19/08/2018, 11:13
(Última modificación: 19/08/2018, 13:18 por Uzumaki Eri.)
La noche se presentaba tranquila en Uzushiogakure, el mar estaba en calma, el viento estaba en calma, todo parecía estar tranquilo como casi todas las noches de verano, básicamente.
En el muro de piedra grisacea que rodeaba la villa había un enorme portón. Las puertas estaban abiertas de par en par a pesar de ser de noche, pues a cada lado de ellas había un shinobi. Uno joven y sentado y otro algo más mayor de pie, el parecido físico entre ellos era más que evidente.
El más joven de los dos, de pelo rojo, alborotado y corto, se había tapado con una manta y miraba a su compañero desde el taburete en el que estaba sentado. El mayor, en cambio, se mantenía de pie con la vista clavada en el horizonte que desaparecía delante de la puerta que custodiaban. Llevaba una camiseta negra de manga corta bajo el tradicional chaleco shinobi, además de una capa de un carmesí oscuro por el desgaste abotonada por delante. Pantalones largos y sandalias shinobi a juego con la camiseta.
— Siéntate, abuelo, no va a pasar nada.
— Si tuviéramos la certeza de que no va a suceder nada no tendríamos que estar aquí, ni tendríamos muralla ni estaríamos ocultos. ¿No crees?
El joven murmuró un "haz lo que quieras" mientras se recolocaba su gruesa manta. El anciano se mantuvo allí, de pie, con los brazos cruzados bajo la capa.
— Ya no estamos en guerra, ¿sabes?
— Te he dicho cientos de veces que yo no he vivido ninguna guerra, muchacho.
— Pues lo ocultas muy bien, parece que hayas estado en tres o cuatro.
— No lo entenderías, chico. La paz es mucho más perturbadora y peligrosa que la guerra. Es una cuerda que conecta las tres villas, y cada villa va tirando y tirando, he visto esa cuerda ir deshilachándose con el paso del tiempo, acercándonos al conflicto poco a poco.— hizo una breve pausa — Hasta este último año, este último año nos hemos acercado más a la guerra que en los cien anteriores. Así que harías bien en estar atento a estas puertas, porque puede que no sean suficiente para aguantar lo que sea que está por venir.
Apenas había acabado de hablar cuando un destello rojizo dejó a dos jinchurikis en las puertas de la villa. Así, sin un sonido ni un viento ni siquiera una cortina de humo. Antes no estaban y, de repente, aparecieron ahí, sin más. El aspecto de uno de ellos era el que se esperaba de un jinchuriki descontrolado, en sus ojos se veía más del Ichibi que del shinobi y su cuerpo estaba cubierto por arena y chakra a partes iguales.
El otro jinchuriki estaba tirado en el suelo con un aspecto horrible, aunque Datsue no parecía estar mucho mejor, ya no parecía Datsue, sino un títere movido por los hilos de arena de la bestia.
—¡AYUDA! ¡EL JINCHUURIKI!
Al anciano no le hicieron falta más señales, se acercó a su compañero en un instante, le quitó la manta de un manotazo y el taburete de una patada, después con la otra mano lo puso en pie.
— Chico, avisa a Hanabi-sama de inmediato. Ves usando el Sunshin hasta que estés frente a él o no sientas las piernas.
Tras decir eso le soltó esperando que él solito se mantuviese en pie. La placa dorada que tenía en el chaleco le daba la potestad de dar ordenes a su compañero, que tenía una plateada. Aún así, el chico titubeó.
— Pero, ¿qué...?
— ¡No hay tiempo! ¡Ve, ya!
El joven echó un par de miradas a lo que acababa de aparecer frente a la puerta y a su abuelo para después desaparecer a gran velocidad. Difícilmente la noche podía ir a peor.
El jounin encaró al jinchuriki y empezó a andar hacia él. Se quitó la capa y dejó que el viento se la llevase al mismo tiempo que se cubría de una fina pero brillante capa de chakra Raiton. Su larga cabellera carmesí empezó a volverse loca por la electricidad y el brillo resaltaba las arrugas en su rostro cansado.
— Estoy mayor para tratar con jinchurikis adolescentes. — dijo para sí — Chico, si sigues consciente será mejor que me eches una mano. Solo tendré una oportunidad de detenerlo, si fallo... habrá por lo menos un muerto.
Esta vez se dirigió alto y claro a Akame, desde una distancia razonable sin quitar ojo a la bestia. El hombre tenía una mano en la espalda, en cada dedo de esa mano empezarían a encenderse diminutas llamas de color carmesí con un kanji cada una. La voz del veterano sonaba calmada y serena, y transmitía esa calma y serenidad al shinobi aún cuerdo de la pareja.
— Solo, necesito, una distracción, un titubeo. — hablaba conforme avanzaba intentando no poner nerviosa a la bestia.
Paso a paso se acercaba a ellos, lentamente, sin moverse lateralmente, sabiendo que es lo único que separaba al bijuu de la villa. Si él fallaba, los refuerzos tardarían mínimo cinco minutos. En cinco minutos, esa criatura habría arrasado media villa. Debía probar a detenerle en aquel sitio y momento, y si no podía salvarle la vida al chico, al menos salvaría la villa.
En el muro de piedra grisacea que rodeaba la villa había un enorme portón. Las puertas estaban abiertas de par en par a pesar de ser de noche, pues a cada lado de ellas había un shinobi. Uno joven y sentado y otro algo más mayor de pie, el parecido físico entre ellos era más que evidente.
El más joven de los dos, de pelo rojo, alborotado y corto, se había tapado con una manta y miraba a su compañero desde el taburete en el que estaba sentado. El mayor, en cambio, se mantenía de pie con la vista clavada en el horizonte que desaparecía delante de la puerta que custodiaban. Llevaba una camiseta negra de manga corta bajo el tradicional chaleco shinobi, además de una capa de un carmesí oscuro por el desgaste abotonada por delante. Pantalones largos y sandalias shinobi a juego con la camiseta.
— Siéntate, abuelo, no va a pasar nada.
— Si tuviéramos la certeza de que no va a suceder nada no tendríamos que estar aquí, ni tendríamos muralla ni estaríamos ocultos. ¿No crees?
El joven murmuró un "haz lo que quieras" mientras se recolocaba su gruesa manta. El anciano se mantuvo allí, de pie, con los brazos cruzados bajo la capa.
— Ya no estamos en guerra, ¿sabes?
— Te he dicho cientos de veces que yo no he vivido ninguna guerra, muchacho.
— Pues lo ocultas muy bien, parece que hayas estado en tres o cuatro.
— No lo entenderías, chico. La paz es mucho más perturbadora y peligrosa que la guerra. Es una cuerda que conecta las tres villas, y cada villa va tirando y tirando, he visto esa cuerda ir deshilachándose con el paso del tiempo, acercándonos al conflicto poco a poco.— hizo una breve pausa — Hasta este último año, este último año nos hemos acercado más a la guerra que en los cien anteriores. Así que harías bien en estar atento a estas puertas, porque puede que no sean suficiente para aguantar lo que sea que está por venir.
Apenas había acabado de hablar cuando un destello rojizo dejó a dos jinchurikis en las puertas de la villa. Así, sin un sonido ni un viento ni siquiera una cortina de humo. Antes no estaban y, de repente, aparecieron ahí, sin más. El aspecto de uno de ellos era el que se esperaba de un jinchuriki descontrolado, en sus ojos se veía más del Ichibi que del shinobi y su cuerpo estaba cubierto por arena y chakra a partes iguales.
El otro jinchuriki estaba tirado en el suelo con un aspecto horrible, aunque Datsue no parecía estar mucho mejor, ya no parecía Datsue, sino un títere movido por los hilos de arena de la bestia.
—¡AYUDA! ¡EL JINCHUURIKI!
Al anciano no le hicieron falta más señales, se acercó a su compañero en un instante, le quitó la manta de un manotazo y el taburete de una patada, después con la otra mano lo puso en pie.
— Chico, avisa a Hanabi-sama de inmediato. Ves usando el Sunshin hasta que estés frente a él o no sientas las piernas.
Tras decir eso le soltó esperando que él solito se mantuviese en pie. La placa dorada que tenía en el chaleco le daba la potestad de dar ordenes a su compañero, que tenía una plateada. Aún así, el chico titubeó.
— Pero, ¿qué...?
— ¡No hay tiempo! ¡Ve, ya!
El joven echó un par de miradas a lo que acababa de aparecer frente a la puerta y a su abuelo para después desaparecer a gran velocidad. Difícilmente la noche podía ir a peor.
El jounin encaró al jinchuriki y empezó a andar hacia él. Se quitó la capa y dejó que el viento se la llevase al mismo tiempo que se cubría de una fina pero brillante capa de chakra Raiton. Su larga cabellera carmesí empezó a volverse loca por la electricidad y el brillo resaltaba las arrugas en su rostro cansado.
— Estoy mayor para tratar con jinchurikis adolescentes. — dijo para sí — Chico, si sigues consciente será mejor que me eches una mano. Solo tendré una oportunidad de detenerlo, si fallo... habrá por lo menos un muerto.
Esta vez se dirigió alto y claro a Akame, desde una distancia razonable sin quitar ojo a la bestia. El hombre tenía una mano en la espalda, en cada dedo de esa mano empezarían a encenderse diminutas llamas de color carmesí con un kanji cada una. La voz del veterano sonaba calmada y serena, y transmitía esa calma y serenidad al shinobi aún cuerdo de la pareja.
— Solo, necesito, una distracción, un titubeo. — hablaba conforme avanzaba intentando no poner nerviosa a la bestia.
Paso a paso se acercaba a ellos, lentamente, sin moverse lateralmente, sabiendo que es lo único que separaba al bijuu de la villa. Si él fallaba, los refuerzos tardarían mínimo cinco minutos. En cinco minutos, esa criatura habría arrasado media villa. Debía probar a detenerle en aquel sitio y momento, y si no podía salvarle la vida al chico, al menos salvaría la villa.