10/03/2018, 13:01
—No hay necesidad de pensar tanto en el asunto, Ayame-san —replicó Mogura, invitándola con un gesto de su mano a seguir caminando, y ambos volvieron a ponerse en marcha, escalón a escalón—. Sentir envidia por ver a otra persona llegar antes a un lugar que uno aspira es algo natural. No es malo. Pero es poco inteligente demostrar ese y otros tipos de emociones públicamente. Eso si es malo.
Ayame ladeó ligeramente la cabeza, pero en aquella ocasión no le miró de forma directa. Mentiría si dijera que ella no sintió envidia cuando se enteró de que su compañero había sido ascendido, ¡pero una cosa era sentir envidia y alegrarse por él al mismo tiempo y otra muy diferente era pagarla con él!
—Después de todo, más allá de mis habilidades o mi desempeño, fue la decisión de Arashikage-sama. Criticar mi valía como Chūnin es criticar su decisión como líder, y eso es algo que no puede ser permitido. ¡Pero Aotsuki-san estás volviéndote fuerte a pasos agigantados...! ¡Dudo que enfrentes esa clase de problemas...! —¡Estoy seguro de que no falta mucho para que Daruu-san y tu se vuelvan Chūnin también...!
—¡Oh, vamos! —exclamó ella, roja hasta las orejas—. Aún me queda mucho por aprender... Y además... —le miró a los ojos, repentinamente seria, y alzó un dedo—. A-ya-me. ¿No crees que ya hemos pasado bastantes cosas como para que me sigas llamando por mi apellido, Mogura-senpai?
Porque si no había sido suficiente la misión de rango S que habían cumplido juntos o que él hubiera formado parte del grupo que le salvó la vida, no sabía qué más debía pasar para que la tomara por alguien más cercana.
—Pero Daruu-kun... él sí que es alguien increíblemente fuer... —comenzó a decir, pero entonces se interrumpió en seco. Distraídos como estaban conversando, no se había dado cuenta de que ya habían llegado al tercer piso. Ambos se encontraban en aquel momento en el rellano de la escalera; frente a ellos había un gran ventanal a través del cual sólo alcanzaban a ver la lluvia golpeando con fuerza los cristales y alguna que otra luz de neón de algún edificio lejano, pero el pasillo se extendía tanto a mano derecha como a mano izquierda—. O... ¿Oyes... eso...? —preguntó en apenas un susurro, temblando.
Y Mogura ni siquiera tuvo que esforzarse en afinar el oído. Una melodía lenta, casi melancólica, tocada en piano flotaba en el aire y llegaba con total claridad hasta sus oídos. Parecía provenir de alguna de las clases que debían encontrarse en el ala este.
—S... ¿Sabes si hay... algún aula de música... o algo así...?
Ayame ladeó ligeramente la cabeza, pero en aquella ocasión no le miró de forma directa. Mentiría si dijera que ella no sintió envidia cuando se enteró de que su compañero había sido ascendido, ¡pero una cosa era sentir envidia y alegrarse por él al mismo tiempo y otra muy diferente era pagarla con él!
—Después de todo, más allá de mis habilidades o mi desempeño, fue la decisión de Arashikage-sama. Criticar mi valía como Chūnin es criticar su decisión como líder, y eso es algo que no puede ser permitido. ¡Pero Aotsuki-san estás volviéndote fuerte a pasos agigantados...! ¡Dudo que enfrentes esa clase de problemas...! —¡Estoy seguro de que no falta mucho para que Daruu-san y tu se vuelvan Chūnin también...!
—¡Oh, vamos! —exclamó ella, roja hasta las orejas—. Aún me queda mucho por aprender... Y además... —le miró a los ojos, repentinamente seria, y alzó un dedo—. A-ya-me. ¿No crees que ya hemos pasado bastantes cosas como para que me sigas llamando por mi apellido, Mogura-senpai?
Porque si no había sido suficiente la misión de rango S que habían cumplido juntos o que él hubiera formado parte del grupo que le salvó la vida, no sabía qué más debía pasar para que la tomara por alguien más cercana.
—Pero Daruu-kun... él sí que es alguien increíblemente fuer... —comenzó a decir, pero entonces se interrumpió en seco. Distraídos como estaban conversando, no se había dado cuenta de que ya habían llegado al tercer piso. Ambos se encontraban en aquel momento en el rellano de la escalera; frente a ellos había un gran ventanal a través del cual sólo alcanzaban a ver la lluvia golpeando con fuerza los cristales y alguna que otra luz de neón de algún edificio lejano, pero el pasillo se extendía tanto a mano derecha como a mano izquierda—. O... ¿Oyes... eso...? —preguntó en apenas un susurro, temblando.
Y Mogura ni siquiera tuvo que esforzarse en afinar el oído. Una melodía lenta, casi melancólica, tocada en piano flotaba en el aire y llegaba con total claridad hasta sus oídos. Parecía provenir de alguna de las clases que debían encontrarse en el ala este.
—S... ¿Sabes si hay... algún aula de música... o algo así...?