18/04/2018, 00:32
(Última modificación: 18/04/2018, 00:40 por Aotsuki Ayame.)
Tras recoger al Chūnin en su casa, Mogura y Ayame siguieron al Jōnin hasta la torre de la Arashikage en completo silencio. No intercambiaron una sola frase durante el trayecto; es más, Ayame apenas miró a su compañero. Estaba demasiado asustada, demasiado concentrada pensando en las razones por las que Yui podría haberla hecho acudir hasta allí.
Tardaron varios minutos en llegar hasta lo más alto de la torre, donde se encontraba el despacho de la líder de la aldea. Y, para entonces, el corazón de Ayame ya latía desbocado en su pecho. Fue el Jōnin el que les abrió la puerta del despacho, antes de desaparecer sin despedirse de nadie. Entraron con cierta lentitud. La puerta se cerró detrás de ellos. Y enseguida quedó ante ellos la imponente figura de Yui, detrás de una pantalla de televisión.
Y, cuando ambos se acercaron, algo ocurrió.
Ayame exhaló una exclamación de sorpresa cuando la envolvió una súbita nube de humo. Esta no tardó más que unos pocos segundos en desaparecer, y parecía que todo seguía tal y como había estado antes... Si no fuera por el reflejo que le devolvía la oscurecida pantalla del monitor. Un reflejo que no reconoció como suyo, pues era nada más y nada menos que la imagen de Yui... distorsionada hacia lo grotesco y ridículo. Una cara que nada tenía que ver con la cara que estaba poniendo la verdadera Arashikage: Su rostro pasó por todos los colores del espectro, desde el blanco de la leche hasta el morado de las violetas. En su cuello, las venas se hincharon como tuberías, y, como un tigre enloquecido, saltó sobre el escritorio, derribando la silla en el proceso, y se abalanzó como un tren sobre ella, con dos wakizashi en ristre.
—¡NIÑATA INSOLENTE! ¡CÓMO TE ATREVES, HIJADEPUTA! —rugió.
—¡E...!
Fue tan rápida como un guepardo. Y Ayame ni siquiera tuvo tiempo de agacharse. En apenas un parpadeo. la Arashikage se había plantado frente a ella, y los dos filos trazaron un escueto arco en torno a su cuello... y toda su cabeza estalló en agua súbitamente. La kunoichi cayó al suelo de espaldas, agarrándose la garganta mientras se recomponía su rostro cargado de terror...
O, al menos, habría sido un gesto cargado de terror si no fuera por aquella mirada vizca y la baba que goteaba desde la comisura de unos dientes postizos a medio caer...
—¡ESPERE, YUI-SAMA!
Ayame rodó sobre sí misma todo lo rápido que fue capaz y se pegó a la pared más cercana. Aunque sabía bien que nada podría hacer para escapar a la ira de la Arashikage. Era demasiado rápida... y estaba demasiado furiosa...
Y con razón.
—¡NO SÉ...! ¡NO SÉ QUÉ OCURRE! ¡ESTO NO LO HE HECHO YO! ¡YO...!
Fue entonces cuando a su mente acudió un recuerdo lejano. El recuerdo de una bola de fuego que Daruu le disparó cuando se hospedaban en una habitación de una posada en Coladragón...
El recuerdo de un Uchiha con rostro de tanuki.
«Hijo de puta...»
Tardaron varios minutos en llegar hasta lo más alto de la torre, donde se encontraba el despacho de la líder de la aldea. Y, para entonces, el corazón de Ayame ya latía desbocado en su pecho. Fue el Jōnin el que les abrió la puerta del despacho, antes de desaparecer sin despedirse de nadie. Entraron con cierta lentitud. La puerta se cerró detrás de ellos. Y enseguida quedó ante ellos la imponente figura de Yui, detrás de una pantalla de televisión.
Y, cuando ambos se acercaron, algo ocurrió.
Ayame exhaló una exclamación de sorpresa cuando la envolvió una súbita nube de humo. Esta no tardó más que unos pocos segundos en desaparecer, y parecía que todo seguía tal y como había estado antes... Si no fuera por el reflejo que le devolvía la oscurecida pantalla del monitor. Un reflejo que no reconoció como suyo, pues era nada más y nada menos que la imagen de Yui... distorsionada hacia lo grotesco y ridículo. Una cara que nada tenía que ver con la cara que estaba poniendo la verdadera Arashikage: Su rostro pasó por todos los colores del espectro, desde el blanco de la leche hasta el morado de las violetas. En su cuello, las venas se hincharon como tuberías, y, como un tigre enloquecido, saltó sobre el escritorio, derribando la silla en el proceso, y se abalanzó como un tren sobre ella, con dos wakizashi en ristre.
—¡NIÑATA INSOLENTE! ¡CÓMO TE ATREVES, HIJADEPUTA! —rugió.
—¡E...!
Fue tan rápida como un guepardo. Y Ayame ni siquiera tuvo tiempo de agacharse. En apenas un parpadeo. la Arashikage se había plantado frente a ella, y los dos filos trazaron un escueto arco en torno a su cuello... y toda su cabeza estalló en agua súbitamente. La kunoichi cayó al suelo de espaldas, agarrándose la garganta mientras se recomponía su rostro cargado de terror...
O, al menos, habría sido un gesto cargado de terror si no fuera por aquella mirada vizca y la baba que goteaba desde la comisura de unos dientes postizos a medio caer...
—¡ESPERE, YUI-SAMA!
Ayame rodó sobre sí misma todo lo rápido que fue capaz y se pegó a la pared más cercana. Aunque sabía bien que nada podría hacer para escapar a la ira de la Arashikage. Era demasiado rápida... y estaba demasiado furiosa...
Y con razón.
—¡NO SÉ...! ¡NO SÉ QUÉ OCURRE! ¡ESTO NO LO HE HECHO YO! ¡YO...!
Fue entonces cuando a su mente acudió un recuerdo lejano. El recuerdo de una bola de fuego que Daruu le disparó cuando se hospedaban en una habitación de una posada en Coladragón...
El recuerdo de un Uchiha con rostro de tanuki.
«Hijo de puta...»