishijima los tenía preparados para nosotros, había uno para cada uno.
—¿Quién lo diría? El anciano si tenía intenciones de dejarnos marchar. Que sujeto tan impredecible.
En cuanto sus heridas se lo permitieron, el joven y su criada abandonaron el pueblo y se encaminaron hacia Tanzaku Gai, para de ahí iniciar su camino de vuelta a casa.
Durante el trayecto, y con bastante frecuencia, Kōtetsu se la pasó leyendo un libro de los que había traído con él, uno de esos que contenía todo lo referente a la escultura y al mayor de sus exponentes… Pues aunque nada se lo garantizaba, tenía la certera sensación de que de una u otra forma volvería a encontrarse con “Aquel que le confiere a la piedra humanidad”.