13/12/2017, 23:51
(Última modificación: 14/12/2017, 17:30 por Uchiha Akame.)
La mañana prosiguió como se esperaba. Después de un copioso desayuno a base de pan y mermelada —por parte de Datsue— o de aire —para Aiko—, los dos ninjas podrían dar una vuelta por el campamento observando las labores de trabajo en la zona marcada por los académicos. Se trataba de un área más o menos rectangular, de varias decenas de metros de lado, que cubría gran parte de la formación rocosa sin llegar a quedar demasiado cerca del campamento. Durante todo el día los obreros de la expedición —casi una treintena de hombres— palearon arena, picaron piedra y cavaron sin descanso. Ni siquiera a la hora del almuerzo o a media tarde dejaron de escucharse los característicos sonidos de las palas y los picos oradando la piedra y la tierra.
Debían ser ya las seis de la tarde, con el Sol descendiendo sobre el cielo anaranjado, cuando unos inconfundibles gritos de júbilo pudieron escucharse en todo el campamento.
—¡YAYAYAJUUUUUU!
Si los ninjas se acercaban al perímetro de la excavación, podrían ver a la plana mayor de la expedición —Muten Rōshi, Banadoru y Jonaro— observando con interés el hallazgo que uno de los obreros había hecho mientras cavaba; el principio de unos escalones de piedra cubiertos de tierra que descendían en el suelo.
Incluso el sobrio y calculador director, Muten Rōshi, se permitió el lujo de celebrarlo con su adjunto y el jefe de seguridad. El resto de los hombres también lanzaron gritos de júbilo, y redoblaron el ritmo de los trabajos con la esperanza de tener el camino despejado antes del anochecer.
—¡Ninjas! ¡Acérquense, acérquense! —les llamaría Rōshi, exultante—. Contemplen la Historia, ¡Historia misma! ¡Esto es un hallazgo sin precedentes!
Los vítores y el júbilo continuaría un rato más, hasta que finalmente Jonaro —cuyo rostro curtido y normalmente ceñudo apenas sabía acomodar una sonrisa— propusiera volver a la pérgola y descorchar algunas botellas de licor, traído especialmente para la ocasión de que encontrasen algo. Todos, saboreando ya las dulces mieles de una expedición fructífera, accederían de buen grado. Los tres se encaminarían hacia el toldo que habían montado por la mañana, y Banadoru instaría alegremente a los ninjas a acompañarles.
Una vez allí, Jonaro abriría una botella de cristal precioso y contenido amarillento, tomaría cinco vasos y serviría esos mismos tragos de aquel licor tan aparentemente caro. Con el Sol ya raspando las dunas en el horizonte, Muten Rōshi alzaría su vaso en un brindis frente al resto de los integrantes de la mesa.
—Por la expedición, y por nuestros nombres, ¡que serán recordados en la Historia!
Debían ser ya las seis de la tarde, con el Sol descendiendo sobre el cielo anaranjado, cuando unos inconfundibles gritos de júbilo pudieron escucharse en todo el campamento.
—¡YAYAYAJUUUUUU!
Si los ninjas se acercaban al perímetro de la excavación, podrían ver a la plana mayor de la expedición —Muten Rōshi, Banadoru y Jonaro— observando con interés el hallazgo que uno de los obreros había hecho mientras cavaba; el principio de unos escalones de piedra cubiertos de tierra que descendían en el suelo.
Incluso el sobrio y calculador director, Muten Rōshi, se permitió el lujo de celebrarlo con su adjunto y el jefe de seguridad. El resto de los hombres también lanzaron gritos de júbilo, y redoblaron el ritmo de los trabajos con la esperanza de tener el camino despejado antes del anochecer.
—¡Ninjas! ¡Acérquense, acérquense! —les llamaría Rōshi, exultante—. Contemplen la Historia, ¡Historia misma! ¡Esto es un hallazgo sin precedentes!
Los vítores y el júbilo continuaría un rato más, hasta que finalmente Jonaro —cuyo rostro curtido y normalmente ceñudo apenas sabía acomodar una sonrisa— propusiera volver a la pérgola y descorchar algunas botellas de licor, traído especialmente para la ocasión de que encontrasen algo. Todos, saboreando ya las dulces mieles de una expedición fructífera, accederían de buen grado. Los tres se encaminarían hacia el toldo que habían montado por la mañana, y Banadoru instaría alegremente a los ninjas a acompañarles.
Una vez allí, Jonaro abriría una botella de cristal precioso y contenido amarillento, tomaría cinco vasos y serviría esos mismos tragos de aquel licor tan aparentemente caro. Con el Sol ya raspando las dunas en el horizonte, Muten Rōshi alzaría su vaso en un brindis frente al resto de los integrantes de la mesa.
—Por la expedición, y por nuestros nombres, ¡que serán recordados en la Historia!