Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Así pues, el aprendiz de Soroku le tomó la palabra al genin, y comandado por cuales fueran sus intenciones, le siguió hasta el rincón aledaño. Ahí, el Profesional hizo alarde de sus más avanzadas habilidades y terminó invocando tras una serie de sellos, a una réplica exacta de sí mismo. Atípica, pues Shinjaka pudo prever que no se trataba de una técnica de clonación de las comunes, sino una mucho más avanzada. Una que lucía mucho más tangible, y real. Incluso consciente, como si tuviera vida propia. Y así lo demostró luego, tomando la iniciativa y inmolándose a sí misma tras surcar el plano central de la calle. Para su suerte, no parecía haber nadie en las cercanías que pudiera considerar su avance sospechoso, y logró acercarse hasta las proximidades de la cabaña quinientos cuarenta y cinco sin ningún problema.
Una vez cerca, frente a las pequeñas escaleras de madera que daban hasta el tope del estar, comprobó lo que pudieron ver de lejos. Ambas ventanas adyacentes yacían sin ningún atisbo de luz, y desde luego que no habría ningún ruido demasiado fuerte como para llamar su atención. Sólo la madera crujir por el frío del ambiente que la obligaba a comprimirse y alguno que otro sonido exterior, nada desde dentro de la casa. La oscuridad interior no le permitiría husmear hacia el interior, y si quería probar la manilla de la puerta; evidentemente, estaba con llave.
Así que tendría que probar en los laterales, y partes posteriores del complejo.
Pero, más allá de un pequeño ducto de ventilación cercano al techo en el costado derecho de la cabaña, no encontró nada sino hasta llegar a patio, en donde parecía haber una especie de ventanilla de cristal que, a ras del suelo, daba hacia el interior de la casa. No obstante, era un sector mucho más bajo, así que tendría que tratarse de un ático. Y, además, sí que había algo de luz en el fondo. El clon de Akame podría ver que había una escalera que daba probablemente hasta los interiores del hogar de Yataru Katori.
¡wouf wouf wouf!
Un chucho atado en uno de los árboles de la casa posterior, sin embargo, comenzó a ladrar sin contemplación. Con los ojos fijos en una figura desconocida para él.
. . .
Sin dar nada a cambio...
El rostro de Meiharu se vistió de renuente seriedad y encajó su seductora mirada en Datsue, el atrevido. Taconeó y taconeó tan lentamente que incluso lució como una danza demasiado atractiva como para que él pudiera ignorarla, o siquiera querer evitarla. Y es que aquel acercamiento, con sus caderas tambaléandose de un lado a otro y las ganas imperiosas de que la piel de aquella mujer llegase finalmente hasta la de ellos en conjunto convertían aquello en una necesidad. Una necesidad que resultaba abrumadora. ¿Pero por qué? quizás, por el carisma. Uno que se debatía con el de Datsue, pero que por alguna razón, lo vencía en aquel pulso de gladiadores.
Antes de que pudiera evitarlo, los brazos de la dama violeta se encontraban envolviéndole el cuello al Uchiha, y el frío del metal de las esposas que ataban sus manos acariciaron su nuca. Datsue sintió el aliento de ella rebatirse en su rostro, casi respirando ambos al unísono. Incluso rozó aquellos labios carnosos un par de veces por sobre los suyos, cual caricia de pétalo, pero nunca los llegó a unir.
—Seshu Sakyū —dijo, con voz de afrodita. Por un instante, Datsue quiso dejar de ser Datsue y ser, Seshu Sakyu por siempre—. soy t-o-d-a tuy...
¡Toc, Toc, Toc! » la madera de la puerta vibró, despertándole de su ensueño.
—Seshu-Ue —espetó, una voz familiar—. vine a ver cómo se encontraba usted
O, dicho de otra manera, a cobrar lo que se le había prometido.
Meiharu tenía un plan. Un plan para hacerse con la llave y recuperar su libertad. Datsue era su mayor obstáculo, y, al contrario de lo que solía suceder en cualquier duelo, el Uchiha pensaba dejarse ganar con facilidad. Porque perder, en aquel curioso duelo, significaba ganar.
Sintió el cálido aliento de ella, su suave perfume empalagándole el olfato, su cuerpo contra el suyo… Datsue la envolvió con los brazos y la apretó todavía más contra él. Sus labios se rozaron. El corazón de él latía desbocado, como un potrillo en celo. No podía aguantar más aquel embrujo, aquella tortura. Iba a rendirse, a dejarse llevar. Cerró los ojos, abrió la boca y…
¡Toc, toc, toc!
—Seshu-Ue —espetó, una voz familiar—. vine a ver cómo se encontraba usted.
Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no echarle la puerta abajo con un Gōkakyū, mostrándole qué tan bien se encontraba. ¡Era ya la tercera vez! Primero, Ayame le había interrumpido su pérdida de virginidad por unas simples cebollas. Luego, un calvo había entrado en su habitación justo cuando estaba a punto de hacerlo con Noemi. ¡Y ahora aquello! ¿Es que se podía tener más mala suerte? «No, espera… Lo del calvo fue un sueño», recordó de pronto. «¡Pero no importa, joder, no importa! ¿Es que me han puesto una maldición o qué?»
—Le prometí dinero a ese cabrón para que me dejase pasar —murmuró, a Meiharu. Chasqueó la lengua, visiblemente fastidiado, y tras tomarle las manos a Meiharu le entregó la llave. Luego, hizo los sellos correspondientes del Henge no Fūinjutsu, transformándose de nuevo en Seshu Sakyū. Metió una mano en la bolsa de dinero que le había dejado Shinjaka y extrajo un fajo. De ese fajo, quitó la mitad de billetes y lo puso en su bolsillo interior, devolviendo el resto a la bolsa. Con aquello debería bastar.
Con cara de pocos amigos, entreabrió la puerta.
—¿Le han comentado alguna vez...? —preguntó con fastidio—, ¿que ha nacido usted con el cuestionable don de la inoportunidad?
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—Le prometí dinero a ese cabrón para que me dejase pasar —murmuró él, y ella vistió su rostro de una inequiparable decepción. Torció sus labios curvos hacia abajo, y recibió aquella llave de la mano de su opresor.
—Una lástima —clic, la cerradura abrió y las esposas cayeron al suelo. En otras circunstancias, habría sido un par de prendas las que hubiesen sido abiertas—. para una próxima ocasión, mi señor.
Dio un paso atrás, y observó de primera mano la transformación de genin informal a noble extranjero. Luego, abrió la puerta y recibió a quien le había interrumpido una vez más su más ansiado sueño.
—¿Le han comentado alguna vez...? —preguntó con fastidio—, ¿que ha nacido usted con el cuestionable don de la inoportunidad?
—Me lo han dicho, Seshu-Ue; pero no podía no averiguar si le estaban tratando bien. Aunque, por la dama que lo compaña —Meiharu avanzó a paso certero y cruzó al lado de Datsue, abriendo ella la puerta completamente y dirigiéndose hacia la salida—. sé que ha sido así. Ya puedo dejar mi guardia en paz.
El tipo era un poco descarado, de eso no había duda. Sus palabras emulaban a un claro gesto, como si estuviese con las manos levantadas y sus palmas abiertas, a la espera de la paga. Pero no necesitaba hacerlo físicamente. Con semejante descaro no era para nada necesario.
Meiharu, de a poco, fue dejando el pasillo atrás y esperó al noble a unos cuantos metros, en el mismo cruce por el que habían entrado antes.
30/12/2017, 22:31 (Última modificación: 30/12/2017, 22:32 por Uchiha Datsue.)
Datsue, embutido en su disfraz, suspiró con pesadez. No le hacía falta fingir para mostrar su disgusto. Supuso, además, que alguien importante como por el que se estaba haciendo pasar no se molestaría en disimularlo.
—Le agradezco la preocupación —se obligó a decir—, y permítame corresponderle el gesto. —Se llevó una mano al bolsillo interno del kimono, y extrajo el medio fajo de billetes que previamente se había guardado. Aquél, a diferencia del que le había mostrado al guardia para que le dejase pasar, era auténtico. Mejor no correr riesgos—. Por las molestias —dijo, entregándole el fajo.
Si el guardia se mostraba contento con su botín, y si se iba, Datsue tomaría la bolsa de billetes de la mesa y saldría al pasillo, cerrando la puerta tras de sí, para dirigirse hacia donde estaba Meiharu. Estiró el cuello a un lado y otro, mientras sentía como el pulso se le aceleraba. «Que empiece el espectáculo...»
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30/12/2017, 23:09 (Última modificación: 30/12/2017, 23:12 por Umikiba Kaido.)
Y qué bien le correspondió el gesto el noble, que llenó sus manos con un tupido fajo de billetes. El más relleno que había tenido nunca gracias a sus benevolentes e inescrupulosos métodos de selección a la hora de permitir quién entra y quién no. Maravillado, no emitió ni una palabra más, y se dio vuelta para perderse. Datsue sintió que, probablemente, no volvería a ver a aquel hombre en toda su vida.
En toda... su vida.
Liberado de una de sus tantas ataduras, Seshu se pavoneó hasta los confines del centro de aquel piso, aquel que Datsue y Akame habían visto ataviado de gente. De gente selecta, como ahora aparentaba ser el mismísimo Datsue. Y es que, cuando éste llegó a las cercanías de Meiharu, la mujer de todas las miradas; el noble tenía que sentirse un hombre muy afortunado, de venir de tierras lejanas y lograr hacerse con la Diosa deseada de un templo de pasión como aquel. Ella le tomó el brazo, envolviéndolo en un fraternal abrazo y avanzó junto a él como si caminasen hacia el altar. Paso a paso, Datsue se abrió camino entre la muchedumbre como un hombre que supuestamente habría nacido en las altas esferas, codeándose sin tapujos con gente de negocios. Atrajo miradas, numerosas, incluso las de un par de mujeres que, quizás, habrían deseado ser la dama violeta.
Pero que bien tendría que sentirse Datsue entre aquel mar de gente, o puede que también un poco mucho apabullado. Fuera una o la otra, el estómago del genin —inexperimentado aún, a pesar de sus vivencias—, vibraría de la emoción. De la emoción de sumergirse en un mar de tiburones del que tendría que salir sin una sola mordida. O de lo contrario...
Después de caminar hasta el fondo, se encontraron con unas escaleras que subían, finalmente, al tercer piso. El sonido de las inmensas aspas del molino palpitaban cerca de Datsue.
—¿Estás listo? —le susurró ella al oído, cariñosa.
Como bien lo había dicho él, el espectáculo iba a comenzar.
Liberado ya del guardia, a quien había visto más contento que un uzureño en vendimia, se dejó abrazar por Meiharu y atravesaron la segunda planta como una feliz pareja. Él echaba breves ojeadas de vez en cuando, con ese aire desinteresado, altivo, tan propio de la alta nobleza, como si él fuese un Dios y el resto algún animal exótico que tan solo mereciese su atención por un muy breve instante. Incluso se atrevió a medio guiñarle un ojo a una chica que le gustó, coqueto.
A medida que iban aproximándose a su objetivo, sin embargo, y al llegar a las escaleras, los nervios empezaron a aflorar. Era como si una serpiente se le enroscase alrededor del estómago y le constriñese cada vez más. Era una sensación conocida para él: la tenía cada vez que se subía a un escenario, como en aquel concurso en el que había participado junto a Eri y Ayame. Nervios que después, en plena faena, desaparecían, pero que aun así seguía teniendo cada vez que le tocaba cantar… o actuar, como era aquel caso.
—¿Estás listo?
«No», quiso decirle, mientras se humedecía los labios secos. Pero dígase una cosa de Uchiha Datsue: no acostumbra a decir la verdad.
—Sí —respondió, con todo el aplomo que logró imprimirle a su voz. Aprovechando que el Henge no Jutsu le cubría, activó el Sharingan. En principio, no le interesaba conocer el chakra ni el poder de los que estarían en aquel juego, pero su dōjutsu siempre le había ayudado a identificar las mentiras del resto. Captaba mejor sus gestos faciales. Esa mirada desviándose hacia la izquierda. Ese ceño levemente fruncido. Esa súbita dilatación de pupilas. En definitiva, y como a Datsue le gustaba decir, era capaz de vislumbrar el reflejo de sus almas.
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Meiharu asintió, y volvió a caminar. Sin soltar a Datsue. Y por primera vez, el joven sintió en la dama un leve vacile en su agarre, como si con cada escalón que zanjase de aquella escalera, mayor fuera su temor. En el último, tomó un leve suspiro y haló la manija. Abriendo paso hacia un mundo... nuevo.
. . .
La luz de aquel acogedor salón invadió las pupilas de Datsue, desvelando lo que había ahí adentro. Era tal y como Meiharu lo había descrito, un pequeño espacio acogedor y perfectamente compuesto para recibir a unas pocas y selectas personas. En su interior, yacía una amplia mesa de juego con bordes de madera barnizada y cinco asientos de cuero divididos alrededor de la misma. Sobre la lana de color verde, yacían un par de maletines que probablemente contenían los mazos y las fichas, y; tras estos artilugios, un hombre de mediana edad galantemente encorbatado, que observaba con escrutinio la organización de su mesa. Él, era el Dealer.
Alrededor de la mesa, varias personas comulgaban entre sí. Tres hombres acompañados de sus respectivas damas, chachareando asuntos varios.
El primero de ellos era un tipo corpulento, tan macizo como bien lo debía alimentar su boca. Las batas de terciopelo vinotinto que envolvían a su grasiento cuerpo como manta de invierno le apretaban tanto que un botón podría saltar y joderle un ojo a alguien en cualquier momento. La papada regordeta yacía revestida de una prematura barba de tres días, y su cabello de color negro azabache era arremolinado y grueso como el alambre. Cada uno de sus dedos vestía un anillo de diferentes gemas, y, como dato curioso, tenía un diente de oro. O dos. O tres.
El segundo, como clara dicotomía; era todo lo contrario al primer jugador. Mucho más alto, esbelto y en buena forma física. De facciones mucho más marcadas y con ciertos rasgos que Datsue habría podido ver en los lugareños del noreste de su propio país, pues algo en él le recordaba a las tierras de Ushi. Vestía un pendiente en el lóbulo derecho de la oreja, gozaba de cabellos a medio cortar, castaños, y un par de insinuantes ojos verdes color dinero que, en combinación con su opulento conjunto de seda tradicional y aquella esponjosa bufanda roja envolviéndole el cuello, le hacían ver como lo que era. O, en todo caso, lo que aparentaba ser.
El tercero, no obstante, podía ser una mezcla de ambos. Un tipo que si bien se permitía disfrutar de los placeres que le conferían las altas esferas, no abusaba excesivamente de ellas. De porte parsimonioso y elegante, gordo y delgado al mismo tiempo. Su piel tenía un tono canela, y a diferencia del resto, no vestía como un cabrón adinerado. No, sus ropajes eran sencillos y para nada extravagantes. Sin pendientes, sin gemas que brillasen a su alrededor. Todo en él era normal. Ojos celestes, pelo color grisáceo, tirando a oscuro. Parecía excluido, debatiéndose en sus propios pensamientos en un rincón de la habitación.
Entonces, el tercero miró a Datsue. Y Datsue sintió el peligro asomarse por la ventana. Quizás, ese tipo podía ser su mayor problema. Tendría que cuidarse de él y de su... aparente cotidianidad.
El resto, también tuvo que virar Meiharu y su nuevo acompañante. Aquel hombre al que habían estado esperando.
Uno de ellos habló, el gigantón.
—¡Pero vaya que vaya, vaya que vaya! —canturreó con voz grave, como tenía que ser. Una voz de pito en ese cuerpo, por el contrario, sería toda una barbarie—. miren, el reemplazo de Maki-san. Joder, y en compañía de nada más y nada menos que de la Diosa Violeta. Algo que, efectivamente, Maki-san nunca pudo lograr.
Él rió, y con su risa tembló el lugar. Le acompañó el segundo por suspicacia y el resto de las mujeres, excepto Meiharu, por obligación y deber. El tercero, no obstante, continuó serio y en silencio.
Enfrentar aquella burlonería sería la primera batalla de Datsue. De su respuesta dependería el proseguir de aquella plácida aunque peligrosa reunión.
Tras realizar la vuelta de reconocimiento, el falso Akame armó en su cabeza un esquema mental para afrontar el problema. «Parece claro que el tipo no está aquí. No hay una sola luz dentro y la puerta está cerrada con llave. ¿Y en el sótano?» Se acercó a la ventana que estaba a ras de suelo un momento justo para escuchar los ladridos del chucho a su espalda. «Tengo que hacerle callar o alertará a los vecinos».
El Uchiha se acercó al perro lo justo para poder capturar su mirada con los ojos cubiertos de una película color sangre y tres aspas orbitando en torno a las pupilas. Cuando el animal fijó su mirada en la de él, los tomoe del Sharingan empezaron a girar. Pronto el perro se vería inmerso en una hipnosis controlada por Akame, que le haría caer en un profundo sueño. Aquel truco habría sido mucho más difícil de aplicar en un shinobi instruído.
Una vez silenciado el perro, el falso Akame buscó refugio entre las sombras y aguardó unos momentos para comprobar si alguien acudía a ver por qué había estado ladrando el perrillo.
Si todo estaba tranquilo, el Uchiha se aproximaría a la ventana baja y trataría de abrirla para luego colarse dentro discretamente. Una revisión exahustiva del sótano sería lo siguiente, buscando notar cualquier detalle importante.
Nada más entrar, Datsue identificó a los que serían sus oponentes. Sus rivales en aquel duelo de mentes. Había un hombre gordo, de movimientos lentos pero lengua viperina. A juzgar por sus ostentosos atuendos, ganaba más que perdía, o, quizá, estaba tan forrado que ni notaba la pérdida de unos cuantos fajos de billetes por semana. Había otro, sin embargo, más comedido en su forma de vestir, de movimientos estudiados y mirada astuta. El tercero… el tercero no encajaba en aquel lugar. Serio, de ropa sencilla y ojos peligrosos. Eran los ojos de un lobo acechando entre la maleza.
Datsue tragó saliva. No tenía ni idea de cómo enfocar el tema.
Por suerte —o por desgracia—, el hombre gordo le facilitó la tarea, empezando él la conversación. Mencionó que era el sustituto de Maki, alguien quien, al parecer, jamás había logrado hacerse con los servicios de Meiharu.
Fue en ese momento cuando se dio cuenta. Cuando se dio cuenta que, en vez de dedicarse a tontear y ligarse a la Diosa Violeta, mejor hubiese hecho en dedicar sus esfuerzos para conocer el terreno en el que iba a combatir. No solo no conocía al tal Maki, sino que, por no saber, no sabía ni cómo había conseguido la invitación a la partida. La invitación oficial, claro, porque imaginaba que Shinjaka y Meiharu habían sido los responsables directos de que pudiese acceder hasta allí. ¿Se suponía que él conocía a Maki? ¿O no?
«Da igual, no queda otra que improvisar», se dijo Datsue, que había permanecido con una media sonrisa casi imperceptible mientras los demás reían las gracias del hombre gordo.
—Seshu Sakyū —se presentó, directo y al grano, cuando las carcajadas cesaron. Realizó una rápida pasada con la mirada, sin detenerse en nadie, y su inclinación de cabeza fue tan leve que pareció más un gesto fortuito que producto de la educación al presentarse—. Respecto a Maki… —Ahora sí, una media sonrisa de verdad se formó en su rostro—, he de avisarles que no es la única batalla en la que él fracasó donde yo pienso vencer —remató, desviando la mirada por un instante a la mesa donde se iba a disputar el juego.
No había sido su respuesta más ingeniosa, ni mordaz, pero teniendo en cuenta que todavía no sabía de qué pie cojeaba cada uno, se dio por satisfecho. Mínimamente.
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El perro ladró más efusivamente a medida de que aquel desconocido se acercaba hasta los linderos de su dominio. Tensaba la cuerda mientras echaba su cuerpo hacia adelante, incapaz de poder hincar sus fauces en el invasor. Sin embargo, cualquier necesidad de ahuyentar al humano cesaron apenas éste le miró. Con sus ojos de sangre. Akame, tras usar el arma preferida de todo Uchiha, logró hacer callar al can quien apenas hizo contacto visual, se vio inmerso en un sueño catatónico y profundo. Cayó al ras de la grama como si las energías se desbocaran totalmente de su cuerpo, y durmió plácidamente, de forma súbita.
El silencio volvió a envolver al barrio, y nadie pareció querer saber qué le pasaba al animal. Por ahora.
Así que él, el intrépido, retornó sin ningún impedimento hasta el tragaluz de cristal. Pero cuando quiso abrirla se encontró con que tenía seguro. Aunque, desde su punto de vista, no lucía como un cerrojo demasiado intrincado. Akame tendría que encontrar una manera de abrirla con sigilo, o de lo contrario, su única opción era romper el panel. Y al evidente sonido del vidrio quebrarse no lo iba a poder callar con su doujutsu, desde luego.
Shinjaka se mantuvo en el cruce, custodiando el callejón; en vigilia. Él era los ojos de Akame, de momento.
. . .
Aquel nombre poco común no pareció generar ninguna disconformidad en el curioso grupo más que la de aquella leve inclinación de cabeza, fugaz, similar a la del noble. Terminado aquel saludo, todos atendieron fijamente a la consiguiente intervención de Sakyū, quien se había tomado el atrevimiento —que no podía catalogarse de otra forma—, de indagar acerca de las actuaciones del tal Maki en lo que buenamente les confería a todos: el juego.
—Pero de qué hablas, colega. Si Maki-san habrá ganado qué, ¿tres de las últimas cinco mesas? ¡Pstt! si el cabrón es buenísimo jugando al póquer. Mi bóveda es testigo presencial de ello.
—Sí, que no quepa duda. El señor Maki es un excelentísimo jugador. Lo que me parece ligeramente curioso es que su "suplente" no lo sepa, desde luego —increpó el más delgado, abatiendo sus ojos entre todos los presentes. Culminó en los de Meiharu, quien se rebatía algo incómoda al lado de su acompañante. Temblorosa en su agarre, pues sabía que en parte el error había sido suyo al no informarle acerca de cómo había conseguido él su puesto en aquella mesa de juego tan selecta—. espero no le moleste que le pregunte, señor Sakyū: ¿cómo es que se ha hecho usted exactamente con la vacante de nuestro perdido compañero, si se puede saber?
Errores de aquel tipo no podían generar sino, desconfianza.
Recordatorio de que el Akame que está explorando los lindes de la vivienda es un Kage Bunshin. Por si no me expliqué correctamente, la intención es que el verdadero sigue junto a Shinjaka, al otro lado de la calle, resguardado XD
El Kage Bunshin examinó con minuciosa atención el cerrojo de aquella ventana; no parecía demasiado complicado. Habiendo silenciado al perro guardián esperaba tener unos cuantos minutos de margen en su haber, de modo que directamente empezó a rebuscar con manos rápidas entre los bolsillos de sus ropajes.
Acabó sacando un juego de ganzúas de hierro, de apariencia muy vieja pero plenamente funcionales. «Vamos, vamos... Has ensayado esto cientos de veces...» El Uchiha se acuclilló frente a la pequeña ventana e intentó, con la mayor discreción posible, forzar el cerrojo con ayuda de sus utensilios.
Si lo conseguía, se introduciría en la vivienda con las pretensiones anteriormente descritas.
Definitivamente, en vez de preocuparse por seguir el camino de Genji Monogatari, tendría que haber seguido las enseñanzas de su Hermano. El camino del Profesional. Porque su entrada fue, por decirlo de manera suave, bochornosa. Nada importaba más que la primera impresión. Luego podías cagarla, o remontar, pero esa primera imagen siempre permanecía en la retina de los que te conocían. Y la primera imagen que dio Datsue de sí mismo fue mala, muy mala.
No solo la había cagado al no preguntar previamente a Meiharu quién era Maki —o cómo demonios había accedido allí—, sino que lo había empeorado tirándose a la piscina e improvisando que el hombre al que sustituía era malo jugando a las cartas. ¿Cómo demonios se le había ocurrido arriesgar tanto? Además, todo el mundo sabía que si no eres afortunado en el amor, al menos lo eres en el juego.
—Tres de cinco… Uou, impresionante —alzó las cejas, reforzando su aparente impresión. Si algo había aprendido en aquella vida, es que una mentira cazada se solucionaba contando otra todavía más gorda—. Y describen eso como de excelentísimo jugador —miró a Meiharu, de manera cómplice, y emitió una breve pero aguda risilla—. ¿Saben lo que yo veo? Un cuarenta por ciento de fracaso. Casi la mitad. Eso, señores, yo lo describo como mediocridad.
»Y no, no me ofende la pregunta —respondió, al delgado, sumido en su papel de noble soberbio—. Lo que sí me ofendería, quizá, es que yo, habiéndome presentado, no recibiese a cambio ni un triste nombre. Pero eso no ha sucedido… —frunció el ceño, aparentemente confuso—, ¿o quizá sí?
«¡A tomar por culo! ¡¡ALL IN!! ¡¡ALL IN!!».
Y, por eso, Datsue nunca sería tan bueno en los juegos donde se apostaba dinero como Akame. Porque se emocionaba... demasiado.
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Y cómo no. ¿Qué profesional no lleva un par de ganzúas plenamente funcionales en su inmediato bolsillo?
Y con ellas, el bunshin probaría suerte con las mismas para destrabar la cerradura con las pinzas. Introdujo una a una en el cerrojo, giró y giró, hasta que sintió el peldaño del seguro poner oposición a los alambres de metal. Entonces, cuando Akame fue a dar el último giro, sintió como de a poco la petaca estuvo a punto de abrirse.
Pero a último momento, ¡clank! el agarre de una de las ganzúas resbaló y volvió a trabar el seguro.
Para su suerte, sin embargo, la ganzúa no se había roto. Sólo era cuestión de intentarlo una vez más, y esperar tener mayor suerte para la próxima.
En el otro extremo de la calle, Shinjaka volvió a hablar.
—¿Qué pasa, por qué tardas tanto?
. . .
Mediocridad, le llamó el atrevido noble a lo conseguido por Maki. El gordo no pudo más que hacer una clarísima mueca de disconformidad, ya que llamar a semejante cantidad de victorias algo mediocre era no saber una puta mierda del juego. Pero se tragó su opinión, dado que el extranjero tenía toda la intención de continuar con su intervención. Y es que apenas volvió a hablar, éste demostró su evasiva y logró desviar la atención, aunque muy ligeramente, de su anterior error. Claro, que ellos no habiéndose presentado aún —y es que en ese tipo de menesteres, dar un nombre era cuestión de privilegio y no de mundana cortesía— le habían dado la oportunidad al acompañante de Meiharu de torcer la conversación.
El segundo de ellos movió la cabeza de lado a lado, dubitativo.
—Oh, pero qué descuido el mío. Lo siento, he pecado por suponer tendría usted en cuenta quién éramos nosotros. Aunque veo que está absolutamente desinformado en todos los aspectos que envuelven a ésta interesante velada, lo que me hace pensar que habéis venido aquí con tan sólo la confianza en su juego, y de poder ganar una batalla en la que no conoce a los enemigos a enfrentar. ¿No se siente usted en desventaja, señor Sakyū? —sonrió victorioso, pero no dejó tiempo al noble a contestar. No, sabía con ligera certeza que podría devolverle la jugada con alguna frase inteligente, lo cual lo mejor sería seguir hablando—. déjeme presentarme, y a mis nobles compañeros. Mi nombre es Katarigama Shin, ciudadano insigne del País del Remolino y empresario dedicado a la ganadería.
Katarigama, el apellido caló en Datsue y creyó haberlo escuchado antes. Escuchado, o verlo. Sí. Trató de hacer memoria, memoria y más memoria, de navegar entre el mar de sus recuerdos sin naufragar en las penurias de momentos olvidados. Hasta que encontró, finalmente, lo que tanto buscaba. Ese apellido reposaba en casi todas las carnicerías y tiendas de embutidos a lo largo y ancho de Uzushio. La familia Katarigama era una de las grandes responsables de criar, producir y vender todo tipo de cortes de carne de primera, siendo reconocidos por tener uno de los criaderos de ganado más grandes de todo Oonindo.
Acto seguido, el gordo opulento abrió la boca.
—Wakaba Toeru. Accionista principal del... —alzó los brazos, vangloriándose en el todo y la nada—. Molino Rojo.
Aquella revelación cayó en Datsue como el peso de mil toneladas, teniendo frente a él a uno de los dueños del jodido establecimiento en el que estaba metiendo las narices. Un tipo peligroso, al que mejor no molestabas intentando hacerle daño a su... bebé.
El tercero, sin embargo, se abalanzó desde la pared contigua y atravesó el umbral de la habitación para acercarse hasta uno de los asientos de la mesa.
«Ah, mierda» pensó el Kage Bunshin en su fuero interno. Con manos firmes pero un poco sudorosas, el clon se tomó un momento para mirar a un lado y a otro del lugar. Aparentemente todo estaba en calma y su presencia no había sido notada por ningún observador no deseado, pero eso tampoco era algo que aquel Akame pudiera asegurar.
Tenía que darse prisa.
Con dedos rápidos volvió a acomodar un alambre en la cerradura mientras con la ganzúa intentaba, de nuevo, vencer al cerrojo de metal que le separaba del interior de la vivienda.
—Paciencia, Shinjaka-san —respondió el verdadero Akame, que se mantenía oculto entre las sombras junto al aprendiz de herrero—. Antes de que te des cuenta estaremos sacándole a golpes a ese tipo hasta lo último que sepa sobre el objetivo.
Entonces alzó una ceja, curioso, y desvió la mirada hacia el galán.
—¿No serás tierno, eh? —preguntó, aludiendo al hecho de que si el joven guardaespaldas se resistía a colaborar, Akame no iba a tener reparos en torturarle a como diera lugar.
«¿En desventaja yo?». Datsue abrió la boca para replicar con una respuesta mordaz que ya se tenía preparada, pero antes de que le diese tiempo a hacerlo el hombre continuó, presentándose como Katarigama Shin. «Katarigama… Coño, ¿no es esa marca de carne que venden a precio de oro? No me extraña que esté forrado, el cabrón».
Seguidamente, fue turno del hombre gordo de presentarse, que resultaba ser ni más ni menos que el accionista principal del Molino Rojo. «Joder, y yo que pensaba que esto tenía un único dueño… Pues no estaría mal invertir aquí», pensó, como algo a futuro. El negocio, desde luego, parecía ir sobre ruedas.
El tercero, siguiendo en su tónica muda, tan solo alcanzó a decir su nombre, obviando su apellido o cualquier otro tipo de comentario. «A ver, recapitulemos. Tenemos a uno de los dueños principales del Molino Rojo. Si alguien se puede enterar de todos los chismorreos de la ciudad, es este tipo. Quizá sepa del paradero de Shinzo. Luego está Shin, que quizá haya hecho algún negocio complementario con el tipo. Y Etsu, que no sé a qué cojones se dedica y me da que es de esos tipos que para arrancarles más de una palabra tienes que sudar la gota gorda».
Resumiendo, lo tenía jodido.
—Le felicito por el establecimiento, Toeru. Ante esta nueva ola de excentricidades modernistas es realmente enriquecedor a la vista encontrarse con algo tan… vintage. —Menos mal que no estaba allí Akame, o empezaría a llamarle Datsue el Adulador. «En realidad, al muy cabrón le pega más llamarme Datsue el Zalamero o, directamente, Datsue el Lameculos. En fin, céntrate, cojones»—. ¿Empezamos ya, señores? —preguntó, imitando a Etsu y tomando asiento.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80