20/12/2017, 10:48
(Última modificación: 20/12/2017, 14:03 por Aotsuki Ayame.)
—Deja de... decir... tonterías —respondió Daruu tras ella, y aunque Ayame no se volvió, se estremeció al sentir la ira temblando en su voz—. ¿Mera suerte? ¡No reconoces ninguno de tus méritos, sean pequeños o grandes!
Ella se encogió sobre sí misma. ¿No reconocía sus propios méritos? Era probable que Daruu tuviera razón, pero aunque no lo expresó en voz alta Ayame seguía convencida en su afirmación: Daruu se merecía mil veces más que ella llegar a la final.
—¿Y por qué tienes que defenderme ante nadie? Puede que te lo contase porque necesitaba confiárselo a alguien, pero lo de Akame es algo que tenía... tenía que solucionar yo.
—¿Pretendes que me lo encontrara y charlara con él animadamente como si no supiera nada de lo que ha pasado entre vosotros dos? —replicó, volviéndose de golpe hacia él—. ¡Ya sé que no es asunto mío, pero no pude hacer nada por evitarlo! ¡Él intentó matarte, Daruu-kun! ¿¡Cómo demonios voy a actuar como si no supiera nada!? ¡Eres... eres una de las personas más importantes para mí! —añadió, sobreponiéndose al doloroso nudo que atenazaba su garganta.
—¿Y qué es eso sobre tu padre? No sabes nada. Él tampoco sabe nada. Ninguno de los dos sabéis nada —continuó él—. No sé de qué me estás hablando, pero él baja todas las madrugadas con un cabreo que no le cabe encima, y sus ojos... Esos ojos. Yo creo que gran parte de él está entrenándome para hacerte de rabiar. Además durante aquella conversación del carro lo único que noté es que lo que quiere es que le pidas entrenar tú misma.
Incapaz de replicar a aquello, Ayame apretó los puños y bajó la cabeza. Claro que conocía aquellos ojos de los que hablaba Daruu, convivía con ellos cada día después de aquel fatídico torneo. Unos ojos afilados que parecían contener en su iris la ira de la más terrible de las tormentas. Pero su compañero no parecía estar esperando una respuesta. En cambio, se acercó a ella, la agarró suavemente por los hombros, la atrajo hacia él y la abrazó con fuerza.
—Mira, sé que lo tuyo con tu padre no se va a arreglar enseguida, pero me duele verte mal. —escuchó su voz—. Yo te ayudé a aprobar el examen, yo te considero una igual. Así que deja de decir tonterías y esforcémonos al máximo de todos modos. No sé qué más decirte, de verdad, pero... odio verte así.
Ayame, temblorosa, suspiró y cerró los ojos, abrazándole con fuerza y dejándose embriagar por el olor de Daruu. Aquel olor a bosque que siempre la reconfortaba.
—A lo mejor en vez de centrarnos en quién gana a quién deberíamos centrarnos en hacer buen equipo y apoyarnos mutuamente. Y tenemos una misión que cumplir. Venga, que nos lo estábamos pasando bien.
Ella asintió, en su interior profundamente agradecida. Habría dado lo que fuera porque aquel momento no terminara nunca, pero tuvo que recordarse que ambos estaban en acto de servicio, no en una cita. Se separó a regañadientes de él, y aferró el extraño kunai de tres puntas con fuerza. Le costó algunos segundos recordar dónde se habían quedado, pero enseguida se apartó un par de pasos de él.
—Vale. Estocada al pecho —recordó, y entonces lanzó el brazo derecho hacia delante, con la intención clara de simular un apuñalamiento con la daga.
Ella se encogió sobre sí misma. ¿No reconocía sus propios méritos? Era probable que Daruu tuviera razón, pero aunque no lo expresó en voz alta Ayame seguía convencida en su afirmación: Daruu se merecía mil veces más que ella llegar a la final.
—¿Y por qué tienes que defenderme ante nadie? Puede que te lo contase porque necesitaba confiárselo a alguien, pero lo de Akame es algo que tenía... tenía que solucionar yo.
—¿Pretendes que me lo encontrara y charlara con él animadamente como si no supiera nada de lo que ha pasado entre vosotros dos? —replicó, volviéndose de golpe hacia él—. ¡Ya sé que no es asunto mío, pero no pude hacer nada por evitarlo! ¡Él intentó matarte, Daruu-kun! ¿¡Cómo demonios voy a actuar como si no supiera nada!? ¡Eres... eres una de las personas más importantes para mí! —añadió, sobreponiéndose al doloroso nudo que atenazaba su garganta.
—¿Y qué es eso sobre tu padre? No sabes nada. Él tampoco sabe nada. Ninguno de los dos sabéis nada —continuó él—. No sé de qué me estás hablando, pero él baja todas las madrugadas con un cabreo que no le cabe encima, y sus ojos... Esos ojos. Yo creo que gran parte de él está entrenándome para hacerte de rabiar. Además durante aquella conversación del carro lo único que noté es que lo que quiere es que le pidas entrenar tú misma.
Incapaz de replicar a aquello, Ayame apretó los puños y bajó la cabeza. Claro que conocía aquellos ojos de los que hablaba Daruu, convivía con ellos cada día después de aquel fatídico torneo. Unos ojos afilados que parecían contener en su iris la ira de la más terrible de las tormentas. Pero su compañero no parecía estar esperando una respuesta. En cambio, se acercó a ella, la agarró suavemente por los hombros, la atrajo hacia él y la abrazó con fuerza.
—Mira, sé que lo tuyo con tu padre no se va a arreglar enseguida, pero me duele verte mal. —escuchó su voz—. Yo te ayudé a aprobar el examen, yo te considero una igual. Así que deja de decir tonterías y esforcémonos al máximo de todos modos. No sé qué más decirte, de verdad, pero... odio verte así.
Ayame, temblorosa, suspiró y cerró los ojos, abrazándole con fuerza y dejándose embriagar por el olor de Daruu. Aquel olor a bosque que siempre la reconfortaba.
—A lo mejor en vez de centrarnos en quién gana a quién deberíamos centrarnos en hacer buen equipo y apoyarnos mutuamente. Y tenemos una misión que cumplir. Venga, que nos lo estábamos pasando bien.
Ella asintió, en su interior profundamente agradecida. Habría dado lo que fuera porque aquel momento no terminara nunca, pero tuvo que recordarse que ambos estaban en acto de servicio, no en una cita. Se separó a regañadientes de él, y aferró el extraño kunai de tres puntas con fuerza. Le costó algunos segundos recordar dónde se habían quedado, pero enseguida se apartó un par de pasos de él.
—Vale. Estocada al pecho —recordó, y entonces lanzó el brazo derecho hacia delante, con la intención clara de simular un apuñalamiento con la daga.