20/11/2017, 12:04
—Dios mio... —escuchó una voz junto a ella.
Juro había llegado enseguida hasta su posición, pero Ayame apenas había sido capaz de notarlo. Paralizada de terror como estaba, era incapaz de apartar los ojos del hombre ahorcado que se pendía con siniestra suavidad del techo. Riko llegó poco después, y tras unos breves segundos de vacilación se adentró en la habitación con una valentía que Ayame estaba muy lejos de sentir. Ella quiso prevenirle que no entrara ahí, pero de su garganta apenas salió un débil gemido de terror.
— Por lo que más queráis, que no se me cierre la puerta, ¿vale?
Aquello sería lo peor que le pudiera pasar. Que la puerta se cerrara detrás de él, dejándole encerrado con un hombre muerto en una casa donde nada tenía explicación. Ayame quiso moverse para sostenerla, pero sus músculos no le respondían. Afortunadamente, Juro tomó la iniciativa y colocó un pie entre la puerta y el marco. Aunque al final no fue necesario. La puerta no se cerró, y Riko pudo tomar del suelo un papel en el que ella no había reparado hasta el momento.
—¿Qué es e...? —comenzó a preguntar, pero enmudeció cuando todas las luces de la casa se encendieron de golpe. No debería hacerlo, pero la verdad fue que Ayame se sintió algo más aliviada al verse liberada de la garra de la oscuridad.
Aunque su alivio duró bien poco.
—¡ESTÁ VIVO! —exclamó, señalando al ahorcado con un tembloroso dedo índice y el rostro pálido como la leche—. S... su mano... ¡Lo he visto! ¡La ha movido! ¡Hay que bajarl...!
—Cuatro... —murmuró una voz desconocida, proveniente de todos lados y de ninguno a la vez—. Cuatro partes... Llave...
—¿Q...?
Entonces el ahorcado cayó. Y Ayame volvió a chillar. El hombre se había desplomado sobre la silla tirada como un títere al que hubieran cortado las cuerdas.
—Ha... Hay... que... ayud... ayudarle... —trataba de decir, temblorosa como una hoja de otoño.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, se levantó apoyándose en el marco de la puerta para no sucumbir al temblor de sus piernas. Sin embargo, era como si alguien la hubiese anclado allí. Quería socorrer al hombre malherido, pero los pies no le respondían.
—E... está vivo... ¡Seguro que está vivo! —exclamó—. Pero... e... esa herida en el pecho... tenemos... tenemos...
Juro había llegado enseguida hasta su posición, pero Ayame apenas había sido capaz de notarlo. Paralizada de terror como estaba, era incapaz de apartar los ojos del hombre ahorcado que se pendía con siniestra suavidad del techo. Riko llegó poco después, y tras unos breves segundos de vacilación se adentró en la habitación con una valentía que Ayame estaba muy lejos de sentir. Ella quiso prevenirle que no entrara ahí, pero de su garganta apenas salió un débil gemido de terror.
— Por lo que más queráis, que no se me cierre la puerta, ¿vale?
Aquello sería lo peor que le pudiera pasar. Que la puerta se cerrara detrás de él, dejándole encerrado con un hombre muerto en una casa donde nada tenía explicación. Ayame quiso moverse para sostenerla, pero sus músculos no le respondían. Afortunadamente, Juro tomó la iniciativa y colocó un pie entre la puerta y el marco. Aunque al final no fue necesario. La puerta no se cerró, y Riko pudo tomar del suelo un papel en el que ella no había reparado hasta el momento.
—¿Qué es e...? —comenzó a preguntar, pero enmudeció cuando todas las luces de la casa se encendieron de golpe. No debería hacerlo, pero la verdad fue que Ayame se sintió algo más aliviada al verse liberada de la garra de la oscuridad.
Aunque su alivio duró bien poco.
—¡ESTÁ VIVO! —exclamó, señalando al ahorcado con un tembloroso dedo índice y el rostro pálido como la leche—. S... su mano... ¡Lo he visto! ¡La ha movido! ¡Hay que bajarl...!
—Cuatro... —murmuró una voz desconocida, proveniente de todos lados y de ninguno a la vez—. Cuatro partes... Llave...
—¿Q...?
Entonces el ahorcado cayó. Y Ayame volvió a chillar. El hombre se había desplomado sobre la silla tirada como un títere al que hubieran cortado las cuerdas.
—Ha... Hay... que... ayud... ayudarle... —trataba de decir, temblorosa como una hoja de otoño.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, se levantó apoyándose en el marco de la puerta para no sucumbir al temblor de sus piernas. Sin embargo, era como si alguien la hubiese anclado allí. Quería socorrer al hombre malherido, pero los pies no le respondían.
—E... está vivo... ¡Seguro que está vivo! —exclamó—. Pero... e... esa herida en el pecho... tenemos... tenemos...