25/01/2018, 00:04
Uchiha Akame torció los labios en una sonrisa, aunque como casualmente iba mirando a unos chiquillos jugar en la plaza del pueblo —que estaban atravesando en ese momento—, Datsue no pudo verlo. Para cuando se volvió hacia su congénere, su rostro ya exhibía aquella máscara de serenidad tan habitual en él.
—No hay de qué, Datsue-kun. Somos compañeros de equipo —respondió Akame.
Poco después llegaron a la posada. El Uchiha se sentó junto a la barra y pidió de comer y de beber. Estaba dolorido y sus heridas necesitaban tratamiento, pero primero quería llenar la panza. Gastar tanto chakra siempre le daba un hambre terrible.
El ceñudo tabernero frunció todavía más aquellos dos gatos acostados sobre su frente que tenía por cejas al ver el estado de los ninjas. Por un momento pareció a punto de preguntar algo, pero luego optó por mantener aquel mutis por el que tan famosos eran los de su gremio —y gracias al cual tantas conversaciones interesantes llegaban a escuchar— y se limitó a traerles lo que habían pedido.
El rostro de aquel comerciante pasó por varias fases. Primero, confusión; seguramente debido a que no tenía ni idea de lo que era un "Fuuinjutsu". Luego, alivio, al entender que, fuera lo que fuese, su propiedad ya estaba limpia de toda mácula. Y finalmente desconfianza, al recordar que los ninjas eran mercenarios astutos y mentirosos de los que uno nunca podía fiarse, y a los que sólo se debía recurrir en caso de extrema necesidad.
Así, el señor Takeda se cruzó de brazos y asintió, mesándose la barbilla con una mano.
—Está bien, está bien kunoichi-san. Firmaré el contrato para darlo por cumplido... ¡Pero mañana mismo me paso por la casa! No me cabe duda de que si encuentro algo fuera de lugar, Uzushiogakure no Sato podrá responder —añadió, con un brillo de codicia maliciosa en sus ojos oscuros.
Luego cumplió su palabra, y en menos que cantaba un gallo, Eri tenía entre sus manos un pergamino de misión de rango C exitosamente sellado.
—No hay de qué, Datsue-kun. Somos compañeros de equipo —respondió Akame.
Poco después llegaron a la posada. El Uchiha se sentó junto a la barra y pidió de comer y de beber. Estaba dolorido y sus heridas necesitaban tratamiento, pero primero quería llenar la panza. Gastar tanto chakra siempre le daba un hambre terrible.
El ceñudo tabernero frunció todavía más aquellos dos gatos acostados sobre su frente que tenía por cejas al ver el estado de los ninjas. Por un momento pareció a punto de preguntar algo, pero luego optó por mantener aquel mutis por el que tan famosos eran los de su gremio —y gracias al cual tantas conversaciones interesantes llegaban a escuchar— y se limitó a traerles lo que habían pedido.
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El rostro de aquel comerciante pasó por varias fases. Primero, confusión; seguramente debido a que no tenía ni idea de lo que era un "Fuuinjutsu". Luego, alivio, al entender que, fuera lo que fuese, su propiedad ya estaba limpia de toda mácula. Y finalmente desconfianza, al recordar que los ninjas eran mercenarios astutos y mentirosos de los que uno nunca podía fiarse, y a los que sólo se debía recurrir en caso de extrema necesidad.
Así, el señor Takeda se cruzó de brazos y asintió, mesándose la barbilla con una mano.
—Está bien, está bien kunoichi-san. Firmaré el contrato para darlo por cumplido... ¡Pero mañana mismo me paso por la casa! No me cabe duda de que si encuentro algo fuera de lugar, Uzushiogakure no Sato podrá responder —añadió, con un brillo de codicia maliciosa en sus ojos oscuros.
Luego cumplió su palabra, y en menos que cantaba un gallo, Eri tenía entre sus manos un pergamino de misión de rango C exitosamente sellado.