30/01/2018, 23:44
(Última modificación: 5/04/2018, 21:04 por Aotsuki Ayame.)
Era como si el mismo cielo se hubiera puesto de acuerdo para poner de manifiesto el presagio de lo que estaba por acontecer. Estaba atardeciendo, pero el ambiente era más oscuro de lo habitual por aquellas densas nubes, negras como el carbón, que descargaban con toda su furia sobre Amegakure una tormenta como hacía bastante tiempo no se sentía. La lluvia formaba pesadas cortinas de agua que apenas dejaban ver a unos pocos metros por delante, incluso para la gente de Amegakure que ya estaba más que acostumbrada a las constantes precipitaciones. El cegador destello de un rayo recorrió el cielo como el restallido de un látigo y, casi de manera inmediata, el rugido del trueno que le acompañaba hizo incluso vibrar las ventanas de los edificios.
Ayame, muerta de miedo, se encogió sobre sí misma, aferrándose a su paraguas como si le fuera la vida en ello. Ilusa, se había plantado frente al torreón de la Academia y ahora intercambiaba el peso de una pierna a la otra de forma continua mientras sus ojos trataban de ver más allá de la bruma y recorrían de una a otra las siluetas de las múltiples ventanas del edificio. Lo que hacía allí, después de tanto tiempo de haber conseguido graduarse, sólo lo sabía ella. Pero no dejaba de morderse el labio, insegura, y de vez en cuando hacía girar la umbela sobre su cabeza de forma parsimoniosa. Estaba aterrorizada, pero la curiosidad casi sobrepasaba al terror.
Y al mismo tiempo estaba deseando poner pies en polvorosa y volver a la seguridad de su hogar.
«¿Será verdad...? Y si lo es, ¿qué voy a hacer?» Pensó, con un terrible escalofrío.
Ayame, muerta de miedo, se encogió sobre sí misma, aferrándose a su paraguas como si le fuera la vida en ello. Ilusa, se había plantado frente al torreón de la Academia y ahora intercambiaba el peso de una pierna a la otra de forma continua mientras sus ojos trataban de ver más allá de la bruma y recorrían de una a otra las siluetas de las múltiples ventanas del edificio. Lo que hacía allí, después de tanto tiempo de haber conseguido graduarse, sólo lo sabía ella. Pero no dejaba de morderse el labio, insegura, y de vez en cuando hacía girar la umbela sobre su cabeza de forma parsimoniosa. Estaba aterrorizada, pero la curiosidad casi sobrepasaba al terror.
Y al mismo tiempo estaba deseando poner pies en polvorosa y volver a la seguridad de su hogar.
«¿Será verdad...? Y si lo es, ¿qué voy a hacer?» Pensó, con un terrible escalofrío.