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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#9
Tocó, y entró también. Pero no alcanzó a decir buenos días, pues el furor de la conversación que se cuajaba ahí dentro se lo impediría con creces. Sin embargo, ante su repentina aparición, el silencio invadió a cada uno de los presentes y fue sólo entonces cuando Datsue tuvo el tiempo necesario para observar bien a quiénes se encontraban ahí dentro, debatiendo acaloradamente.

En uno de los asientos, estaba Soroku. Inconfundible con esa calva suya, brillante, y la gran quemadura que adornaba su rostro. Vestía un abrigo de piel, botas de cazador y le calzaba un anillo en el índice derecho.

A su lado, Yuunisho. Datsue le conocía. Fue el primer herrero con el que decidió probar suerte nada llegar al puebo, antes de que Shinjaka le abordarse tras su escueta negación a esas proposiciones indecorosas. Era un tipo de aspecto moribundo y sucio, tenía el cabello gris y enmarañado, el rostro y las manos cubiertas de carbón. No llevaba ropajes de invierno, sus años de experiencia trabajando en las minas de Tsuchi le habían hecho apreciar el frío más que cualquier otro. Su ceño, ya de por sí genéticamente fruncido, se estriñó más al ver a Datsue. Al quebrantador de las normas.

Los otros dos eran rostros para nada familiares. Uno era un muchacho robusto, moreno, cuyo aspecto no le delataba como un herrero ni mucho menos. Tenía las manos más sanas de todos los reunidos, ni cayos ni qué cuentos. Cabello negro engominado y, por qué no, el único que olía bien en aquella habitación sudorienta.

El último, un lacayo bigotudo. Nada demasiado relevante.

—Datsue, qué bueno que has llegado. Estábamos...

—No-me-jodas. ¡No me jodas! ¡pero si es el crío de laspropuestasdecentesyparedecontar!

—Bien, creo que ya se conocen. Yuunisho-senpai, Datsue.
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Mensajes en este tema
RE: La penumbra de Lady Tākoizu - por Umikiba Kaido - 17/12/2018, 04:55


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