6/01/2018, 19:20
Y cómo no. ¿Qué profesional no lleva un par de ganzúas plenamente funcionales en su inmediato bolsillo?
Y con ellas, el bunshin probaría suerte con las mismas para destrabar la cerradura con las pinzas. Introdujo una a una en el cerrojo, giró y giró, hasta que sintió el peldaño del seguro poner oposición a los alambres de metal. Entonces, cuando Akame fue a dar el último giro, sintió como de a poco la petaca estuvo a punto de abrirse.
Pero a último momento, ¡clank! el agarre de una de las ganzúas resbaló y volvió a trabar el seguro.
Para su suerte, sin embargo, la ganzúa no se había roto. Sólo era cuestión de intentarlo una vez más, y esperar tener mayor suerte para la próxima.
En el otro extremo de la calle, Shinjaka volvió a hablar.
—¿Qué pasa, por qué tardas tanto?
. . .
Mediocridad, le llamó el atrevido noble a lo conseguido por Maki. El gordo no pudo más que hacer una clarísima mueca de disconformidad, ya que llamar a semejante cantidad de victorias algo mediocre era no saber una puta mierda del juego. Pero se tragó su opinión, dado que el extranjero tenía toda la intención de continuar con su intervención. Y es que apenas volvió a hablar, éste demostró su evasiva y logró desviar la atención, aunque muy ligeramente, de su anterior error. Claro, que ellos no habiéndose presentado aún —y es que en ese tipo de menesteres, dar un nombre era cuestión de privilegio y no de mundana cortesía— le habían dado la oportunidad al acompañante de Meiharu de torcer la conversación.
El segundo de ellos movió la cabeza de lado a lado, dubitativo.
—Oh, pero qué descuido el mío. Lo siento, he pecado por suponer tendría usted en cuenta quién éramos nosotros. Aunque veo que está absolutamente desinformado en todos los aspectos que envuelven a ésta interesante velada, lo que me hace pensar que habéis venido aquí con tan sólo la confianza en su juego, y de poder ganar una batalla en la que no conoce a los enemigos a enfrentar. ¿No se siente usted en desventaja, señor Sakyū? —sonrió victorioso, pero no dejó tiempo al noble a contestar. No, sabía con ligera certeza que podría devolverle la jugada con alguna frase inteligente, lo cual lo mejor sería seguir hablando—. déjeme presentarme, y a mis nobles compañeros. Mi nombre es Katarigama Shin, ciudadano insigne del País del Remolino y empresario dedicado a la ganadería.
Katarigama, el apellido caló en Datsue y creyó haberlo escuchado antes. Escuchado, o verlo. Sí. Trató de hacer memoria, memoria y más memoria, de navegar entre el mar de sus recuerdos sin naufragar en las penurias de momentos olvidados. Hasta que encontró, finalmente, lo que tanto buscaba. Ese apellido reposaba en casi todas las carnicerías y tiendas de embutidos a lo largo y ancho de Uzushio. La familia Katarigama era una de las grandes responsables de criar, producir y vender todo tipo de cortes de carne de primera, siendo reconocidos por tener uno de los criaderos de ganado más grandes de todo Oonindo.
Acto seguido, el gordo opulento abrió la boca.
—Wakaba Toeru. Accionista principal del... —alzó los brazos, vangloriándose en el todo y la nada—. Molino Rojo.
Aquella revelación cayó en Datsue como el peso de mil toneladas, teniendo frente a él a uno de los dueños del jodido establecimiento en el que estaba metiendo las narices. Un tipo peligroso, al que mejor no molestabas intentando hacerle daño a su... bebé.
El tercero, sin embargo, se abalanzó desde la pared contigua y atravesó el umbral de la habitación para acercarse hasta uno de los asientos de la mesa.
—Etsu —sentenció, antes de tomar asiento.