9/02/2018, 12:49
Ayame seguía contemplando las ventanas del tercer piso con los ojos entrecerrados y el gesto contraído en una mueca que mezclaba la concentración con el miedo. Trataba de ver algo a través de los cristales, pero la oscuridad de los pasillos de su interior y la densa lluvia le dificultaban enormemente la labor. De repente, un chapoteo tras su espalda le hizo pegar un pequeño brinco, y la muchacha se quedó momentáneamente paralizada en el sitio antes de girarse sobre sus talones con lentitud para encararse con el recién llegado, que se encontraba a apenas un par de pasos tras su espalda.
—Aotsuki Ayame.
—¡AAAAAHHHHH! —gritó Ayame, con un alarido que debía haberse escuchado en toda Ameagakure.
El paraguas que llevaba cayó ante sus pies, actuando como una ridícula barrera entre ambos. La silueta de aquel chico se dibujó ante sus ojos bañada con el inconfundible color de la sangre, siniestras sombras perfilando sus ojos como cuencas vacías de las que parecían manar lágrimas de sangre y su boca vacía como un agujero negro...
Hasta que las luces de neón parpadearon y devolvieron los rasgos de Manase Mogura a la normalidad.
—Ah... Mogura-sa...-senpai, ¡qué susto! Perdona... —suspiró Ayame, llevándose una mano al pecho tratando de recuperar el aliento perdido. Enseguida volvió a tomar el paraguas, aunque en aquel breve intervalo de tiempo el agua ya le había calado hasta los huesos. Se obligó a sonreír, aunque el nerviosismo que sentía hizo que su sonrisa se convirtiera en una fina y tensa línea en sus labios—. ¿Qué haces por aquí a estas horas? O acaso... —aventuró, repentinamente seria—. ¿Tú también lo has oído?
—Aotsuki Ayame.
—¡AAAAAHHHHH! —gritó Ayame, con un alarido que debía haberse escuchado en toda Ameagakure.
El paraguas que llevaba cayó ante sus pies, actuando como una ridícula barrera entre ambos. La silueta de aquel chico se dibujó ante sus ojos bañada con el inconfundible color de la sangre, siniestras sombras perfilando sus ojos como cuencas vacías de las que parecían manar lágrimas de sangre y su boca vacía como un agujero negro...
Hasta que las luces de neón parpadearon y devolvieron los rasgos de Manase Mogura a la normalidad.
—Ah... Mogura-sa...-senpai, ¡qué susto! Perdona... —suspiró Ayame, llevándose una mano al pecho tratando de recuperar el aliento perdido. Enseguida volvió a tomar el paraguas, aunque en aquel breve intervalo de tiempo el agua ya le había calado hasta los huesos. Se obligó a sonreír, aunque el nerviosismo que sentía hizo que su sonrisa se convirtiera en una fina y tensa línea en sus labios—. ¿Qué haces por aquí a estas horas? O acaso... —aventuró, repentinamente seria—. ¿Tú también lo has oído?