Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Su pequeño ardid estaba funcionando. Tanto él como Eri lograron llamar la suficiente atención de Yogo como para que Akame fuese flanqueando, poco a poco, el otro lateral, y finalmente el viejo maestro pareció picar el cebo. El problema era…
… que Datsue era el cebo.
—¡Mierd…! —En aquella ocasión no le dio tiempo a evadirlo, solo a levantar los brazos de forma instintiva justo antes de ser golpeado con una fuerza arrolladora, que le cortó el aliento y le lanzó catapultado hacia una pared.
Las estanterías cayeron sobre él, derramando frascos sobre el cuerpo maltrecho del Uchiha, que apenas lograba moverse. Por unos instantes, le invadió el pánico más absoluto: su cuerpo no le respondía. Casi ni lo sentía.
¿Se habría roto algo? ¿Se habría quedado paralítico? Tal era su angustia, que sentía como si una serpiente se le enroscase en el estómago. Entonces, poco a poco, empezó a mover los dedos. Las manos. Los brazos. Las piernas…
—¡Hay que salir de aquí!
La voz de Akame le atravesó el alma como un relámpago. Sí, tenían que salir de allí, a toda costa. Se levantó, tambaleándose, mientras trataba de correr hacia él. Estaba desorientado, perdido, ni siquiera sabía si habían derrotado a Yogo. Lo único de lo que estaba seguro, es que tenía que sobrevivir.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado
Grupo 0: Datsue y Uchiha Raito, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 1: Datsue y Reiji, (Ascua, 220), Poder 80 e Inteligencia 80
Grupo 2: Datsue y Aiko, (Entretiempo, 220), Poder 100 e Inteligencia 80
Grupo 5: Datsue y Uzumaki Kaia, (Bienvenida, 221), Poder 100 e Inteligencia 80
El Uchiha llegó hasta su compañero en el justo momento en el que éste trataba de incorporarse. Datsue casi cayó en sus brazos, y Akame tuvo que apretar los dientes para ahogar un gruñido de dolor cuando notó parte del peso de su compañero apoyarse en él. La voz de Eri llamó también su atención desde atrás. Akame se giró como pudo, lo suficiente para comprobar que la Uzumaki también se encontraba en un estado lamentable.
—Por las tetas... De Amaterasu... ¡Vamos! —gruñó, como un desgarrador grito de guerra, mientras se pasaba el brazo de Datsue por encima de los hombros y tiraba con fuerza en dirección al hueco en la pared. Su única salida.
El techo empezó a agrietarse sobre sus cabezas mientras aquella máquina que servía de trono al infecto y tembloroso amasijo de carne y metal seguía emitiendo un ruido ensordecedor. Parecía un motor trabajando a diez mil revoluciones por minuto. Akame y Datsue podrían caminar hasta donde se encontraba su compañera, ahora tirada en el suelo, y recogerla entre gruñidos y gemidos de dolor.
Tal y como Yogo-sama —el Gran Maestro, Ooseiji— había predicho, no morirían aquel día. Ni en aquel sótano lúgubre y apestoso.
Los tres genin cruzaron el umbral de tablas de madera perfectamente cortadas momentos antes de que la habitación secreta colapsara y el techo se viniera abajo con un estruendo ensordecedor, enterrándolo todo. Aquel monstruoso ser llamado El Que Ve, los pergaminos, el extraño trono-máquina, los frascos de dudoso propósito... Todo.
Akame no paró de andar hasta que alcanzaron las escaleras del otro lado del sótano, pese a que los temblores ya habían cesado. Al llegar se dejó caer sobre los primeros escalones. Estaba herido y exahusto, tanto por el gasto de chakra como por la breve huída. Echó la vista hacia atrás y vio cómo el hueco en la pared estaba ahora bloqueado por varias toneladas de escombros, y tosió por el polvo que se le había colado en la garganta.
Datsue y Eri no estarían mucho mejor; aquellos tentáculos de chakra les habían golpeado con la fuerza de un tetsubō, y aunque no tenían daños permanentes en su cuerpo, durante los siguientes días una extensa mancha amoratada cubriría su torso.
Los tres genin lograron escapar justo antes de que la habitación donde todo lo relacionado a aquel maestro que una vez fue algo parecido a ellos, se vio sepultado hasta convertirse en un extraño recuerdo. Sin embargo, la joven kunoichi, junto a sus compañeros de misión, no pararon hasta que se vieron alejados de aquel lugar.
Akame terminó por decidir que el mejor sitio para descansar, eran las escaleras donde se dejó caer. Eri no replicó ante su decisión, pues a la mínima que el mayor de los Uchiha tomase el suelo para descansar, ella se caería en su lado izquierdo, ejerciendo presión sobre el torso, el cual le dolía a horrores, haciendo que su respiración fuese un tanto más artificial que de costumbre.
«Pero al menos... ya está...»
Pensó ella mientras miraba a sus compañeros, luego miró hacia atrás, donde estaba el agujero ya entaponado de la guarida de Yogo. ¿De verdad ya estaba? ¿O quizá había algo más en aquella mansión relacionado con aquel ser?
—¿Deberíamos... mirar si se han ido los efectos del colchón? —preguntó Eri, dándose la vuelta para clavar su trasero en el suelo aún con su brazo izquierdo rodeándose el torso —. ¿Creéis que ya está? —preguntó, con la vista clavada en el suelo.
Haber salido de allí ya le suponía un milagro, por ello ni si quiera era capaz de creerlo aún del todo.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
El sonido atronador del suelo viniéndose abajo y colapsando el sótano retumbó por toda la casa, cuyos cimientos temblaban como si se hubiese producido un pequeño terremoto. Por suerte, el trío ninja había huido justo a tiempo, ayudándose entre ellos como el equipo que estaban empezando a ser. Habían llegado como tres individuos. Ahora, se empezaba a adivinar un conjunto, un grupo…
Un equipo.
—¿Deberíamos... mirar si se han ido los efectos del colchón?
Datsue resopló, mientras se apoyaba en una pared y apretaba los dientes. Estaba molido, y estaba vivo de milagro. Probablemente, si Akame no hubiese ido a socorrerle ahora estaría sepultado bajo toneladas de escombro. Le debía una a aquel cabrón.
—Pues… Supongo que deberíamos, sí… Aunque sospecho que habrán desaparecido —desvió la mirada hacia el sótano, como si en cualquier momento Yogo surgiese como un muerto andante reclamando su venganza. Por suerte, parecía bien muerto—. Por poco no la contamos, ¿eh? —Datsue todavía estaba asimilándolo—. ¿Por qué coño un tipo tan poderoso permanecía encerrado en un jodido sótano? Visteis que el tubo iba a la pared, ¿verdad? Me pregunto qué habría al otro lado…
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Akame dejó que sus compañeros verbalizasen sus pensamientos mientras él se reponía de aquella última arremetida. Le dolía la espalda, el costado, el hombro derecho... Y, un poco menos, todo el cuerpo. El polvo que todavía flotaba en el ambiente se le metía en los ojos y le molestaba, la garganta le escocía y se notaba la cabeza embotada por el gasto de chakra. «Pero estoy vivo...»
Con aquella esperanzadora certeza bien aferrada entre sus manos, el Uchiha empezó a pensar en todo lo que les había ocurrido en aquel pueblo. Primero, el anciano demente. Las noticias de la familia enloquecida. Luego la casa, que había despedido en todo momento un aura de opresión y maldad que ya no notaban. Y, cómo no, aquella monstruosidad que parecía salida de un mal sueño. «Yogo-sama... ¿El Gran Maestro? ¿El Que Ve? ¿Qué demonios significan esos títulos?» Demasiadas preguntas.
El Uchiha sacudió la cabeza y se puso en pie, ignorando las dudas de sus compañeros.
—¿Alguien con ganas de explicarle al señor Takeda lo que ha pasado aquí? —preguntó, hastiado. Luego añadió—. Yo comprobaré que el resto de la casa esté bien.
Aunque Datsue parecía interesado en saber si seguía algo de Yogo en la casa, Akame pensó en otros asuntos, como explicarle al señor Takeda lo que había ocurrido y lo que realmente estaba pasando con su mansión. Eri suspiró y se llevó ambas manos a la cara, la verdad es que sus ganas de hablar con el señor Takeda eran bastante lejanas a las ganas que tenía de descansar.
—Bueno, yo iré, si queréis quedaos vosotros examinando la casa —se ofreció Eri, y cuando se levantó, un dolor la atravesó de arriba a abajo —. ¿Y-y si vamos los tres? O sea, por si acaso pasa algo en la casa todavía, ¿no será mejor que nos mantengamos juntos cual equipo? —preguntó al más puro estilo Datsue.
Luego dejó caer su mirada.
—Vale, voy yo, nos reuniremos en la posada —concluyó, subiendo las escaleras y perdiéndose por el pasillo que daba a la entrada de la casa.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
Entre réplicas y más réplicas, Eri fue finalmente la encargada de ir a avisar al cliente de que habían cumplido con la misión. Como efecto colateral, le habían destrozado el sótano, pero viendo que no lo usaba tampoco tenía motivos para quejarse.
Datsue hubiese querido ir con la kunoichi. Ir a hablar con el comerciante le parecía mucho más seguro y apetecible que ir a comprobar si el maldito somier seguía vivo. No obstante, Akame le había salvado la vida. Se sentía en deuda con él, y abandonarle en aquella mansión de mala muerte no era la mejor forma de pagársela.
Suspiró.
—Está bien —masculló—. Tú primero, Akame —Datsue había cambiado, sí…—. Yo te cubro las espaldas. —… pero hay cosas que nunca cambian.
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Eri se ofreció amablemente a ir a hablar con el señor Takeda para comunicarle que habían solucionado su pequeño "problemilla" en la mansión. Akame no estaba seguro de si sería juicioso mencionar todo aquello; ¿rituales? ¿Una antigua guarida excavada en el sótano de la finca? ¿Monstruos aterradores que tiempo ha fueron humanos? «Esto no puede salir bien...»
Por sobre todo aquello, había algo que seguía hormigueando en la mente del Uchiha. Era como un picor que no podía rascarse, tan leve que no sabía ni localizarlo, pero que siempre estaba ahí. Picando.
Cuando los muchachos subieron por las escaleras y se encontraron en el pasillo principal, Akame se quedó un momento viendo a su compañera Uzumaki marcharse en dirección a la puerta principal. Entonces, la detuvo.
—Un momento, Eri-san —articuló con la voz temblorosa y todavía ronca—. ¿Qué vas a decirle exactamente al viejo dueño? Quiero decir...
El Uchiha bajó la mirada, visiblemente incómodo. ¿Estaba a punto de proponer mentirle a un cliente y, por ende, a la Villa?
—Todo esto ha sido muy raro. Todo lo que ha pasado hoy... Creo que no deberíamos contárselo a un civil —disparó finalmente—. Estoy seguro de que ni siquiera nosotros mismos entendemos lo que acabamos de vivir, imagina lo que podría pensar el señor Takeda. Y la gente del pueblo... Cundiría el pánico.
Entonces alzó los ojos, mirando alternativamente a sus dos compañeros.
—Creo que lo mejor sería decir que había un nido de ratas enormes en el sótano, que habían excavado un túnel y que lo hemos sellado. Quizás la familia anterior tenía pánico a las ratas, a veces la gente se desquicia cuando se siente arrinconada por sus fobias y...
A medida que Akame iba hablando, Datsue iba abriendo más y más la boca. Incrédulo. Estupefacto. Finalmente, era el fiel reflejo del horror más absoluto.
—Por los Dioses, Akame… ¿Te encuentras bien? —Le puso una mano en el hombro, preocupado. ¿Akame el Profesional mintiendo a un cliente? ¡Ja! ¡Antes se hacía un harakiri!—. El golpe del somier debió ser más fuerte de lo que pareció… —¿O acaso…? ¿Acaso Datsue le estaría contagiando? ¿Corrompiendo? Apenas llevaban 3 días juntos unidos por la cadena que Raito les había impuesto como castigo. Una cadena que solo podían quitarse para realizar misiones, pero parecía que aquel corto período de tiempo había bastado. Para asegurarse, más tarde, dejaría caer inconscientemente una moneda de cinco ryos. Si se la devolvía, es que tan solo había sido una fiebre pasajera, y sino…—. De todas formas, concuerdo. Para empezar, dudo que nos creyese en primer lugar —aseveró—. Y lo de las ratas… —se encogió de hombros—. Bueno, he oído trolas peores colar.
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Eri paró su marcha cuando Akame llamó su nombre, dándose la vuelta de inmediato. Escuchó atentamente qué quería decirle y cuando terminó, asintió.
—Pensaba en decirle toda la verdad —confesó ella, rascándose la nuca —. Pero no sé si llegará a creernos, o simplemente confiar en la casa de nuevo.
Se cruzó de brazos y meditó por unos segundos una mentira creíble y no tan lejana a la verdad. Al cabo de unos segundos, chasqueó sus dedos y sonrió.
—Tengo una idea, chicos —alegó la joven, con una pequeña sonrisa —. Dejádmelo a mí, intentaré hacerlo lo mejor posible, después de todo, aprendí del mejor —aquello último lo dijo mirando a Datsue, al cuál guiñó un ojo.
»Nos vemos luego chicos, yo me encargo del resto.
Y con aquellas palabras desapareció por la puerta, pensando en las palabras exactas para hacer que su pequeña mentira fuese totalmente creíble.
—Grupo 5: Eri, Daigo, (Invierno, 220), Poder 60
—Grupo 10: Eri, Daruu y Yota, (Otoño, 220), Poder 60
—Grupo ???: Eri, Datsue, Reiji y Hanabi, (Invierno, 220), Poder 100
En el momento en el que tuvo la certeza de que sus dos compañeros estaban de acuerdo con su propuesta e iban a ejecutarla hasta el final, Uchiha Akame no pudo contener un suspiro de alivio. ¿Por qué? Ni él mismo lo sabía en ese momento, pero algo dentro suya le decía a gritos que era mejor mantener todo lo que habían averiguado en Ichiban bien cerrado bajo llave en el baúl de sus recuerdos. Si fue una decisión acertada o no, sólo el tiempo lo diría.
Cuando Eri se marchó, Akame y Datsue dieron una vuelta por la mansión con la cautela que ameritaban las experiencias recientemente pasadas. Sin embargo, y pese a que en más de una ocasión una ráfaga de viento o un animalillo les sobresaltaron, no hallaron nada fuera de lugar. Ni rastro de aquel chakra nauseabundo, propio de Yogo-sama. Parecía que todo se había esfumado con el Gran Maestro.
—Será mejor que volvamos a la posada... Dioses, me duele todo —dijo Akame mientras bajaban las escaleras de la entrada de la mansión, en dirección al corto sendero empedrado que llevaba hasta la verja exterior de la finca.
—
Cuando Eri llegase a casa del señor Takeda, la tarde ya estaba cayendo. El viento otoñal había dado una tregua a los habitantes de Ichiban, que salían a la calle para despedir un día más que se iba.
Si llamaba a la puerta, el cliente la recibiría vestido con sus habituales ropas —pretenciosas y llamativas—, una mirada inquisitiva y un tic en la mano derecha. Todo en su aspecto parecía indicar que estaba visiblemente impaciente y nervioso por recibir una actualización del estado de la misión.
—¿Y bien? —inquirió, desde la puerta, sin siquiera invitar a Eri a pasar.
Cuando Eri llegó y llamó a la puerta no se hizo esperar, pues el hombre, nervioso e impaciente por saber qué ocurría en su mansión, preguntó sin si quiera decir un hola a su cliente sobre el problema que estaban resolviendo.
—Señor Takeda —saludó con una breve reverencia —. La misión se ha llevado con éxito, señor —informó primeramente —. En el sótano de la mansión estaba el problema —comenzó, para luego tomar aire lentamente, sabiendo que lo que venía iba a ser largo —. Al parecer hacía un tiempo que su casa había sido víctima de un Fuuinjutsu, una técnica de sellado que hacía a los que vivían allí ver y vivir cosas extrañas, señor —su voz sonaba igual que siempre, aunque tenía sus manos entrelazadas detrás de su cuerpo, retorciéndolas como signo claro de nerviosismo, fuera del alcance de visión del Señor Takeda, o al menos eso intentaba —. Pero gracias a nuestros conocimientos sobre técnicas de sellado y habilidades, hemos logrado terminar con el problema, es más —pausó un momento —, hemos revisado toda la casa y está totalmente limpia —mencionó, con una tímida sonrisa en su rostro.
«Después de todo no es tanta mentira...»
—Sin embargo, el lugar donde estaba el sello, el sótano; se ha visto destruido por complicaciones en terminar con dicho sello, algunas complicaciones... —mencionó, moviendo la mano para restarle importancia —. Pero mire el lado positivo, la casa está intacta, el sótano no se utilizaba igualmente, después de todo estaba cerrado a cal y canto, así que no se preocupe, Señor Takeda.
»Puede ir a la mansión cuando quiera, que ya no hay nada que temer.
Terminó la joven, con otra reverencia por su parte. ¿Habría caído en su mentira? Después de todo, había intentado mentir lo mejor posible, o al menos maquillar la verdad por encima...
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24/01/2018, 23:56 (Última modificación: 24/01/2018, 23:58 por Uchiha Datsue.)
Datsue no pudo evitar sonreírse cuando Eri aseguró que había aprendido del mejor. Algunos no lo tomarían como un cumplido —pues al fin y al cabo le estaba llamando mentiroso—, pero para el Uchiha fue como música para sus oídos.
Tras despedirse, los dos varones del equipo se quedaron investigando la vivienda. Por suerte para sus nervios, nada hallaron ni nada encontraron. Desde la caída de Yogo, toda parecía en calma, inerte. Los somieres no se abalanzaban de forma asesina contra los invitados, ni estaban poseídos por una maligna y nauseabunda aura de chakra. Tampoco los armarios parecían tener vida propia, ni las mesas, ni las sillas… Nada.
Ante tales buenas noticias, los dos Uchihas decidieron poner rumbo a la posada. Caminaban despacio, balanceando lo justo y necesario las manos, pues cada movimiento les recordaba lo que acababan de vivir con un pinchazo de dolor.
Afuera, todo parecía igual, ajeno a la aventura casi suicida que habían vivido los tres ninjas. Incluso el viento otoñal se había calmado, quedando solo un leve frescor y un tono amoratado en el cielo al caer el sol.
Aprovechando que Eri no estaba —tenía una reputación que mantener—, aprovechó para agradecer el gesto de Akame. Carraspeó.
—Te debo una por lo de antes… —murmuró, manteniendo la vista al frente—. Casi no la cuento.
Era importante agradecer a quien te salvaba la vida. Especialmente, porque de lo contrario igual no te salvaban una segunda vez.
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Uchiha Akame torció los labios en una sonrisa, aunque como casualmente iba mirando a unos chiquillos jugar en la plaza del pueblo —que estaban atravesando en ese momento—, Datsue no pudo verlo. Para cuando se volvió hacia su congénere, su rostro ya exhibía aquella máscara de serenidad tan habitual en él.
—No hay de qué, Datsue-kun. Somos compañeros de equipo —respondió Akame.
Poco después llegaron a la posada. El Uchiha se sentó junto a la barra y pidió de comer y de beber. Estaba dolorido y sus heridas necesitaban tratamiento, pero primero quería llenar la panza. Gastar tanto chakra siempre le daba un hambre terrible.
El ceñudo tabernero frunció todavía más aquellos dos gatos acostados sobre su frente que tenía por cejas al ver el estado de los ninjas. Por un momento pareció a punto de preguntar algo, pero luego optó por mantener aquel mutis por el que tan famosos eran los de su gremio —y gracias al cual tantas conversaciones interesantes llegaban a escuchar— y se limitó a traerles lo que habían pedido.
—
El rostro de aquel comerciante pasó por varias fases. Primero, confusión; seguramente debido a que no tenía ni idea de lo que era un "Fuuinjutsu". Luego, alivio, al entender que, fuera lo que fuese, su propiedad ya estaba limpia de toda mácula. Y finalmente desconfianza, al recordar que los ninjas eran mercenarios astutos y mentirosos de los que uno nunca podía fiarse, y a los que sólo se debía recurrir en caso de extrema necesidad.
Así, el señor Takeda se cruzó de brazos y asintió, mesándose la barbilla con una mano.
—Está bien, está bien kunoichi-san. Firmaré el contrato para darlo por cumplido... ¡Pero mañana mismo me paso por la casa! No me cabe duda de que si encuentro algo fuera de lugar, Uzushiogakure no Sato podrá responder —añadió, con un brillo de codicia maliciosa en sus ojos oscuros.
Luego cumplió su palabra, y en menos que cantaba un gallo, Eri tenía entre sus manos un pergamino de misión de rango C exitosamente sellado.
Eri escuchó atentamente al Señor Takeda, pues al fin y al cabo se había tragado la mentirijilla que había dicho. Quería gritar, pero solo pudo reprimir una sonrisa de complejidad al ver su primera mentira creída. «No es algo de lo que sentirse orgullosa, Eri». Se reprendió a sí misma, sin embargo no dijo nada, solo asentía y mantenía una sonrisa en sus labios.
—No habrá problema.
Tomó el pergamino que le había dado y se despidió del Señor Takeda con buenas palabras y una gran reverencia por parte de sus dos amigos y de ella misma. Luego, cuando estaba segura de que nadie la veía, se guardó bien el pergamino y tomó rumbo a la taberna donde se reencontraría con sus compañeros.
Poco tardó en encontrarlos una vez entró en el local, se acercó a ellos y cogió a cada uno con sus brazos, atrayéndoles en un extraño abrazo de complejidad. En su derecha reposaba el pergamino donde acreditaba que habían pasado la misión con éxito.
—Misión completada, chicos —informó, con una sonrisa de oreja a oreja. Luego tomó asiento al lado de Datsue y le pidió amablemente al tabernero que le diese lo mismo que le había preparado a ambos Uchiha. Cuando se sentó, sin embargo, notó como el dolor que había olvidado volvía inmediatamente hacia ella, apoyándose en la barra con expresión cansada —. Por cierto, chicos... —llamó, girando la cara hacia ellos —. Gracias, por todo, ha estado bien trabajar con vosotros... —aquello fue más un susurro, desviando la mirada con las mejillas un poco encendidas. La verdad es que, trabajando con ellos, no había estado tan indecisa, ni tan... Asustada.
Era agradable tener a aquellas personas cuidando de sus espaldas.
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