25/07/2018, 19:35
(Última modificación: 1/08/2018, 12:48 por Aotsuki Ayame.)
La intervención de Nabi fue corta y concisa, dada la urgencia del momento. La anciana giró la cabeza hacia el origen de la voz, mirando al muchacho con sus ojos nublados y gesto tan arrugado como serio. No tardó en hacerse a un lado, dejándoles paso.
—¡¿Y qué hacéis ahí plantados como dos alcornoques?! ¡Vamos, pasad! —gritó de repente, con voz aguda y escandalizada.
El hombre que llevaba a Eri se sobresaltó ante el súbito impulso de la anciana, pero no tardó en asentir varias veces y obedecer inclinando la cabeza.
—Sí, Koda-sama.
Seguramente seguido por el genin, entró en la casa y enfiló entre largas zancadas el pasillo que quedaba ante sus ojos. Parecía que conocía el lugar, pues no dudó ni un instante en entrar por la segunda puerta que quedaba a mano izquierda. Se trataba de una habitación vieja pero inmaculadamente limpia. El hombre dejó a Eri sobre la cama, que quedaba bajo la ventana y daba vistas al puerto que se veía a lo lejos, y detrás de él llegó Koda, renqueante en su bastón. Sin decir una sola palabra, la mujer se colocó junto a la muchacha y levantó unas manos arrugadas, débiles y temblorosas. Sorprendentemente, aquellas se envolvieron en un potente destello verdoso que iluminó prácticamente toda la habitación con su fulgor, nada comparable al del pobre muchacho que contemplaba con cierta aprensión la escena.
En otra parte de la ciudad, Stuffy perseguía de forma incesante el olor de Doro. Había llegado hasta su casa y, en aquel instante, el animal decidió subirse a uno de los tejados más cercanos para tener vigilada la escena en lugar de entrar en la vivienda.
No tuvo que esperar demasiado, sin embargo. Una figura encapuchada y ataviada con una larga capa negra, armada con una larga lanza, salió de la casa de forma apresurada. Ni siquiera se molestó en cerrar la puerta detrás de sí. Tenía prisa, y llevaba en su mano libre una desvencijada maleta que parecía a punto de romperse en cualquier momento.
—¡¿Y qué hacéis ahí plantados como dos alcornoques?! ¡Vamos, pasad! —gritó de repente, con voz aguda y escandalizada.
El hombre que llevaba a Eri se sobresaltó ante el súbito impulso de la anciana, pero no tardó en asentir varias veces y obedecer inclinando la cabeza.
—Sí, Koda-sama.
Seguramente seguido por el genin, entró en la casa y enfiló entre largas zancadas el pasillo que quedaba ante sus ojos. Parecía que conocía el lugar, pues no dudó ni un instante en entrar por la segunda puerta que quedaba a mano izquierda. Se trataba de una habitación vieja pero inmaculadamente limpia. El hombre dejó a Eri sobre la cama, que quedaba bajo la ventana y daba vistas al puerto que se veía a lo lejos, y detrás de él llegó Koda, renqueante en su bastón. Sin decir una sola palabra, la mujer se colocó junto a la muchacha y levantó unas manos arrugadas, débiles y temblorosas. Sorprendentemente, aquellas se envolvieron en un potente destello verdoso que iluminó prácticamente toda la habitación con su fulgor, nada comparable al del pobre muchacho que contemplaba con cierta aprensión la escena.
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En otra parte de la ciudad, Stuffy perseguía de forma incesante el olor de Doro. Había llegado hasta su casa y, en aquel instante, el animal decidió subirse a uno de los tejados más cercanos para tener vigilada la escena en lugar de entrar en la vivienda.
No tuvo que esperar demasiado, sin embargo. Una figura encapuchada y ataviada con una larga capa negra, armada con una larga lanza, salió de la casa de forma apresurada. Ni siquiera se molestó en cerrar la puerta detrás de sí. Tenía prisa, y llevaba en su mano libre una desvencijada maleta que parecía a punto de romperse en cualquier momento.