17/01/2018, 10:50
—Oh... —suspiró Eri. Por la expresión de su rostro, y su boca entreabierta, parecía que iba a añadir algo más a sus palabras, pero al final terminó por callar.
Pasaron algunos segundos en completo silencio que Ayame aprovechó para disfrutar de su batido. Aunque por dentro, su cabeza bullía de actividad, buscando una solución al problema que se le acababa de plantear. Odiaba tener que hacerlo, pero tendría que darse prisa para ir a reunirse con su hermano. Y una vez con él... rezar a Amenokami para que no estuviera demasiado enfadado con ella.
—Lo siento, Ayame-san —intervino Eri, removiéndose en su asiento.
—¿Eh? —Ayame torció la cabeza, confundida ante aquella inesperada disculpa. Y cuando comprendió a lo que se estaba refiriendo la pelirroja, sacudió las manos en el aire—. ¡No tienes por qué disculparte! Tú no sabías nada y yo me lo estaba pasando tan bien que se me ha olvidado por completo —añadió, con una sonrisilla—. La única torpe aquí soy yo, no te preocupes.
—Terminemos el batido rápido y busquemos a tu hermano, así me podré disculpar por haberte traído hasta aquí, ¿vale? —sugirió, y antes de dejar siquiera que respondiera se levantó y, para su completo apuro, se dirigió hacia la barra del bar para pagar.
—¡Tampoco era necesario que pagaras por mí! —protestó, cuando la pelirroja volvió a sentarse frente a ella. Había inflado las mejillas, pero enseguida se relajó y volvió a sonreír, afable—. Pero gracias, Eri-san.
—¡Vamos, Ayame-san! —la alentó Eri—. Así Aotsuki-san no estará tan enfadado, ¡rápido! —volvió a decir, y para su completa estupefacción comenzó a beberse el batido a grandes tragos, como si de una aspiradora se tratase. Y para cuando Ayame salió de su asombro, la pelirroja ya se había bebido la mitad de su vaso. Tendría que darse prisa para alcanzarla, así que hizo casi lo mismo que ella.
Y cuando terminó creyó que iba a reventar del empacho.
—Ah... demasiado rápido... —se quejó, sujetándose el estómago con una mano. Se suponía que aquellos postres estaban para degustarlos poco a poco, no para engullirlos de golpe. Pero la situación así lo ameritaba. Ayame alzó la mirada hacia Eri y sus labios temblaron cuando trató de contener una carcajada. Con un gesto disimulado, buscó establecer contacto visual con ella y se señaló los labios en un claro gesto.
Se le había quedado un bonito bigote blanco.
Dos sombras recorrían las calles de Tanzaku Gai a toda velocidad bajo el amparo de las estrellas. A aquellas horas, los pocos establecimientos que habían estado abiertos ya habían cerrado sus puertas, por lo que la única luz con la que contaban era la de las farolas que encontraban a su paso y la luz que se filtraba desde las ventanas de las casas vecinas. La temperatura había descendido algunos grados con la ausencia del sol, pero no parecía que aquel detalle frenara la desesperación de las dos kunoichis.
«Es rápida.» No pudo evitar observar Ayame. En pocas ocasiones se había cruzado con alguien que la igualara en velocidad, pero Eri corría prácticamente a la par que ella. Enseguida se dio cuenta que, de ser aquello una carrera o una persecución, no podría dejarla atrás.
Sin embargo, por muy veloces que fueran, ambas se encontraban en una ciudad que nunca habían pisado con anterioridad y la noche sólo complicaba las cosas a la hora de orientarse. Ya lo decía el dicho: "De noche, todos los Uchiha son pardos."
—Oye, Eri-san, ¿crees que queda muy lejos la plaza? —le preguntó a su compañera.
Pasaron algunos segundos en completo silencio que Ayame aprovechó para disfrutar de su batido. Aunque por dentro, su cabeza bullía de actividad, buscando una solución al problema que se le acababa de plantear. Odiaba tener que hacerlo, pero tendría que darse prisa para ir a reunirse con su hermano. Y una vez con él... rezar a Amenokami para que no estuviera demasiado enfadado con ella.
—Lo siento, Ayame-san —intervino Eri, removiéndose en su asiento.
—¿Eh? —Ayame torció la cabeza, confundida ante aquella inesperada disculpa. Y cuando comprendió a lo que se estaba refiriendo la pelirroja, sacudió las manos en el aire—. ¡No tienes por qué disculparte! Tú no sabías nada y yo me lo estaba pasando tan bien que se me ha olvidado por completo —añadió, con una sonrisilla—. La única torpe aquí soy yo, no te preocupes.
—Terminemos el batido rápido y busquemos a tu hermano, así me podré disculpar por haberte traído hasta aquí, ¿vale? —sugirió, y antes de dejar siquiera que respondiera se levantó y, para su completo apuro, se dirigió hacia la barra del bar para pagar.
—¡Tampoco era necesario que pagaras por mí! —protestó, cuando la pelirroja volvió a sentarse frente a ella. Había inflado las mejillas, pero enseguida se relajó y volvió a sonreír, afable—. Pero gracias, Eri-san.
—¡Vamos, Ayame-san! —la alentó Eri—. Así Aotsuki-san no estará tan enfadado, ¡rápido! —volvió a decir, y para su completa estupefacción comenzó a beberse el batido a grandes tragos, como si de una aspiradora se tratase. Y para cuando Ayame salió de su asombro, la pelirroja ya se había bebido la mitad de su vaso. Tendría que darse prisa para alcanzarla, así que hizo casi lo mismo que ella.
Y cuando terminó creyó que iba a reventar del empacho.
—Ah... demasiado rápido... —se quejó, sujetándose el estómago con una mano. Se suponía que aquellos postres estaban para degustarlos poco a poco, no para engullirlos de golpe. Pero la situación así lo ameritaba. Ayame alzó la mirada hacia Eri y sus labios temblaron cuando trató de contener una carcajada. Con un gesto disimulado, buscó establecer contacto visual con ella y se señaló los labios en un claro gesto.
Se le había quedado un bonito bigote blanco.
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Dos sombras recorrían las calles de Tanzaku Gai a toda velocidad bajo el amparo de las estrellas. A aquellas horas, los pocos establecimientos que habían estado abiertos ya habían cerrado sus puertas, por lo que la única luz con la que contaban era la de las farolas que encontraban a su paso y la luz que se filtraba desde las ventanas de las casas vecinas. La temperatura había descendido algunos grados con la ausencia del sol, pero no parecía que aquel detalle frenara la desesperación de las dos kunoichis.
«Es rápida.» No pudo evitar observar Ayame. En pocas ocasiones se había cruzado con alguien que la igualara en velocidad, pero Eri corría prácticamente a la par que ella. Enseguida se dio cuenta que, de ser aquello una carrera o una persecución, no podría dejarla atrás.
Sin embargo, por muy veloces que fueran, ambas se encontraban en una ciudad que nunca habían pisado con anterioridad y la noche sólo complicaba las cosas a la hora de orientarse. Ya lo decía el dicho: "De noche, todos los Uchiha son pardos."
—Oye, Eri-san, ¿crees que queda muy lejos la plaza? —le preguntó a su compañera.