30/03/2018, 12:25
Mogura la miró durante unos instantes, y Ayame se sorprendió al no descubrir ningún atisbo de terror o siquiera sobresalto en su rostro. Más de una vez había pensado que la voz del Chūnin era similar a la de su hermano, pero en los últimos encuentros que había tenido con él había ido comprobando que incluso la expresión de su rostro era similar. Es decir, casi inexistente.
—Ya hemos llegado hasta este punto... —sugirió, con la mirada de sus ojos oscuros clavados en el picaporte de la puerta. Alzó la mano hacia él, y Ayame supo lo que iba a hacer antes siquiera de que siguiera hablando—. Veamos de que se trata esto.
La música se interrumpió de golpe cuando abrió la puerta. Demasiado rápido. Demasiado de improviso para que Ayame se pudiera preparar mentalmente para lo que podrían encontrar el otro lado.
Pero nada podría haberlos preparado para aquello. Ni aunque hubieran dispuesto de todo el tiempo del mundo.
Porque al otro lado... no había nada. O, al menos, nada que podrían haber esperado. Escobas, cubos de fregar, trapos, diferentes productos... Aquella no era la puerta de ningún aula. Sólo era la puerta de un desvencijado armario de limpieza. Por supuesto, no había rastro alguno de ningún piano. Ni de ninguna persona. Ni mucho menos de ningún fantasma.
—Pero... pero si venía de aquí... —balbuceaba Ayame, completamente confundida—. ¡Tú también lo has oído, Mogura-senpai!
—Ya hemos llegado hasta este punto... —sugirió, con la mirada de sus ojos oscuros clavados en el picaporte de la puerta. Alzó la mano hacia él, y Ayame supo lo que iba a hacer antes siquiera de que siguiera hablando—. Veamos de que se trata esto.
La música se interrumpió de golpe cuando abrió la puerta. Demasiado rápido. Demasiado de improviso para que Ayame se pudiera preparar mentalmente para lo que podrían encontrar el otro lado.
Pero nada podría haberlos preparado para aquello. Ni aunque hubieran dispuesto de todo el tiempo del mundo.
Porque al otro lado... no había nada. O, al menos, nada que podrían haber esperado. Escobas, cubos de fregar, trapos, diferentes productos... Aquella no era la puerta de ningún aula. Sólo era la puerta de un desvencijado armario de limpieza. Por supuesto, no había rastro alguno de ningún piano. Ni de ninguna persona. Ni mucho menos de ningún fantasma.
—Pero... pero si venía de aquí... —balbuceaba Ayame, completamente confundida—. ¡Tú también lo has oído, Mogura-senpai!