10/01/2018, 12:30
(Última modificación: 10/01/2018, 12:30 por Aotsuki Ayame.)
—¡Eso no va a pasar, jovencita, jejeje! —Escuchó de repente la voz de Takeuchi, y Ayame pegó un brinco del susto mientras que Daruu estuvo a punto de atragantarse con su refresco. Volvió la mirada hacia él, con los ojos abiertos como platos. El hombre se había sentado en la tercera silla libre de la mesa, y ninguno de los dos le había sentido acercarse, ni siquiera Ayame con su fino oído. ¡¿Pero cómo demonios lo había hecho?!—. Qué, ¿cómo vais con los ensayos?
—Eh... eh... Esto, bien, bien. Pero, ¿cuánto se supone que tenemos que pelear? —Fue Daruu quien respondió, expresando las dudas que tenían ambos—. ¿Y quién de los dos va a ganar? Bueno, creo que ya ha oído usted nuestras dudas, o... Bueno, no sé cuanto tiempo lleva... aquí.
—¡Espero que los clientes se sorprendan tanto con la obra como tú con mi... espontaneidad, genin-san! —exclamó Takeuchi, motivado—. Pues tu compañera tenía razón a medias. ¡No terminan enamorados, pero ocurrirá un giro de guión inesperado que les obligará a colaborar!
Ayame torció la cabeza ligeramente, confundida, esperando que el hombre continuara explicándose.
—Para hacer la sorpresa más creíble, no os puedo decir en qué consistirá. Sólo que debéis seguir luchando hasta que ocurra. No os preocupéis. Será... evidente.
Es decir, que seguían actuando a ciegas. Seguía sin estar convencida del todo, ellos no eran actores profesionales y si a Ayame ya se le daba mal improvisar en el día a día...
—Insisto en que no os preocupéis. Y ahora, prestadme atención, ¿de acuerdo? Os contaré lo que tenéis que hacer...
Aquello superaba todas sus expectativas. Desde su posición, en un extremo de las escaleras que subían al escenario, intentaba ignorarlo pero sus iris, nerviosos, se veían continuamente atraídos como por un imán hacia la multitud que atestaba la terraza del Patito Pluvial. Ni siquiera las mesas daban abasto para tanta gente, y muchas personas se veían obligadas a aglomerarse como podían entre los resquicios que encontraban. Por un momento, Ayame incluso llegó a preguntarse si la terraza no terminaría por hundirse bajo todo aquel peso.
«C... ¿¡Cómo demonios voy a actuar delante de tanta gente...!?» Se preguntaba, pálida como la cera, mientras una gota de sudor frío resbalaba por su sien.
Pero no había tiempo para maldecir su propia suerte. Ante la señal acordada, echó a andar junto al actor que daba vida al Señor Feudal que debía proteger. El público prorrumpió en aplausos. Pero Ayame sentía las piernas rígidas como tablas y casi debía concentrarse en cada paso que daba. Y cuando llegó hasta sus oídos alguna que otra vulgaridad disfrazada de piropo, indudablemente dirigida hacia ella, tuvo la necesidad de cruzas los brazos sobre su pecho para ocultarse. Pero no llegó a hacerlo.
«Malditos idiotas. Maldito traje. Maldito Takeuchi-san...» Maldecía para sus adentros, con el ceño fruncido y los puños apretados. Afortunadamente, la máscara cubría el intenso rubor que había teñido sus mejillas.
Intentó concentrarse en lo que tenía delante y en repasar una y otra vez los movimientos de la coreografía y las frases que debía pronunciar. Daruu se acercaba hacia su posición, acompañando a su propio Señor Feudal, y pronto ambos llegaron a la posición central. El encuentro comenzaba.
—No se preocupe, Señor —exclamó Daruu, con la voz distorsionada por el eco de la actuación—. Defenderé tu honor y el de todo el Clan del Sol eliminando a este enemigo y a su propio Señor. ¡Márchese y póngase a cubierto!
«¿"Tu honor"? ¿Qué es eso de tutear a tu Señor, Daruu-kun?» Pensó Ayame enarcando una ceja, mientras el Señor Feudal del Sol corría a buscar refugio detrás de la cordillera de cartón.
—P... ¡Póngase a cubierto, Señor! —continuó Ayame, extendiendo un brazo hacia un lado. Pese a que intentaba inculcar a su voz toda la seriedad y seguridad que requería la escena, sus palabras temblaban ligeramente en su garganta—. ¡Como representante del Clan de la Luna os protegeré de esta alimaña!
Su propio Señor Feudal siguió los pasos de el del Sol, corriendo detrás de la tarima.
—Silencio, rata. Convertiré tu Luna llena en nueva con mis manos.
—So... ¡Soy una kunoichi que lucha por el amor y la justicia! ¡Y por el poder de la Luna, te castigaré! —añadió, entrecruzando los brazos en una esperpéntica pose.
«Ay, por Amenokami...» Se lamentaba para sus adentros, muerta de vergüenza.
Afortunadamente, la conversación terminaba por el momento y era el momento que realmente se le daba bien. Era la hora del combate.
Daruu salió corriendo hacia ella, y Ayame flexionó las rodillas, con todos los músculos en tensión. Para cuando llegó a su posición, se desvió hacia el lado derecho para esquivar el puñetazo que iba directo hacia su mandíbula, giró sobre sus talones envolviendo su brazo con sus manos y, cargando el cuerpo de su oponente sobre su hombro, lo proyectó hacia delante...
—Eh... eh... Esto, bien, bien. Pero, ¿cuánto se supone que tenemos que pelear? —Fue Daruu quien respondió, expresando las dudas que tenían ambos—. ¿Y quién de los dos va a ganar? Bueno, creo que ya ha oído usted nuestras dudas, o... Bueno, no sé cuanto tiempo lleva... aquí.
—¡Espero que los clientes se sorprendan tanto con la obra como tú con mi... espontaneidad, genin-san! —exclamó Takeuchi, motivado—. Pues tu compañera tenía razón a medias. ¡No terminan enamorados, pero ocurrirá un giro de guión inesperado que les obligará a colaborar!
Ayame torció la cabeza ligeramente, confundida, esperando que el hombre continuara explicándose.
—Para hacer la sorpresa más creíble, no os puedo decir en qué consistirá. Sólo que debéis seguir luchando hasta que ocurra. No os preocupéis. Será... evidente.
Es decir, que seguían actuando a ciegas. Seguía sin estar convencida del todo, ellos no eran actores profesionales y si a Ayame ya se le daba mal improvisar en el día a día...
—Insisto en que no os preocupéis. Y ahora, prestadme atención, ¿de acuerdo? Os contaré lo que tenéis que hacer...
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Aquello superaba todas sus expectativas. Desde su posición, en un extremo de las escaleras que subían al escenario, intentaba ignorarlo pero sus iris, nerviosos, se veían continuamente atraídos como por un imán hacia la multitud que atestaba la terraza del Patito Pluvial. Ni siquiera las mesas daban abasto para tanta gente, y muchas personas se veían obligadas a aglomerarse como podían entre los resquicios que encontraban. Por un momento, Ayame incluso llegó a preguntarse si la terraza no terminaría por hundirse bajo todo aquel peso.
«C... ¿¡Cómo demonios voy a actuar delante de tanta gente...!?» Se preguntaba, pálida como la cera, mientras una gota de sudor frío resbalaba por su sien.
Pero no había tiempo para maldecir su propia suerte. Ante la señal acordada, echó a andar junto al actor que daba vida al Señor Feudal que debía proteger. El público prorrumpió en aplausos. Pero Ayame sentía las piernas rígidas como tablas y casi debía concentrarse en cada paso que daba. Y cuando llegó hasta sus oídos alguna que otra vulgaridad disfrazada de piropo, indudablemente dirigida hacia ella, tuvo la necesidad de cruzas los brazos sobre su pecho para ocultarse. Pero no llegó a hacerlo.
«Malditos idiotas. Maldito traje. Maldito Takeuchi-san...» Maldecía para sus adentros, con el ceño fruncido y los puños apretados. Afortunadamente, la máscara cubría el intenso rubor que había teñido sus mejillas.
Intentó concentrarse en lo que tenía delante y en repasar una y otra vez los movimientos de la coreografía y las frases que debía pronunciar. Daruu se acercaba hacia su posición, acompañando a su propio Señor Feudal, y pronto ambos llegaron a la posición central. El encuentro comenzaba.
—No se preocupe, Señor —exclamó Daruu, con la voz distorsionada por el eco de la actuación—. Defenderé tu honor y el de todo el Clan del Sol eliminando a este enemigo y a su propio Señor. ¡Márchese y póngase a cubierto!
«¿"Tu honor"? ¿Qué es eso de tutear a tu Señor, Daruu-kun?» Pensó Ayame enarcando una ceja, mientras el Señor Feudal del Sol corría a buscar refugio detrás de la cordillera de cartón.
—P... ¡Póngase a cubierto, Señor! —continuó Ayame, extendiendo un brazo hacia un lado. Pese a que intentaba inculcar a su voz toda la seriedad y seguridad que requería la escena, sus palabras temblaban ligeramente en su garganta—. ¡Como representante del Clan de la Luna os protegeré de esta alimaña!
Su propio Señor Feudal siguió los pasos de el del Sol, corriendo detrás de la tarima.
—Silencio, rata. Convertiré tu Luna llena en nueva con mis manos.
—So... ¡Soy una kunoichi que lucha por el amor y la justicia! ¡Y por el poder de la Luna, te castigaré! —añadió, entrecruzando los brazos en una esperpéntica pose.
«Ay, por Amenokami...» Se lamentaba para sus adentros, muerta de vergüenza.
Afortunadamente, la conversación terminaba por el momento y era el momento que realmente se le daba bien. Era la hora del combate.
Daruu salió corriendo hacia ella, y Ayame flexionó las rodillas, con todos los músculos en tensión. Para cuando llegó a su posición, se desvió hacia el lado derecho para esquivar el puñetazo que iba directo hacia su mandíbula, giró sobre sus talones envolviendo su brazo con sus manos y, cargando el cuerpo de su oponente sobre su hombro, lo proyectó hacia delante...