2/12/2017, 19:47
—Después deberíamos buscar una salida, y no voto por separarnos para buscarla, creo que deberíamos permanecer juntos en todo momento —Sugirió Jin, y Ayame se volvió hacia él, horrorizada. ¿Salir de la casa? ¿Con los cazadores aún ahí fuera? ¿Es que se había vuelto loco? Se descubrió a sí misma con el tenebroso pensamiento de que, por mucho miedo que le diera, prefería estar junto a un inofensivo cadáver que rodeada de feroces asesinos. Volvió la mirada hacia sus compañeros, buscando su posición hacia aquella proposición. Para su horror, parecía que Juro parecía bastante convencido al respecto, aunque Riko no lo estaba tanto—. Tu que has visto el mapa ¿Cuál crees que debería ser nuestro siguiente destino? Si es que no pasa nada en la cocina, claro…
—N... no debería pasarnos nada... ¿no? —murmuró, con una sonrisilla nerviosa.
Continuaron hacia la cocina, a la izquierda de la habitación donde habían encontrado al hombre ahorcado y al final del corredor. En aquel corto trayecto, Ayame tuvo más de una vez la sensación de que tenía algo a sus espaldas, pero se contuvo con todas sus fuerzas para no darse la vuelta. Aquello sería lo último que querría hacer en una situación así. ¿Y si de verdad había algo detrás de ellos? ¿Y si... y si el muerto se estaba levantando sobre sus piernas y se arrastraba hacia ellos con ansias de venganza por no haberle ayudado...? ¿Y si...?
«La casa... ¿era tan grande antes?» Pensó en un momento, pero enseguida sacudió la cabeza. El miedo le estaba haciendo tener alucinaciones. «¡Bah, Ayame, no digas tonterías!»
—Tened cuidado. Esto no me gusta... —dijo Juro de repente, y Ayame asintió mordiéndose el labio inferior. A ella tampoco le gustaba. No le había gustado desde que habían puesto un pie allí dentro. ¿Pero acaso habían tenido opción?
Llegaron a la cocina, y Ayame suspiró con alivio al comprobar que estaba perfectamente iluminada. La habitaicón en cuestión era una sala bastante amplia, toda ella recubierta de polvo como si nadie hubiera pasado por allí en decenas de años, con las baldosas del suelo de dos colores, marrones y negras, dispuestas como en un tablero de ajedrez y las paredes descoloridas (presumiblemente, por el paso del tiempo). El mobiliario estaba constituido por tres neveras, una abierta y dos cerradas, tres cocinas, un fregadero, y varias filas de encimeras armarios y cajones.
— Esto es enorme, aunque es lógico, viniendo de una mansión tan grade —intervino Juro—. Será mejor que empecemos a buscar algo que nos sirva de utilidad, ¿no?
—Vale, vamos a mirar en todos lados, ¿de acuerdo? —correspondió Riko.
El de Kusagakure se acercó a las encimeras para comenzar a rebuscar en los cajones, mientras que el de Uzushiogakure se centró en el mapa y, siguiendo alguna directriz, comenzó a caminar por la cocina. Ayame, por su parte, se acercó a las neveras.
—¿Para qué querrían tres neveras? ¿Tanta gente vivía aquí? —se preguntó en voz alta mientras inspeccionaba en primer lugar la nevera abierta. Su intención era, después de aquella, revisar las otras dos en búsqueda de cualquier cosa que les pudiera ser de utilidad en una situación así.
—N... no debería pasarnos nada... ¿no? —murmuró, con una sonrisilla nerviosa.
Continuaron hacia la cocina, a la izquierda de la habitación donde habían encontrado al hombre ahorcado y al final del corredor. En aquel corto trayecto, Ayame tuvo más de una vez la sensación de que tenía algo a sus espaldas, pero se contuvo con todas sus fuerzas para no darse la vuelta. Aquello sería lo último que querría hacer en una situación así. ¿Y si de verdad había algo detrás de ellos? ¿Y si... y si el muerto se estaba levantando sobre sus piernas y se arrastraba hacia ellos con ansias de venganza por no haberle ayudado...? ¿Y si...?
«La casa... ¿era tan grande antes?» Pensó en un momento, pero enseguida sacudió la cabeza. El miedo le estaba haciendo tener alucinaciones. «¡Bah, Ayame, no digas tonterías!»
—Tened cuidado. Esto no me gusta... —dijo Juro de repente, y Ayame asintió mordiéndose el labio inferior. A ella tampoco le gustaba. No le había gustado desde que habían puesto un pie allí dentro. ¿Pero acaso habían tenido opción?
Llegaron a la cocina, y Ayame suspiró con alivio al comprobar que estaba perfectamente iluminada. La habitaicón en cuestión era una sala bastante amplia, toda ella recubierta de polvo como si nadie hubiera pasado por allí en decenas de años, con las baldosas del suelo de dos colores, marrones y negras, dispuestas como en un tablero de ajedrez y las paredes descoloridas (presumiblemente, por el paso del tiempo). El mobiliario estaba constituido por tres neveras, una abierta y dos cerradas, tres cocinas, un fregadero, y varias filas de encimeras armarios y cajones.
— Esto es enorme, aunque es lógico, viniendo de una mansión tan grade —intervino Juro—. Será mejor que empecemos a buscar algo que nos sirva de utilidad, ¿no?
—Vale, vamos a mirar en todos lados, ¿de acuerdo? —correspondió Riko.
El de Kusagakure se acercó a las encimeras para comenzar a rebuscar en los cajones, mientras que el de Uzushiogakure se centró en el mapa y, siguiendo alguna directriz, comenzó a caminar por la cocina. Ayame, por su parte, se acercó a las neveras.
—¿Para qué querrían tres neveras? ¿Tanta gente vivía aquí? —se preguntó en voz alta mientras inspeccionaba en primer lugar la nevera abierta. Su intención era, después de aquella, revisar las otras dos en búsqueda de cualquier cosa que les pudiera ser de utilidad en una situación así.