18/04/2018, 12:00
(Última modificación: 18/04/2018, 12:03 por Aotsuki Ayame.)
Como un lobo acorralando a su presa, Yui siguió los movimientos de Ayame con una peligrosa sonrisa armada con dientes afilados como navajas. Se acercó a ella, hasta que la punta de una de sus wakizashi apuntó a escasos centímetros del rostro de la aterrorizada genin, que temblaba de forma incontrolable, pegándose todo lo que podía a la pared, deseando poder fundirse con ella y atravesarla.
«La puerta... ¡Tengo que alcanzar la puerta o me matará!» Llegó a pensar, aunque una parte de ella sabía que lo último que podía hacer era huir. ¿De qué le serviría, de todas maneras? ¿Cuántos pisos conseguiría bajar, cuanto tiempo podría permanecer escondida en uno de los despachos o en el cuarto de baño, antes de que la Arashikage la encontrara? Porque si algo tenía claro era que, tarde o temprano, la encontraría. Y aunque consiguiera salir de la torre con vida sabía perfectamente dónde vivía... ¿Acaso estaba condenada al exilio para sobrevivir? «¡MALDITO UCHIHA!»
—¿¡Quién se va a postrar ante quién, hija de puta!? —bramó.
—¿Qu...? ¿Qué...? —balbuceó, genuinamente confundida. Y es que, aunque había podido ver a través del translúcido reflejo del monitor los rasgos de su transformación, no había alcanzado a leer la frase que adornaba su frente y que rezaba: "¡Yo soy la VERDADERA, póstrate ante tu Arashikage!"
—Ah, claro, ahora te arrepientes, lo entiendo... ¡Si no fueras la Jinchūriki, me habría asegurado de rematarte! —exclamó, lanzando ambas espadas a los lados. Ayame respiró hondo, creyéndose a salvo, hasta que vio a la Arashikage cerrando el puño y echando el brazo hacia atrás...
—¡Arashikage-sama! ¡Deténgase, por favor! —intervino de repente Mogura, y ambas se volvieron hacia él.
—¿Huh? ¿Cuántos genin insolentes vas a arrastrar hacia mi despacho, Mogura? ¡Estás haciéndome perder la paciencia! ¡El próximo en perder la cabeza quizás serás tú!
«¡Yo no...!»
—¡Esto no puede ser obra de Aotsuki Ayame!
Ayame contuvo la respiración, entre conmovida por el arrojo del Chūnin por defenderla y aterrorizada por lo que pudiera pasarle por plantarle cara a su líder.
—¿Ah, no? ¿Ah, no? —dijo ella, con tonito irónico—. ¿Y entonces de quién, eh? ¿¡Entonces de quién!? Quizás la señorita jinchuuriki se cree invencible, ¿eh? ¿Quizás quería cobrarse una pequeña ventajita traviesa por aquella vez que preguntó sobre el chakra natural y yo me enfadé con ella?
Ayame quiso hablar, quiso gritar por su inocencia, pero las palabras se habían quedado atascadas en su garganta y a lo máximo que atinó fue a negar enérgicamente con la cabeza. ¿Creerse invencible? ¡Eso era lo último que podía creerse! ¡Y menos frente a la líder de su aldea! ¡Ella jamás haría una cosa así!
—¡Ahora, discúlpate como es debido y póstrate ante mi, o me aseguraré de que te saquen el bicho de dentro y de matarte con mis propias manos! —gritó, señalándole el suelo—. Y te lo advierto. Una sola insolencia, como esa imbécil de Aiko, y acabarás en el fondo del lago como ella!
Las últimas palabras de la Arashikage cayeron sobre sus oídos como un mazo pesado.
—¿Aiko-san...? ¿En el fondo de...? —balbuceó, con los ojos abiertos como platos.
Pero Yui suspiró y se llevó las manos a la cabeza.
—Si es que en el fondo soy benevolente y todo. ¡Vamos!
No hizo falta que se lo repitiera de nuevo. Ayame prácticamente se arrojó al suelo de rodillas y se inclinó hasta el punto de sentir el frío del suelo en la frente.
—¡Lo siento, Arashikage-sama! —exclamó a viva voz, sin dejar de temblar ni atreverse a levantar la cabeza una pulgada del suelo—. ¡Pero le juro que jamás sería capaz de hacer algo así! ¡Yo...! ¡Créame que lo haría si pudiera pero yo...! ¡¡No puedo deshacer esta técnica!! ¡Si esto fuera una transformación normal debería haber hecho sellos y debería haberse desecho cuando me... cuando me...!
«Transformó el brick en un cigarrillo...» Las piezas se unieron en su cabeza, encajando entre sí con un sonoro click. «Uchiha Datsue puede transformar unas cosas en otras... ¿Pero en la distancia?»
—Pero aunque no sea obra mía, sí es por culpa de mi ineptitud el que haya ocurrido algo así —admitió, apretando sendos puños sobre las baldosas—. Puedo... puedo explicarlo, Arashikage-sama. Con Amedama Daruu sucedió algo similar hace unos pocos días, así que, si no me cree a mí, puede... puede preguntarle a él o a mi hermano si lo prefiere... Ambos... ambos coincidimos con un shinobi de otra aldea... Y... de alguna manera... parece que se las apañó para sellarnos a ambos una técnica para que se activara a distancia... Yo... no entiendo cómo funcionan las técnicas de sellado, Arashikage-sama... pero de alguna manera hizo que Daruu me disparara una bola de fuego y que ahora... que ahora... —apretó las mandíbulas, en un vano intento por retener las lágrimas.
¡Pero aquel estúpido rostro lo hacía todo peor!
«La puerta... ¡Tengo que alcanzar la puerta o me matará!» Llegó a pensar, aunque una parte de ella sabía que lo último que podía hacer era huir. ¿De qué le serviría, de todas maneras? ¿Cuántos pisos conseguiría bajar, cuanto tiempo podría permanecer escondida en uno de los despachos o en el cuarto de baño, antes de que la Arashikage la encontrara? Porque si algo tenía claro era que, tarde o temprano, la encontraría. Y aunque consiguiera salir de la torre con vida sabía perfectamente dónde vivía... ¿Acaso estaba condenada al exilio para sobrevivir? «¡MALDITO UCHIHA!»
—¿¡Quién se va a postrar ante quién, hija de puta!? —bramó.
—¿Qu...? ¿Qué...? —balbuceó, genuinamente confundida. Y es que, aunque había podido ver a través del translúcido reflejo del monitor los rasgos de su transformación, no había alcanzado a leer la frase que adornaba su frente y que rezaba: "¡Yo soy la VERDADERA, póstrate ante tu Arashikage!"
—Ah, claro, ahora te arrepientes, lo entiendo... ¡Si no fueras la Jinchūriki, me habría asegurado de rematarte! —exclamó, lanzando ambas espadas a los lados. Ayame respiró hondo, creyéndose a salvo, hasta que vio a la Arashikage cerrando el puño y echando el brazo hacia atrás...
—¡Arashikage-sama! ¡Deténgase, por favor! —intervino de repente Mogura, y ambas se volvieron hacia él.
—¿Huh? ¿Cuántos genin insolentes vas a arrastrar hacia mi despacho, Mogura? ¡Estás haciéndome perder la paciencia! ¡El próximo en perder la cabeza quizás serás tú!
«¡Yo no...!»
—¡Esto no puede ser obra de Aotsuki Ayame!
Ayame contuvo la respiración, entre conmovida por el arrojo del Chūnin por defenderla y aterrorizada por lo que pudiera pasarle por plantarle cara a su líder.
—¿Ah, no? ¿Ah, no? —dijo ella, con tonito irónico—. ¿Y entonces de quién, eh? ¿¡Entonces de quién!? Quizás la señorita jinchuuriki se cree invencible, ¿eh? ¿Quizás quería cobrarse una pequeña ventajita traviesa por aquella vez que preguntó sobre el chakra natural y yo me enfadé con ella?
Ayame quiso hablar, quiso gritar por su inocencia, pero las palabras se habían quedado atascadas en su garganta y a lo máximo que atinó fue a negar enérgicamente con la cabeza. ¿Creerse invencible? ¡Eso era lo último que podía creerse! ¡Y menos frente a la líder de su aldea! ¡Ella jamás haría una cosa así!
—¡Ahora, discúlpate como es debido y póstrate ante mi, o me aseguraré de que te saquen el bicho de dentro y de matarte con mis propias manos! —gritó, señalándole el suelo—. Y te lo advierto. Una sola insolencia, como esa imbécil de Aiko, y acabarás en el fondo del lago como ella!
Las últimas palabras de la Arashikage cayeron sobre sus oídos como un mazo pesado.
—¿Aiko-san...? ¿En el fondo de...? —balbuceó, con los ojos abiertos como platos.
Pero Yui suspiró y se llevó las manos a la cabeza.
—Si es que en el fondo soy benevolente y todo. ¡Vamos!
No hizo falta que se lo repitiera de nuevo. Ayame prácticamente se arrojó al suelo de rodillas y se inclinó hasta el punto de sentir el frío del suelo en la frente.
—¡Lo siento, Arashikage-sama! —exclamó a viva voz, sin dejar de temblar ni atreverse a levantar la cabeza una pulgada del suelo—. ¡Pero le juro que jamás sería capaz de hacer algo así! ¡Yo...! ¡Créame que lo haría si pudiera pero yo...! ¡¡No puedo deshacer esta técnica!! ¡Si esto fuera una transformación normal debería haber hecho sellos y debería haberse desecho cuando me... cuando me...!
«Transformó el brick en un cigarrillo...» Las piezas se unieron en su cabeza, encajando entre sí con un sonoro click. «Uchiha Datsue puede transformar unas cosas en otras... ¿Pero en la distancia?»
—Pero aunque no sea obra mía, sí es por culpa de mi ineptitud el que haya ocurrido algo así —admitió, apretando sendos puños sobre las baldosas—. Puedo... puedo explicarlo, Arashikage-sama. Con Amedama Daruu sucedió algo similar hace unos pocos días, así que, si no me cree a mí, puede... puede preguntarle a él o a mi hermano si lo prefiere... Ambos... ambos coincidimos con un shinobi de otra aldea... Y... de alguna manera... parece que se las apañó para sellarnos a ambos una técnica para que se activara a distancia... Yo... no entiendo cómo funcionan las técnicas de sellado, Arashikage-sama... pero de alguna manera hizo que Daruu me disparara una bola de fuego y que ahora... que ahora... —apretó las mandíbulas, en un vano intento por retener las lágrimas.
¡Pero aquel estúpido rostro lo hacía todo peor!