14/06/2018, 21:26
—¿Tú ayuda con el Fuuinjutsu? No sé si creerte —
Eran pocas las veces que Datsue y yo coincidiamos en algo, pero una Uzumaki pidiendo ayuda con el Fuinjutsu era sospechoso hasta decir basta. Estaba claro que aquí había perro encerrado, literal y metafóricamente. Yo seguía atusandome el bigote, lo cual se acababa de convertir en la mejor acción que había descubierto desde el rodar colina abajo.
Eri nos arrastró a ambos hacia dentro, y Stuffy nos siguió sin mucho entusiasmo, como una oveja al matadero, mientras gruñía por lo bajo y refunfuñaba.
La anfitriona nos invitó a ponernos cómodos y eso hice, fui directo al sillón reclinable que había en el salón de Eri y con el cual había iniciado una relación platónica. Apenas había instaurado mi culo sobre el cómodo asiento cuando el cachorro que le íbamos a dar a Datsue apareció en escena.
Y fue una vez yo ya me había aposentado cuando el can hubo de detenerse. Pues Stuffy había agarrado con la boca el otro extremo del calcetín y ahora el cachorro tiraba de él como loco intentando quitárselo. Solo esperaba que Eri tuviese un aprecio mínimo por aquella prenda de ropa, porque era improbable que sobreviviera.
— Stuffemo, por favour, compourtate.
Mi tono era altivo y sofisticado. Como el de un señor ricachon, que es lo que era. Mientras, me atusaba mi hermoso bigote.
Eran pocas las veces que Datsue y yo coincidiamos en algo, pero una Uzumaki pidiendo ayuda con el Fuinjutsu era sospechoso hasta decir basta. Estaba claro que aquí había perro encerrado, literal y metafóricamente. Yo seguía atusandome el bigote, lo cual se acababa de convertir en la mejor acción que había descubierto desde el rodar colina abajo.
Eri nos arrastró a ambos hacia dentro, y Stuffy nos siguió sin mucho entusiasmo, como una oveja al matadero, mientras gruñía por lo bajo y refunfuñaba.
La anfitriona nos invitó a ponernos cómodos y eso hice, fui directo al sillón reclinable que había en el salón de Eri y con el cual había iniciado una relación platónica. Apenas había instaurado mi culo sobre el cómodo asiento cuando el cachorro que le íbamos a dar a Datsue apareció en escena.
Y fue una vez yo ya me había aposentado cuando el can hubo de detenerse. Pues Stuffy había agarrado con la boca el otro extremo del calcetín y ahora el cachorro tiraba de él como loco intentando quitárselo. Solo esperaba que Eri tuviese un aprecio mínimo por aquella prenda de ropa, porque era improbable que sobreviviera.
— Stuffemo, por favour, compourtate.
Mi tono era altivo y sofisticado. Como el de un señor ricachon, que es lo que era. Mientras, me atusaba mi hermoso bigote.
—Nabi—