16/12/2018, 21:55
(Última modificación: 9/01/2019, 01:39 por Umikiba Kaido. Editado 2 veces en total.)
No había ciudad más cálida en tiempos de Viento Gris que el pueblo de los Herreros. Sus fraguas siempre calientes mantenían el frío a raya, a la par de que el negocio seguía su lucroso curso. Las armas, un mal necesario para Onindo, debían seguir naciendo. Cientos de clientes aguardaban impacientes los encargos que hacían de aquella capital armamentística a una de las ciudades más prometedoras y autosustentables de la época.
Pero había unas cuantas fraguas en particular que llevaban un par de días dormidas. No habían visto fuego durante demasiado tiempo, cuchicheaban los oriundos con recelo. Aquello no sucedía muchas veces ni se podía catalogar como una simple coincidencia. Algo estaba sucediendo, y los que realmente importaban estaban al tanto.
Los vientos de invierno habían traído graves noticias desde el noroeste.
Tal y como ya le había adelantado Soroku, el Estandarte del Hierro estaba en peligro.
Pero había unas cuantas fraguas en particular que llevaban un par de días dormidas. No habían visto fuego durante demasiado tiempo, cuchicheaban los oriundos con recelo. Aquello no sucedía muchas veces ni se podía catalogar como una simple coincidencia. Algo estaba sucediendo, y los que realmente importaban estaban al tanto.
Los vientos de invierno habían traído graves noticias desde el noroeste.
Tal y como ya le había adelantado Soroku, el Estandarte del Hierro estaba en peligro.