14/07/2018, 13:11
(Última modificación: 14/07/2018, 13:13 por Uchiha Datsue.)
Viendo cómo le molestaba aquello a Eri, dudó de mostrarle la representación final. El problema era que su otro yo seguiría con la ilusión a Nabi, y al final terminaría enterándose igual en boca del Inuzuka.
Suspiró.
—No te preocupes, Eri-chan, yo… Sí, lo reconozco, obré en algunas cosas mal. Sobre todo en lo que voy a mostrarte a continuación… —Nunca debería haber metido a la Arashikage en su venganza.
Ahora tan solo quedaba el capítulo final. Volvió a elevarles, subiendo y subiendo hasta alcanzar el cielo. Atravesaron esponjas de espuma blanca. Luego grises. Más tarde auténticos nubarrones cargados de lluvia.
Cuando empezaron el descenso, se encontraron con una gran Villa de edificios no muy definidos. Se adentraron en el más alto de todos, por una ventana, accediendo a una sala en penumbra.
A un lado, varias estanterías con frascos. Si Nabi o Eri se acercaban, podrían comprobar que éstos contenían cabezas. Cabezas de genins, de críos de academia, de niños y niñas de no más de siete años. Al otro lado, una especie de pecera enorme con serpientes. Y, al frente, una mesa tras la que se sentaba una mujer.
Esa mujer se llamaba Amekoro Yui.
—La Arashikage —les informó—. Esto que te estoy mostrando, es tal y como me imagino que pasó por la carta que recibió Hanabi-sama. Pero cógelo con pinzas porque, como digo, no estuve aquí para presenciarlo.
Toc, toc, toc. La Arashikage dio permiso para pasar, y Ayame entró.
—¿Recuerdas la técnica que había sellado en ella? Un Henge no Jutsu, que se activaría al ver a su Kage.
Dicho, y hecho. La kunoichi fijó la mirada en su Kage, y desapareció en una nube de humo. Un segundo después, su cuerpo ya no era el de Ayame, sino el de la mismísima Arashikage. Si bien, en honor a la verdad, con algún cambio.
Tenía los ojos bizcos. Mientras que uno miraba al frente, el otro iba a su aire. Un hilo de baba —como el de un anciano con demencia senil—, caía por la comisura de sus labios. Y, hablando de la boca, aquellos dientes de sierra que otrora causaban terror, ahora eran una clara y muy evidente dentadura postiza.
Sin embargo, había algo que eclipsaba todos aquellos detalles, aquellos simples pormenores. Un tatuaje en la frente, sustituyendo la característica marca del símbolo de Amegakure. Un tatuaje compuesto por letras finas y esbeltas, que formaban una frase. O, más bien, una orden:
Datsue carraspeó.
—Imagino que sucedió algo del estilo…
La Arashikage, al verla, rugió contra ella. Exigió explicaciones, ante una Ayame primero, confusa, y luego atemorizada. La Arashikage amenazó con matarla, con cortarle la cabeza, y Ayame, finalmente, consiguió construir más de tres palabras seguidas.
—Uchiha Datsue… Tuvo que ser él. ¡La culpa es suya!
Seguían discutiendo. La Arashikage fue entrando en razón poco a poco. Prometió enviar una carta a Hanabi y pedirle explicaciones. Ayame pedía más. Un castigo a la altura.
Pidió su muerte.
—Como ya dije, esto son cábalas mías —dijo, Datsue el Imparcial—. Pero según la carta que Yui envió, más o menos fue así.
Tanto Ayame como la Arashikage quedaron entonces paralizadas, con las cabezas colgando hacia abajo. Como si se tratasen de simples títeres cuyo titiritero se había ausentado para tomar un café.
Suspiró.
—No te preocupes, Eri-chan, yo… Sí, lo reconozco, obré en algunas cosas mal. Sobre todo en lo que voy a mostrarte a continuación… —Nunca debería haber metido a la Arashikage en su venganza.
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Ahora tan solo quedaba el capítulo final. Volvió a elevarles, subiendo y subiendo hasta alcanzar el cielo. Atravesaron esponjas de espuma blanca. Luego grises. Más tarde auténticos nubarrones cargados de lluvia.
Cuando empezaron el descenso, se encontraron con una gran Villa de edificios no muy definidos. Se adentraron en el más alto de todos, por una ventana, accediendo a una sala en penumbra.
A un lado, varias estanterías con frascos. Si Nabi o Eri se acercaban, podrían comprobar que éstos contenían cabezas. Cabezas de genins, de críos de academia, de niños y niñas de no más de siete años. Al otro lado, una especie de pecera enorme con serpientes. Y, al frente, una mesa tras la que se sentaba una mujer.
Esa mujer se llamaba Amekoro Yui.
—La Arashikage —les informó—. Esto que te estoy mostrando, es tal y como me imagino que pasó por la carta que recibió Hanabi-sama. Pero cógelo con pinzas porque, como digo, no estuve aquí para presenciarlo.
Toc, toc, toc. La Arashikage dio permiso para pasar, y Ayame entró.
—¿Recuerdas la técnica que había sellado en ella? Un Henge no Jutsu, que se activaría al ver a su Kage.
Dicho, y hecho. La kunoichi fijó la mirada en su Kage, y desapareció en una nube de humo. Un segundo después, su cuerpo ya no era el de Ayame, sino el de la mismísima Arashikage. Si bien, en honor a la verdad, con algún cambio.
Tenía los ojos bizcos. Mientras que uno miraba al frente, el otro iba a su aire. Un hilo de baba —como el de un anciano con demencia senil—, caía por la comisura de sus labios. Y, hablando de la boca, aquellos dientes de sierra que otrora causaban terror, ahora eran una clara y muy evidente dentadura postiza.
Sin embargo, había algo que eclipsaba todos aquellos detalles, aquellos simples pormenores. Un tatuaje en la frente, sustituyendo la característica marca del símbolo de Amegakure. Un tatuaje compuesto por letras finas y esbeltas, que formaban una frase. O, más bien, una orden:
¡Yo soy la VERDADERA,
póstrate ante tu Arashikage!
póstrate ante tu Arashikage!
Datsue carraspeó.
—Imagino que sucedió algo del estilo…
La Arashikage, al verla, rugió contra ella. Exigió explicaciones, ante una Ayame primero, confusa, y luego atemorizada. La Arashikage amenazó con matarla, con cortarle la cabeza, y Ayame, finalmente, consiguió construir más de tres palabras seguidas.
—Uchiha Datsue… Tuvo que ser él. ¡La culpa es suya!
Seguían discutiendo. La Arashikage fue entrando en razón poco a poco. Prometió enviar una carta a Hanabi y pedirle explicaciones. Ayame pedía más. Un castigo a la altura.
Pidió su muerte.
—Como ya dije, esto son cábalas mías —dijo, Datsue el Imparcial—. Pero según la carta que Yui envió, más o menos fue así.
Tanto Ayame como la Arashikage quedaron entonces paralizadas, con las cabezas colgando hacia abajo. Como si se tratasen de simples títeres cuyo titiritero se había ausentado para tomar un café.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado