12/12/2017, 13:22
Ante su representación de Kōri, Daruu rompió a reír con tantas ganas que se vio obligado a apoyarse en el baúl para no caer al suelo de culo. Una sonrisa tímida asomó a los labios de una sonrojada Ayame. Nunca se había considerado una persona especialmente graciosa, pero de alguna manera le halagaba que a Daruu le divirtiera tanto la situación.
Menos mal que no estaba allí su hermano, para verlo. Probablemente no habrían salido vivos de aquella.
—¡Voy a probarme el traje! —canturreó él—. No, si ya verás, al final nos lo pasaremos bien.
—Bueno... ya veremos a la hora de actuar... —musitó ella, no tan convencida.
Le pareció oír un débil chasquido tras su espalda cuando Daruu comenzó a alejarse, pero cuando se giró sólo se encontró con la puerta de entrada cerrada. Suponiendo que había sido su imaginación, o algún despistado que se habría equivocado de puerta, se encogió de hombros y terminó por volcar el contenido del cajón en el suelo mientras Daruu se cambiaba. Se encontró con todo tipo de cosas, a cada cual más extraña que la anterior: shuriken que parecían flores, martillos dignos de una deidad del norte, armas de forma prismática que terminaban en un pequeño tubo hueco e incluso lanzas que, en lugar de terminar en un filo, remataban con una esfera brillante en su extremo.
—Cuesta un poco respirar con esto...
Cuando Ayame alzó la mirada para mirarle, le costó algunos segundos reconocer a su compañero de equipo debajo de aquel traje oscuro y aquella máscara que le tapaba la mitad inferior del cuerpo. Sonrió, afable.
—¡Oye, pues no te queda nada mal! Podrías sustituir tu atuendo por algo parecido a eso —bromeó, incorporándose—. Voy a vestirme yo también.
Cogió sus propios ropajes y se dirigió al probador. Ella tardó algo más en salir, principalmente por la vergüenza que le daba estar vestida de aquella manera.
«¿Pero qué clase de visión tienen de las kunoichis?» Pensaba, maldiciendo toda su suerte.
Aquel traje se ajustaba a la perfección a su cuerpo. Se ajustaba demasiado a su cuerpo. Afortunadamente, no enseñaba más de lo que debería, pero se sentía como si la hubieran embutido en un traje de látex. Era negro de arriba a abajo, con algunos motivos brillantes de color azul que ascendían por la cintura, las rodillas y los codos. La máscara, igual que la de Daruu, ocultaba la parte inferior de su rostro, dificultándole una tarea tan simple como respirar. Por último, y de manera poco convencida, sustituyó su propia bandana por la que le habían ofrecido, con el símbolo de la luna.
«Así es como si no la ocultara.» Pensó para sí, torciendo el gesto.
Pero al fin salió del probador, y buscó con la mirada a Daruu.
—Bueno, ¿ahora qué? —preguntó, sonrojada hasta las orejas. Se sentía ridícula.
Menos mal que no estaba allí su hermano, para verlo. Probablemente no habrían salido vivos de aquella.
—¡Voy a probarme el traje! —canturreó él—. No, si ya verás, al final nos lo pasaremos bien.
—Bueno... ya veremos a la hora de actuar... —musitó ella, no tan convencida.
Le pareció oír un débil chasquido tras su espalda cuando Daruu comenzó a alejarse, pero cuando se giró sólo se encontró con la puerta de entrada cerrada. Suponiendo que había sido su imaginación, o algún despistado que se habría equivocado de puerta, se encogió de hombros y terminó por volcar el contenido del cajón en el suelo mientras Daruu se cambiaba. Se encontró con todo tipo de cosas, a cada cual más extraña que la anterior: shuriken que parecían flores, martillos dignos de una deidad del norte, armas de forma prismática que terminaban en un pequeño tubo hueco e incluso lanzas que, en lugar de terminar en un filo, remataban con una esfera brillante en su extremo.
—Cuesta un poco respirar con esto...
Cuando Ayame alzó la mirada para mirarle, le costó algunos segundos reconocer a su compañero de equipo debajo de aquel traje oscuro y aquella máscara que le tapaba la mitad inferior del cuerpo. Sonrió, afable.
—¡Oye, pues no te queda nada mal! Podrías sustituir tu atuendo por algo parecido a eso —bromeó, incorporándose—. Voy a vestirme yo también.
Cogió sus propios ropajes y se dirigió al probador. Ella tardó algo más en salir, principalmente por la vergüenza que le daba estar vestida de aquella manera.
«¿Pero qué clase de visión tienen de las kunoichis?» Pensaba, maldiciendo toda su suerte.
Aquel traje se ajustaba a la perfección a su cuerpo. Se ajustaba demasiado a su cuerpo. Afortunadamente, no enseñaba más de lo que debería, pero se sentía como si la hubieran embutido en un traje de látex. Era negro de arriba a abajo, con algunos motivos brillantes de color azul que ascendían por la cintura, las rodillas y los codos. La máscara, igual que la de Daruu, ocultaba la parte inferior de su rostro, dificultándole una tarea tan simple como respirar. Por último, y de manera poco convencida, sustituyó su propia bandana por la que le habían ofrecido, con el símbolo de la luna.
«Así es como si no la ocultara.» Pensó para sí, torciendo el gesto.
Pero al fin salió del probador, y buscó con la mirada a Daruu.
—Bueno, ¿ahora qué? —preguntó, sonrojada hasta las orejas. Se sentía ridícula.