3/08/2018, 21:26
Muchas cosas habían pasado desde que había puesto el primer pie sobre Uzushiogakure. Y algo le decía que no iba a detenerse ahí.
Dos días habían pasado desde la finalización de la primera prueba del examen de Chūnin, pero Ayame aún no había recibido los resultados de aquel examen, por lo que los nervios estaban consumiéndola por dentro. Sumado a eso estaba el asunto de Uchiha Datsue, que aún rondaba por su mente haciendo arder sus entrañas de pura rabia por mucho que intentara apartarlo de sus pensamientos, y el hecho de que no había vuelto a hablar con Daruu después de aquel traicionero encuentro. Todo se arremolinaba en su cabeza de forma caótica y casi dolorosa y tanto su padre como su hermano no tardaron en notar su extraño comportamiento, pero, para irritación de Zetsuo ella se negó en redondo a hablar. Todas aquellas circunstancias debieron ser las razones que le habían llevado a abandonar su lugar de residencia en la aldea aquella tarde y visitar uno de los lugares que estaba deseando ver desde que supo de él: las Costas del Remolino. Playas de arenas blancas y oleaje algo revuelto pero apto para el baño. Algo de lo que Ayame no había podido disfrutar nunca en el País de la Tormenta.
Y allí se encontraba en aquellos instantes, con la luz del ocaso tiñendo de carmesí el cielo sobre su cabeza, Ayame disfrutaba del oleaje meciendo su cuerpo mientras nadaba y buceaba entre sus corrientes después de haber dejado su ropa en la orilla, asegurada bajo una roca para evitar que se volara.
—No debería tardar mucho en volver... —se dijo a sí misma, contrayendo el gesto en una mueca desganada mientras giraba sobre sí misma para quedar flotando de espaldas sobre las olas. Si se demoraba demasiado la noche caería sobre ella, y bien sabía que no había nada más terrorífico que un absorbente océano nocturno. En aquel momento una bandada de gaviotas pasó volando por el cielo, entre chillidos de libertad y Ayame alzó una mano hacia ellas como si deseara cogerlas—. Pero...
Dos días habían pasado desde la finalización de la primera prueba del examen de Chūnin, pero Ayame aún no había recibido los resultados de aquel examen, por lo que los nervios estaban consumiéndola por dentro. Sumado a eso estaba el asunto de Uchiha Datsue, que aún rondaba por su mente haciendo arder sus entrañas de pura rabia por mucho que intentara apartarlo de sus pensamientos, y el hecho de que no había vuelto a hablar con Daruu después de aquel traicionero encuentro. Todo se arremolinaba en su cabeza de forma caótica y casi dolorosa y tanto su padre como su hermano no tardaron en notar su extraño comportamiento, pero, para irritación de Zetsuo ella se negó en redondo a hablar. Todas aquellas circunstancias debieron ser las razones que le habían llevado a abandonar su lugar de residencia en la aldea aquella tarde y visitar uno de los lugares que estaba deseando ver desde que supo de él: las Costas del Remolino. Playas de arenas blancas y oleaje algo revuelto pero apto para el baño. Algo de lo que Ayame no había podido disfrutar nunca en el País de la Tormenta.
Y allí se encontraba en aquellos instantes, con la luz del ocaso tiñendo de carmesí el cielo sobre su cabeza, Ayame disfrutaba del oleaje meciendo su cuerpo mientras nadaba y buceaba entre sus corrientes después de haber dejado su ropa en la orilla, asegurada bajo una roca para evitar que se volara.
—No debería tardar mucho en volver... —se dijo a sí misma, contrayendo el gesto en una mueca desganada mientras giraba sobre sí misma para quedar flotando de espaldas sobre las olas. Si se demoraba demasiado la noche caería sobre ella, y bien sabía que no había nada más terrorífico que un absorbente océano nocturno. En aquel momento una bandada de gaviotas pasó volando por el cielo, entre chillidos de libertad y Ayame alzó una mano hacia ellas como si deseara cogerlas—. Pero...