1/08/2018, 12:48
(Última modificación: 1/08/2018, 12:48 por Aotsuki Ayame.)
Pasaban los minutos. Lentos. Demasiado lentos. Casi agobiantes.
El brillo esmeralda cubría la habitación en todo su resplandor, opacando la escasa luminosidad que una triste vela colgada de la pared podía ofrecer. Después de todo, aquella anciana no necesitaba la luz puesto que hacía mucho tiempo que había dejado de ver.
Poco a poco, la luz verde se fue apagando, hasta que se convirtió en una débil luciérnaga que terminó por consumirse. Koda apartó las manos de Eri, y si Nabi se acercaba hasta la camilla podría comprobar que, aunque la muchacha seguía inconsciente, la herida se había cerrado por completo. Ya sólo quedaban los restos de sangre alrededor.
—Kawaki, tráeme una gasa y un barreño con agua —habló la anciana, y el hombre junto a Nabi pegó un respingo.
—S... ¡Sí, Koda-sama! —exclamó, antes de perderse por la puerta.
Sólo entonces la mujer dejó escapar un débil y tembloroso suspiro cargado de cansancio antes de sentarse en una silla cercana.
Stuffy bajó el edificio con todo el sigilo que fue capaz. El suelo crujió bajo sus patas; sin embargo, Doro parecía tan concentrado en escapar que no pareció enterarse de nada.
Como un depredador acechando a su presa, se acercó a él por la espalda y, justo cuando Doro pareció darse cuenta de que algo le perseguía, saltó sobre el brazo que sostenía la maleta.
—¡AGH! ¡MALDITO CHUCHO! ¡DEVUÉLVEME ESO! —exhaló.
Stuffy logró hacerse con la maleta, pero nada evitó que el filo de la lanza arañara una de sus patas de forma superficial. Sangraba, pero por el momento podía seguir moviéndose con la misma eficiencia. La cuestión era... ¿qué haría ahora?
Porque Doro acababa de enarbolar su lanza, harto de que todos sus planes se vieran fracasados por aquel perro, y se había lanzado contra el animal para asestar un nuevo corte horizontal hacia su pecho.
El brillo esmeralda cubría la habitación en todo su resplandor, opacando la escasa luminosidad que una triste vela colgada de la pared podía ofrecer. Después de todo, aquella anciana no necesitaba la luz puesto que hacía mucho tiempo que había dejado de ver.
Poco a poco, la luz verde se fue apagando, hasta que se convirtió en una débil luciérnaga que terminó por consumirse. Koda apartó las manos de Eri, y si Nabi se acercaba hasta la camilla podría comprobar que, aunque la muchacha seguía inconsciente, la herida se había cerrado por completo. Ya sólo quedaban los restos de sangre alrededor.
—Kawaki, tráeme una gasa y un barreño con agua —habló la anciana, y el hombre junto a Nabi pegó un respingo.
—S... ¡Sí, Koda-sama! —exclamó, antes de perderse por la puerta.
Sólo entonces la mujer dejó escapar un débil y tembloroso suspiro cargado de cansancio antes de sentarse en una silla cercana.
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Stuffy bajó el edificio con todo el sigilo que fue capaz. El suelo crujió bajo sus patas; sin embargo, Doro parecía tan concentrado en escapar que no pareció enterarse de nada.
Como un depredador acechando a su presa, se acercó a él por la espalda y, justo cuando Doro pareció darse cuenta de que algo le perseguía, saltó sobre el brazo que sostenía la maleta.
—¡AGH! ¡MALDITO CHUCHO! ¡DEVUÉLVEME ESO! —exhaló.
Stuffy logró hacerse con la maleta, pero nada evitó que el filo de la lanza arañara una de sus patas de forma superficial. Sangraba, pero por el momento podía seguir moviéndose con la misma eficiencia. La cuestión era... ¿qué haría ahora?
Porque Doro acababa de enarbolar su lanza, harto de que todos sus planes se vieran fracasados por aquel perro, y se había lanzado contra el animal para asestar un nuevo corte horizontal hacia su pecho.