Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Como un niño a punto de recibir su regalo por cumpleaños, el Uchiha aguantó el aliento, con el corazón en un puño, mientras Aiko desenvolvía su particular obsequio de su propia bota. Por un instante, pareció pararse el tiempo. Su pulso se detuvo, sus pulmones se olvidaron de coger aire, y el brillo de la esperanza iluminó su mirada. Y cuando lo vio…
… su corazón se partió en añicos. Se sintió engañado, traicionado. Era como si le hubiesen prometido un barco por cumpleaños y, llegado el momento, descubriese que efectivamente se lo iban a regalar, pero de juguete. ¿Dónde estaban las fórmulas? ¿Y los intrincados símbolos? ¿Y el sello? ¡Aquello era un jodido retrato! ¿Cómo se suponía que iba a replicar la fórmula de la inmortalidad así? ¿Cómo iba a descubrir sus entresijos? ¿Sus secretos?
—Uau… Esto es… No me lo esperaba. —No sabía ni qué decir. «Estamos hablando de la inmortalidad, cabrón. ¡Pues claro que no te lo iban a poner en bandeja! No pierdas los nervios, todavía debe haber algún modo de replicar el fūinjutsu…»—. Es… eres tú, ¿verdad? —se obligó a preguntar. Por muy logrado que parecía aquel retrato, apenas era capaz de distinguir nada con aquella oscuridad. La luz de las hogueras se filtraba por una única abertura de la tienda, y no era suficiente en absoluto para arrojar color a aquel cuadro en miniatura.
Aiko le explicó que era su mayor tesoro, el último recuerdo que tenía de su padre. Algo en la cabeza de Datsue hizo clic con aquella afirmación. ¿Sabía Aiko que aquel papel era el responsable de su inmortalidad? ¿Lo recordaba? ¿Lo había sabido en algún momento? Porque si de algo estaba seguro Datsue, a no ser que aquello no fuese lo que pensaba que era, es que emitía chakra cada vez que la kunoichi resultaba herida. Un chakra que se encargaba de curarla, o, más bien, de devolverla a su estado original.
—... si su alma está encerrada en éste dibujo, ¿puede oírme? ¿puede ver las cosas o sentirlas? Dijiste que sabías de técnicas de sellado, ¿verdad?
El Uchiha suspiró con pesadez. Ella quería saber si su padre le oía; él, la inmortalidad.
—Lo dije y lo mantengo. Me enseñó la mejor, Shiona-sama en persona. —Bueno, quizá no en persona. Pero si de algo estaba orgulloso respecto a sus cualidades ninja, eso era de su conocimiento sobre el fūinjutsu—. Pero todavía me queda mucho por aprender… No sabría responder a tu pregunta —se lamentó.
¿Debía decirle que aquel simple papel era el responsable de su inmortalidad? Quizá aquella información fuese la diferencia entre sobrevivir o no en un momento dado. Sin embargo, si ya era recelosa de por sí para enseñárselo, ¿cómo lograría convencerla para que le dejase estudiarlo si descubría la verdad? «No importa», se dijo. «Te gusta. Por mucho que intentes engañarte a ti mismo. Debes hacerlo por su bien…»
—Escucha, Aiko, yo… —dudó por unos instantes—. ¿Dices entonces que ahí está sellada el alma de tu padre? —No podía. Simplemente, no podía decírselo. Necesitaba estudiar aquel papel. Ver si podía replicarlo. Inmediatamente después se lo contaría. Lo juraba. Y a pesar del juramento, se sintió sucio al no revelárselo en aquel instante. Como si la estuviese traicionando. Sucio y asqueroso, pero todavía con la boca cerrada al respecto—. Escúchame, no quiero que empieces a dar saltos de alegría y pongas tus esperanzas por las nubes, ¿vale? —le advirtió, agarrándola por los brazos—. Pero si eso que me cuentas es verdad… Hay un modo, una pequeña posibilidad…
»… de resucitar a tu padre.
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El Uchiha quedó un tanto extrañado cuando la chica le enseñó el retrato, la causa de su inmortalidad. Tragó saliva, y le costó volver a hablar. Evidentemente no lo esperaba, quizás imaginó otra cosa, algún papel con numerosas claves de la vida o a saber qué. Pero no, era tan solo un mero y simple retrato. Quizás a causa de la luz, el chico no podía discernir si bien se trataba de la pelirroja. Ella conocía el retrato de pincelada a pincelada, estaba mas que acostumbrada a verlo, sabía qué y cómo era aunque no hubiese luz para ver un solo trazo. Mordió su labio, nerviosa.
—Sí, soy yo... es la imagen a la que siempre vuelvo una y otra vez, el estado base al que mi cuerpo se restaura.
Aiko preguntó con mil y una preguntas en su cabeza sobre el retrato, principalmente en pos de saber si el alma de su padre aún podía sentir las cosas. El chico no supo dar respuesta, sabía del tema de técnicas de sellado, pero quizás aún no lo suficiente. Tras ello, el chico se tomó su tiempo para allanar el terreno, intentando calmar a la ya calmada chica.
¿Por qué?
La pelirroja no lo entendía del todo, pero dejó que continuase. En cierto punto, incluso la agarró de los brazos. Sin mas, lo soltó. Había una mínima posibilidad de que se pudiese realizar el proceso inverso de sellado, y se podría liberar a su padre de su eterna cárcel.
Si, ésto había conseguido llegar hasta el corazoncito de la chica. Por un instante, quedó sin palabras.
—¿C-como...? —preguntó, impactada. —Tendría... tendrías como cien años o mas... él... él no es inmortal...
Inocente en ese sentido, no sabía ni qué decir. No, aún era incapaz de creer en esa posibilidad.
—Sí, soy yo... es la imagen a la que siempre vuelvo una y otra vez, el estado base al que mi cuerpo se restaura.
Datsue alzó una ceja, curioso. Aquella frase, como todas las buenas, envolvía dos significados. El primero, que quizá aquel dibujo no era casual, sino que efectivamente era el causante de mantenerla inmortal y siempre con la misma apariencia. No eran símbolos ni alargadas fórmulas, pero era algo por lo que empezar. El dibujo era la clave. Lo segundo, que al contrario de lo que pensó, quizá la kunoichi sí supiese, o al menos intuyese, que aquel retrato era el responsable de que siguiese con vida.
De todas formas, y por si acaso, el Uchiha nada comentó al respecto, sino que pasó a explicar que había una posibilidad para resucitar a su padre. Datsue podía ser un fanfarrón y un exagerado, pero no hubiese bromeado sobre un tema tan delicado. En verdad lo pensaba. Lo había aprendido al estudiar el Kaija Hōin.
—El fūinjutsu no entiende de edades —apostilló Datsue—. Aunque te dije que no pusieras las esperanzas por las nubes… Verás, según lo he estudiado, necesitaríamos dos cosas —aseguró, y levantó el dedo índice—. Una, el chakra de tu padre. Si en verdad su alma está ahí encerrada, podríamos extraerla. Para eso, necesitaríamos descifrar la fórmula del sellado, o que el propio Blame nos diese la clave. Lo segundo —continuó, levantando el dedo corazón—, una muestra de ADN de tu padre. ¿Está enterrado? Por que si es así… —no quiso terminar la frase. No quería darle más esperanzas, pero que lo hubiesen sepultado era la única oportunidad que tenía aquella joven de recuperar a su padre.
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La chica tenía los ojos realmente iluminados, y no porque alguna luz los enfocase o porque éstos radiasen luz normalmente, si no porque casi tenía las lagrimas asomando. Estaba entre llorar de alegría o abrazar al chico, pero bien era cierto que ésto que decía eran solo especulaciones, no había nada conciso e irrefutable.
¿Un puñetazo pues? No, quizás eso tampoco era la mejor solución.
Sin saber muy bien cómo tratar el caso, la chica expuso su respuesta, que no resultaba mas que otra duda. El chico sin embargo a ésto si pareció saber responder. Según él, el fuinjutsu no entendía de edades. Aiko no entendía del todo a qué se refería, después de todo no tenía ni puta idea de cómo funcionaba el fuinjutsu. Datsue hizo de nuevo un pequeño gran hincapié en que no alzase hasta el cielo sus expectativas y esperanzas. La kunoichi lo sabía, aunque ésta opción ni había llegado a barajarla en sus años de vida como inmortal, estaba casi segura de ello.
Datsue explicó que tenían dos requisitos ineludibles para recuperar a su padre. El primero, tomar una parte del chakra de su padre. Ésto lo podían hacer bien pidiéndoselo al demonio que realizó el sellado, o bien investigando sus formulas de sellado. Lo primero sonaba realmente difícil, por no imposible... lo segundo, seguramente requería de tratar el papel con numerosas técnicas y experimentos, lo cuál sonaba hasta mas difícil.
¿Dejar en manos de otra persona su mayor tesoro? No, sin duda sonaba mas fácil convencer a Blame...
Por otro lado, el segundo y último requisito era tener una muestra de ADN de su padre. El chico preguntó si estaba enterrado, pues de ser así posiblemente pudiesen tomar la muestra sin problema. La chica desvió por un momento la mirada, no habían enterrado a su padre, de hecho su madre jamás lo vio de regreso tras su partida en pos de comprar el mejor regalo de cumpleaños para su hija.
—Eso va a estar realmente complicado... —confesó —... él desapareció sin mas. Ni mi madre ni yo sabemos qué fue de el tras hacer el trato con Blame. Lo poco que se es eso de que tomó su alma a cambio del dibujo...
»¿El cuerpo puede existir sin el alma? ¿al sellarlo no lo sellaría por completo?
El Uchiha suspiró con pesadez. Por un momento, hasta él se había emocionando con la idea de devolver la vida a su padre. Por no hablar que eso le daría la excusa perfecta para poder inspeccionar ese retrato más a fondo. Por desgracia, la kunoichi no sabía del paradero del cuerpo de su progenitor. Había ido en busca de Blame por la vida de su hija, y jamás había regresado.
—¿El cuerpo puede existir sin el alma? ¿al sellarlo no lo sellaría por completo?
Datsue resopló. Estaban hablando de temas que al Uchiha, por mucho que los hubiese estudiado, todavía se le escapaban.
—Diría que sí que puede existir —respondió—. Quiero decir, si te paras a pensarlo, esto no es más que un sello maldito. Uno muy complejo y jodidamente extravagante, pero un sello maldito al fin y al cabo. Y en los sellos malditos se pueden llegar a sellar parte del alma de un usuario, y su cuerpo sigue intacto.
»Pero, aún así, sin saber dónde fue a parar tu padre… —suspiró. No había nada que hacer.
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El de orbes negros —y en ocasiones rojos— dejó caer un suspiro. No cabía dudas, habían cosas que estaban aún fuera de su comprensión, y no era de extrañar. Pese a que lo había estudiado, seguramente jamás se había hecho éste tipo de preguntas, o simplemente no había llegado a la obligación moral y ética de comprenderlo. Sin embargo, se negó a quedar en silencio. Su teoría era que el cuerpo puede existir sin un alma, que es posible sellar tan solo parte del alma y que ésta permanezca en un cuerpo completamente lleno de vida. Comparaba el dibujo con un sello maldito, un termino que era la primera vez que la chica escuchaba, y reafirmaba que el cuerpo podía seguir intacto.
«Maldita sea... no entiendo nada de lo que me dice...»
Pero, había algo que si estaba en claro. Si no sabía del paradero de su padre, poco había que hacer. Por un instante, la chica sintió la total y primordial necesidad de golpear al chico con un puñetazo directo hacia su rostro. Sintió la necesidad de hundir su rostro en la tierra y cagar en su calavera... pero no, seguramente eso no habría sido lo mas adecuado. El chico había intentado ayudar de nuevo, aunque las cosas escapaban del alcance de sus manos.
—Supongo que si quiero hacerlo... la única posibilidad que tengo es ir a hablar de nuevo con Blame...
¿Pero qué posibilidades de solucionar un problema hay hablando con un demonio?
La chica dejó caer un suspiro, y comenzó a estirar su saco de dormir. No fue una gran tarea, pero se tomó su tiempo, después de todo su cabeza aún le daba vueltas al asunto. Si había una ínfima posibilidad de volver a la normalidad, y de regresar a la vida a su padre, debía intentarlo... ¿no?
—Será mejor que descansemos, Datsue. Mañana será un día largo, y seguro que nos topamos con mas tonterías por parte de los académicos. Debemos estar despiertos para salirnos con la nuestra.
Esa era la única gran verdad del momento, debían descansar en pos de poder estar avivados para cuando tuviesen que hacer de las suyas en contra del profesor y sus colegas.
Datsue suspiró. ¿Hablar con Blame? Él no lo consideraría ni una opción. Para empezar, tendría que encontrarle. Luego, en el caso de que siguiese vivo, sacarle la información de dónde estaba su padre. Ninguna de las dos tareas parecía sencilla, pero, aún de tener éxito, ¿luego qué? Seguramente lo hubiese dejado tirado en alguna zanja. Después de tanto tiempo, y sin haber sido enterrado en un baúl en condiciones, era imposible que quedasen restos de él.
En definitiva, que le había dado falsas esperanzas por nada. «Felicidades, te quedas sin noche feliz y sin cuadro. Estás hecho todo un kusareño».
Pero no todo tenía que verlo desde el lado negativo. Aquella noche había dado un paso importantísimo, un paso de gigantes. Había descubierto el objeto que otorgaba la inmortalidad a Aiko. Todavía no lo tenía en su poder, y, de tenerlo, no sabría ni por dónde empezar a analizarlo, pero algo era algo.
—Será mejor que descansemos, Datsue. Mañana será un día largo, y seguro que nos topamos con mas tonterías por parte de los académicos. Debemos estar despiertos para salirnos con la nuestra.
Suspiró.
—Sí, tienes razón… —En otro momento, en otras circunstancias, le hubiese dado un beso de buenas noches. Pero después de hacerle pensar, aunque solo fuese por un instante, que podría recuperar a su padre… probablemente la chica no tuviese muchas ganas de carantoñas. Así pues, se despidió con un gesto de mano—. Buenas noches, Aiko-chan. —Era la primera vez que empleaba aquel diminutivo con ella.
Quizá la kunoichi tenía mucho que pensar aquella noche, pero el Uchiha no se quedaba atrás. Arrebujado ya en su saco de dormir, empezó a meditar en las mil y una maneras en que podía robarle aquel retrato sin que se diese cuenta. O en las mil y una excusas que podía emplear para que le dejase examinarlo nuevamente. Luego, siguió pensando en ella, pero en términos más… románticos. Aunque aquella no era la palabra exacta. De ahí, al día que afrontarían a la mañana siguiente. ¿Serían capaces de distinguir todas y cada una de las trampas? Datsue nunca había sido muy optimista, y tampoco lo era aquella noche, en la que poco a poco fue quedándose dormido…
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La despedida quizás fue un poco amarga, pero mas amargo fue el sabor de boca que se le quedó a la chica. Realmente acababa de enterarse de que su padre podía continuar entre la vida y la muerte, sufriendo por tanto tiempo como ella misma viviese. No cabía dudas, le entraron ganas hasta de romper ella misma el maldito papel, con su maldito sello maldito. Maldita fuese la hora en que su padre encontró a Blame...
Maldito todo...
Datsue se despidió con un mero gesto de mano, sabiendo que la situación no era la más óptima para forzar. Un detalle a agradecer, sin duda. Tras ello, salió de su tienda, dejando a la pelirroja al amparo de la oscuridad. La chica se llevó las manos a la cabellera, y la repeinó hacia detrás, aunque no era necesario.
Un suspiro, uno tan profundo que la oscuridad quedó aterrorizada.
«¿Qué debería hacer?»
No tenía respuestas para tan intensa pregunta, no tenía mas que pensamientos sobre cómo afrontar el tema. Se intentó dormir, pero difícilmente conseguiría conciliar el sueño en lo que quedaba de noche. Dando vueltas y vueltas, y mas vueltas, en el interior del saco tan solo haría pensar en el tema. No era para menos.
A los ninjas les despertó, a la mañana siguiente, el bullicio de un campamento en marcha. Si salían de sus tiendas —o, al menos, se asomaban abriendo la cremallera—, verían un espectáculo digno de observarse. Todos los hombres de Hanzō iban de acá para allá llevando picos, palas, palines y cubos de madera como un enjambre de hormigas; laboriosas, coordinadas. Habían descargado ya todas las cajas de los carromatos y montado algunas pérgolas —para resguardarse del abrasador Sol del desierto—, bajo las cuales habían levantado un par de largas mesas de madera. En torno a estas se encontraban los dos académicos, acompañados de un buen montón de escritos, libros y mapas que examinaban con avidez.
En un momento dado, Rōshi llamó a Jonaro y le transmitió algunas instrucciones. El jefe de seguridad se marchó entonces llevándose cuatro hombres consigo en dirección a la formación rocosa bajo la cual —según las investigaciones— se encontraba la antigua tumba.
—¡Marcad aquí, aquí, y aquí! ¡Y ahí también! —vociferaba el mercenario, señalando con su robusto brazo cuatro puntos emplazados alrededor de la roca erosionada—. ¡Venga, coño, que no tenemos todo el día! ¡Esos picos!
Los obreros se movían diligentes y veloces a sus órdenes; mas nunca lo suficientemente rápidos para el gusto de Haijinzu Jonaro. Al fin y al cabo, tenían apenas un par de días para encontrar algo útil antes de que, probablemente, los soldados del Daimyō dieran con ellos.
«Oh, no puede ser… ¿Tan temprano?». Se revolvió en el saco de dormir, somnoliento. Pese que aquella era la primera noche de muchas que podía dormir al completo, todavía tenía mucho sueño atrasado. Todo lo completo, eso sí, que se podía compartiendo cuerpo con el Shukaku, cuyas pesadillas le despertaban cada dos por tres. Un día iba a matarle, lo juraba, y se quedaría más a gusto que cuando calcinó a Zoku.
Tras dar un par de vueltas más bajo el saco, refunfuñar, soltar algún improperio sobre la madre de Muten Rōshi, y refunfuñar otra vez, el Uchiha terminó por levantarse. Lo primero: cambiarse de ropa interior, que tras dos días de viaje ya apestaban. Su cuerpo empezaba a pedirle también un baño, pero tendría que aguantarse. Luego, lo metió todo en la mochila, saco incluido, y volvió a sellárselo en el hombro derecho. Datsue daba gracias a los Dioses, aquellos días más que nunca, por haber elegido la rama del fūinjutsu. Ir cargado todo el viaje con bolsas y mochilas debía de ser todo un suplicio.
Se estiró cuánto pudo, relajando los músculos, y tras suspirar un par de veces salió al exterior.
Su ritmo no tenía nada que ver con el de los demás obreros, quienes corrían de un lado a otro siguiendo las órdenes de Jonaro. Datsue, en cierta manera, tuvo envidia de ellos. Él sería incapaz de empezar a semejante ritmo nada más levantarse.
—Buenos días —dijo al acercarse a Muten Rōshi y Banadoru, cordial. Pese a que seguía teniendo cierto rencor y recelo a Muten Rōshi, de nada servía poner morritos y lanzar puyas innecesarias. Distraído, paseó la mirada por los libros y pergaminos que examinaban. «Estos capullos no habrán desayunado ya…», se horrorizó de pronto. Uchiha Datsue no era persona sin su debido desayuno.
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Apenas los primeros rayos de sol habían salido, el bullicio de los trabajadores comenzó a acentuar. Casi no había amanecido aún, y los gritos y el movimiento ya eran mas que escandalosos. Suficiente para despertar a un muerto. Por suerte o por desgracia, cerca no había ninguno, al menos por el momento. El viento apenas soplaba, lo cuál aumentaba mucho mas la sensación térmica tan sofocante que ya se podía respirar. Vivir en el desierto era realmente duro, especialmente por esos cambios de temperatura. Seguro que era de lo mas habitual resfriarse, o al menos ponerse malo. Suerte tenía la chica de que era incapaz de enfermar, fuese de la causa que fuese.
La pelirroja se estiró, somnolienta y sin ganas de que el día diese comienzo. Sin embargo, debía continuar. Quizás... la verdad, ya no estaba tan segura de ello. Pero por otro lado, estaría traicionando la voluntad de su padre de no hacerlo. En su cabeza libraba aún una mortal pelea entre qué era lo moralmente correcto, y lo éticamente atroz. Las palabras de Datsue habían marcado de nuevo a la chica, ya fuese para bien o para mal.
Al fin, tras tomarse su tiempo, la chica se levantó y recogió el saco. Se aseó, tanto como le era posible, y se vistió tras ello. Guardó las cosas de nuevo, y recogió un poco el pequeño habitáculo. La tienda no era todo un lujo, pero tenía un buen espacio si administrabas medianamente bien los bultos.
«Bueno, al buen tiempo mala cara... ¿o era al revés?»
Se encogió de hombros, realmente poco le importaba.
—En fin...
Con parsimonia y desdén, la pelirroja salió de la tienda. Cerró tras de si, con tal de que ningún bichejo invadiese su intimidad a la noche, y tomó camino hacia la pérgolas donde Datsue, Muten Roshi y Banadoru. Al parecer ya todos estaban en pie, aunque tampoco era algo por lo cual sorprenderse. Ya se escuchaban voces desde hacía un rato, alguien había de ser el epicentro de todo el jaleo.
«¿Estarán discutiendo de nuevo?»
La chica alzó la mano, con desdén —Buenos días. —y terminó por bajar sin apenas ánimos la mano. Sus ojeras claramente reflejaban que no había dormido una mierda. Por suerte o por desgracia, en unos minutos como mucho ya se habrían desvanecido esas evidencias de su noche casi en vela. Cosas de su imperfecta inmortalidad...
Cuando los ninjas se acercaron al tendete bajo el que los profesores examinaban sus documentos, pudieron ver que sobre la mesa había también algunas provisiones; un par de garrafas de agua, un saquito con algunos bollos de pan, tarros que contenían mermelada de distinta confitura y una cesta con frutas variadas —plátanos, peras y manzanas—.
—¡Buenos días! —les saludó efusivamente Banadoru, quizá en un intento de hacer pelillos a la mar y que todos olvidaran lo ocurrido durante la cena el día anterior—. ¿Cómo han dormido?
Muten Rōshi alzó la vista del mapa que estaba revisando el tiempo justo para dedicarle una mirada sobria a Datsue y otra a Aiko.
—Buenos días —contestó, tranquilo—. Ahí tienen para desayunar.
Pese a que en torno a la larga mesa portable de madera no había sillas, ésta tenía una altura perfecta para que se pudiera comer, leer y demás sin necesidad de encorvarse y sufrir luego dolores de espalda.
—Muten-sensei cree que estamos cerca, muy cerca de la tumba. Si todo va según lo previsto, hoy mismo deberíamos dar con algún indicio de las ruinas, y quizá para mañana tener el camino despejado —les informó Banadoru, sin poder contener su entusiasmo.
El profesor adjunto se metió una mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña baratija cubierta de tierra y arena.
—Esto es un fragmento de un reloj solar kazejin —enunció, orgulloso, alzando el artilugio frente a los ninjas para que pudieran verlo. Se trataba de un aro circular, muy oxidado, con muescas en la parte de fuera—. Lo encontramos hace un rato tras rebuscar apenas una hora. ¡Esto significa que, en efecto, estamos cerca!
—Banadoru-kun, controla tu entusiasmo. Todavía no podemos cantar victoria —le reprendió el director de la expedición.
—Sí, Muten-sensei. Lo siento —se disculpó el otro, agachando la cabeza.
13/12/2017, 23:06 (Última modificación: 13/12/2017, 23:06 por Uchiha Datsue.)
Para su suerte, la somnolencia y la repentina claridad habían nublado su vista, porque en la mesa donde se encontraban los dos académicos, aparte de los pergaminos, estaba repleta de pan, tarros con mermelada y fruta. Suspiró, aliviado, y fue directo a llenarse un buen vaso de agua.
Fue entonces cuando Aiko salió de la tienda. Todavía conservaba esa manera tan peculiar de caminar, elegante y sinuosa, pero saltaba a la vista que no había pasado una buena noche. Tenía tantas ojeras como Datsue —que ya era decir—, y no parecía de muy buen humor. No la culpaba, Datsue era igual cada mañana.
Respondió al saludo, mientras ahora se distraía rellenando un bollo de pan con mermelada. Cuando dio el primer bocado, supo que aquel pan no estaba muy bueno. O, en otras palabras, que le faltaba mermelada para disimular el sabor. Echó un poco más, mientras desviaba la vista al reloj solar que le mostraba Banadoru.
—Hmm… Int-egh-esan… te —farfulló, con la boca llena. Tardó unos segundos en creer comprender cómo funcionaba, y al hacerlo, asintió con la cabeza, impresionado. Quizá los primeros kazejines no tuviesen una tecnología muy avanzada, pero no se les podía negar que eran ingeniosos—. ¿Encontrasteis algo más? —preguntó, intrigado.
»Te recomiendo extra de mermelada para el pan —comentó, de pasada, desviando la mirada hacia Aiko.
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Banadoru fue el primero en contestar al saludo de ambos, con un entusiasmo digno de elogio. Quizás había olvidado las últimas trifulcas del día anterior, o tan solo intentaba calmar las aguas tan turbias que recorrían el canal. Fuese como fuese, su saludo fue mucho mas amable y cordial de lo que fue el saludo por parte del profesor. Éste, intenso y mas serio que una garrapata de esas que te vuelven vegetariano, no se veía con las mismas intenciones que su aférrimo aprendiz. Sin embargo, fue éste quien les dio rienda suelta a desayunar.
El Uchiha no titubeó, las manos no le temblaron. Directo y sin vacilar, tomó un bollo y tras untarlo con mermelada, le propinó un bocado. Su cara mostró que claramente éste no era propiamente dicho un manjar. Buscó una solución rápida, y la encontró.
MAS MERMELADA.
El chico literalmente bañó en mermelada el bollo, de hecho se podría haber dicho que su mermelada tenía un poco de pan. Y no, no era algún tipo de exageración, era físicamente imposible unir un poco mas de mermelada a ese trozo de pan destartalado. Sin embargo, la solución pareció tener un buen efecto, pues en ésta ocasión el chico apenas hizo mueca de desagrado. Casi parecía lo contrario, agradado con el sabor.
La chica sin embargo no tocó nada de lo dispuesto en la mesa. Entre tanto, el profesor adjunto mostró un ingenioso y extraño artilugio. Según afirmaba, se trataba de un reloj solar Kazejin, y era una prueba irrefutable de que ya se encontraban realmente cerca. Si sus cálculos no fallaban, estaba a apenas un día del gran hallazgo. Muten Roshi detuvo radicalmente el entusiasmo y las tesis del adjunto, sentenciando que aún no se podía cantar victoria.
Datsue, llevó la mirada hacia la pelirroja, y mencionó que la mermelada sobre el pan era una correcta elección, toda una recomendación. No hacía falta que lo jurase, pero la verdad... la chica no tenía el horno para bollos.
—Gracias por la recomendación, pero sinceramente tengo el estomago cerrado, no me apetece desayunar.
Nada de lo dicho o mostrado había llamado realmente su atención, quizás aún tenía la cabeza en otro sitio. Bueno, quizás no, casi seguro...
13/12/2017, 23:51 (Última modificación: 14/12/2017, 17:30 por Uchiha Akame.)
La mañana prosiguió como se esperaba. Después de un copioso desayuno a base de pan y mermelada —por parte de Datsue— o de aire —para Aiko—, los dos ninjas podrían dar una vuelta por el campamento observando las labores de trabajo en la zona marcada por los académicos. Se trataba de un área más o menos rectangular, de varias decenas de metros de lado, que cubría gran parte de la formación rocosa sin llegar a quedar demasiado cerca del campamento. Durante todo el día los obreros de la expedición —casi una treintena de hombres— palearon arena, picaron piedra y cavaron sin descanso. Ni siquiera a la hora del almuerzo o a media tarde dejaron de escucharse los característicos sonidos de las palas y los picos oradando la piedra y la tierra.
Debían ser ya las seis de la tarde, con el Sol descendiendo sobre el cielo anaranjado, cuando unos inconfundibles gritos de júbilo pudieron escucharse en todo el campamento.
—¡YAYAYAJUUUUUU!
Si los ninjas se acercaban al perímetro de la excavación, podrían ver a la plana mayor de la expedición —Muten Rōshi, Banadoru y Jonaro— observando con interés el hallazgo que uno de los obreros había hecho mientras cavaba; el principio de unos escalones de piedra cubiertos de tierra que descendían en el suelo.
Incluso el sobrio y calculador director, Muten Rōshi, se permitió el lujo de celebrarlo con su adjunto y el jefe de seguridad. El resto de los hombres también lanzaron gritos de júbilo, y redoblaron el ritmo de los trabajos con la esperanza de tener el camino despejado antes del anochecer.
—¡Ninjas! ¡Acérquense, acérquense! —les llamaría Rōshi, exultante—. Contemplen la Historia, ¡Historia misma! ¡Esto es un hallazgo sin precedentes!
Los vítores y el júbilo continuaría un rato más, hasta que finalmente Jonaro —cuyo rostro curtido y normalmente ceñudo apenas sabía acomodar una sonrisa— propusiera volver a la pérgola y descorchar algunas botellas de licor, traído especialmente para la ocasión de que encontrasen algo. Todos, saboreando ya las dulces mieles de una expedición fructífera, accederían de buen grado. Los tres se encaminarían hacia el toldo que habían montado por la mañana, y Banadoru instaría alegremente a los ninjas a acompañarles.
Una vez allí, Jonaro abriría una botella de cristal precioso y contenido amarillento, tomaría cinco vasos y serviría esos mismos tragos de aquel licor tan aparentemente caro. Con el Sol ya raspando las dunas en el horizonte, Muten Rōshi alzaría su vaso en un brindis frente al resto de los integrantes de la mesa.
—Por la expedición, y por nuestros nombres, ¡que serán recordados en la Historia!